Necrológicas

– Viviana Flores Méndez

– Luis Enrique Alvarez Valdés

Johana Navarro vivió el dolor de perder a su esposo

“No hay palabras para describir lo que se vive, la tristeza de verlo morir cuando viajó a operarse para que tenga vida”

Miércoles 2 de Agosto del 2023

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Pablo Paredes Arismendi fue derivado a Santiago, para ser sometido a una cirugía que mejoraría su salud. Pero en la capital fue desahuciado
y su familia libró una verdadera batalla para traerlo a casa.

Hay una falta de apoyo y de humanidad. No hay palabras para describir lo que se vive, la tristeza de verlo morir cuando viajó a operarse para que tenga vida, y tenga salud, pero no para traerlo para que venga a morir. Nunca fue la idea esa, uno se opera para que tenga más salud y nosotros vamos a seguir haciendo cosas, porque queremos saber si hubo negligencia y qué ocurrió durante la operación”.

Las palabras corresponden a Johana Navarro, quien intenta explicar lo vivido en Santiago, junto su esposo Pablo Paredes Arismendi, quien a sus 51 años, viajó derivado desde el Hospital Clínico para realizarse una cirugía coronaria de la cual nunca despertó, por lo que terminó siendo desahuciado, significando que su familia debiera librar una verdadera batalla para traerlo de regreso a casa, donde dejó de existir horas más tarde.

Su hija Jocelyn relata que su papá se sometería a una cirugía coronaria en el Hospital del Tórax. Viajó el miércoles 5 de julio y se hospitalizó el viernes. Su familia señala que él tenía las válvulas obstruidas por una condición de nacimiento, pero en general era un hombre sano y es por eso que a pesar de saber que era un procedimiento de riesgo, estaban esperanzados de que todo saldría bien.

“Mi papá se operó el lunes 10 de julio. Entró a pabellón a las ocho de la mañana y salió a las dos de la tarde. La doctora sería la encargada de comunicar el resultado del procedimiento médico. Eso nunca ocurrió. Mi mamá tuvo que buscar un número telefónico del Hospital del Tórax y preguntar cómo había salido el paciente. Le respondieron que estaba bien y que había sido enviado a la Uci, que es lo normal en este tipo de procedimiento”.

Indicó que cerca de las 19 horas su padre sufrió un accidente cerebrovascular. Esto fue notificado a la familia varias horas después.

Tras el primer accidente cerebrovascular fue derivado al Instituto Neurológico, siendo intervenido y trasladado nuevamente a la Uci. Al día siguiente su esposa fue a visitarlo cerca de la una de la tarde, siendo informada que su esposo había enfrentado un segundo accidente cerebrovascular y que tenía que hablar de su estado de salud.

Aquí la molestia de la familia radica es que el segundo accidente cerebrovascular se produjo antes de las nueve de la mañana y recién a las 13 horas durante la visita de su esposa, el paciente fue derivado de nuevo al Instituto Neurológico. “O sea pasó toda la mañana sin atención médica y tampoco avisaron a la familia, sabiendo que en su condición era muy grave y que por protocolo tenían que hacerlo”.

En esta condición fue desahuciado, por lo que para la familia sólo quedaba aguardar su deceso, siendo informados que debían esperar a que falleciera para que luego la familia lo trajera de vuelta a Punta Arenas con la funeraria. Ahí comenzó su odisea con el Hospital Clínico de Magallanes porque no requería costear el traslado. “El Hospital Clínico informó que no se hace cargo de pacientes fallecidos, pero mi papá estaba vivo y no lo querían traer”, sostuvo Jocelyn, recordando que les cambiaron muchas veces el pasaje aéreo. Eso fue un martes y recién el domingo se concretó el viaje. Hablan de una burocracia excesiva que no hizo más que aumentar el dolor a una situación que ya era terrible. Al día siguiente de ser internado en la Uci se produjo su deceso (17 de julio).

Durante este proceso la familia hizo las cotizaciones, y traerlo en una urna desde Santiago cuesta 2 millones de pesos, cremarlo es una opción más económica (poco más de $600 mil).

La viuda indica que a su esposo lo trajeron sólo por la insistencia de la familia, pero nunca hubo apoyo, ni tampoco humanidad.

El anhelo de Pablo Paredes manifestado en vida, era que si fallecía, pudiera ser donante en Magallanes, pero la tramitación de la que fue víctima su familia, en traerlo desde la capital, hizo que su sueño se frustrara, sin que pudiera dar vida a otras personas a través del trasplante de alguno de sus órganos.

Hoy sus seres queridos buscan respuestas sobre qué ocurrió, si hubo negligencia o no, pero en el Hospital del Tórax no recibieron ninguna explicación. Por su parte, en su opinión, “el Hospital Clínico se lavó las manos y se limitó a informar que al morir la persona era problema de la familia traerlo de vuelta”, lo que nunca se lo notificaron a ellos, jamás les comunicaron que quedaban en el abandono si el paciente dejaba de existir.

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