La siutiquería nacional
Llamamos siútico a quien no pertenece al estrato alto, culto o de gustos refinados, aunque lo imita y procura enquistarse en esa clase. Conocido es el caso de un tipo que se compró un par de esquíes acuáticos y luego andaba buscando un lago con pendiente para poderlos utilizar. Es obvio que buscaba imitar a los de estamento más alto.
Dejo en claro que el advenimiento de este vicio no llegó al país con la bonanza económica de los 80 como muchos creen. Es de muy antigua data.
Me sopla esa vieja cahuinera llamada historia que los primeros agricultores que habitaron en el valle de Azapa, en el extremo norte de Chile, construyeron modestas habitaciones de junco y produjeron alimentos como el zapallo, la calabaza, el ají, la quínoa y el maíz.
Junto con la práctica de la agricultura, estos pueblos mejoraron también sus trabajos artesanales, iniciaron la elaboración de cerámica y la metalurgia del cobre.
La gente de Azapa, como se les conoce, tenía la costumbre de cubrirse la cabeza con gruesas madejas de lana que formaban verdaderos turbantes, los que contribuían a deformarles el cráneo, dejándolo alargado. Ello era un gesto de ostentación (siutiquería) considerada en esos tiempos un signo de belleza, además de representar estatus social o étnico.
Queda de manifiesto que hay gente que arriesga hasta su salud con tal de adquirir notoriedad. Y en este pecado, los chilenos solemos reincidir hasta el hartazgo.
Huelga decir que el siútico chilensis no tiene nada que ver con el cursi español ni el huachafo peruano. Como ya dije, arranca en Azapa y se intensifica en las viejas casas solariegas del siglo 19. Dicho de otra manera, el carácter español dio mucha importancia a las apariencias y al decoro externo del individuo. Hasta fomentó cierto orgullo por los linajes y los abolengos, cuestión que hasta el día de hoy se pueden percibir.
La aporreada clase media tampoco puede eludir su culpa. Si algún defecto ostensible se nota en ella es su carencia de orgullo, de originalidad, combinado con su arribismo y ese espíritu de imitación. La clase media chilena vive ajena a su conciencia y a su destino, al revés de lo que sucede en Francia y en Argentina, por poner un caso más cercano.
Carlos Vattier sostenía que existía el ácido nítrico, el ácido cítrico…y el ácido siútico.
En política, la siutiquería todavía está lejos de exiliarse. Y así, cuando el Partido Radical logra un acuerdo con el PC para llevar una lista conjunta de concejales por la comuna de Codegua, el vocero de una de esas colectividades dirá con el pecho henchido y con actitud de estar pasando a la galería de los próceres:
-Este es un acuerdo histórico. El país puede estar tranquilo.
En política se abusa del lenguaje emoliente para camuflar las cosas como son. Los activistas del gobierno ahora son asesores políticos; los negocios truchos y envilecidos se llaman convenios. Y si una reforma tributaria no logra la ansiada unidad, se hablará de pacto social.
Cierto. Somos siúticos los chilenos.