La sanación de la memoria
Como señala el obispo de Punta Arenas, Oscar Blanco, en su carta con ocasión de la conmemoración de los cincuenta años del golpe de estado en nuestro país, y que hemos ido comentando en las columnas anteriores, “todo lo que suscita esta conmemoración nos muestra que el ‘alma de Chile’ lleva una herida que sigue sangrando; se trata de un acontecimiento que toca profundamente nuestras vidas, nuestra convivencia y nuestro futuro”.
Es necesario hacer memoria para aprender de la propia historia, personal y colectivamente. Cicerón, filósofo y político de los tiempos del Imperio Romano decía “historia magistra vitae” (= la historia es la maestra de la vida), y hacer memoria de lo vivido es la clave de los aprendizajes vitales en las personas y en los pueblos.
Pero, al hacer memoria es necesario que sea una buena memoria, porque la mala memoria no es sólo el olvido, sino también la negación deliberada de los hechos y, también, es una mala memoria el recuerdo con rencor, el cual mantiene abierta la herida e impide estar abiertos a la novedad del futuro que es posible construir. La memoria de una herida que sigue sangrando, dividiendo y cerrándonos a un futuro nuevo para todos, necesita ser sanada.
Como señala el obispo de Punta Arenas en su carta, “lo decisivo ante las heridas de la historia es, siempre, una decisión de perdón y reconciliación”. Ciertamente ya se han dado pasos importantes de sanación, y en la carta se señalan el restablecimiento del estado de derecho y del sistema democrático, el acompañamiento de diversas organizaciones de derechos humanos y de la Iglesia a las víctimas, el reconocimiento por parte del Estado de las violaciones a los derechos humanos, el compromiso asumido por las instituciones militares con la democracia y el respeto a los derechos humanos, la investigación y juicio a los culpables de esas violaciones, las formas de reparación que el Estado ha intentado dar a las víctimas. Todo eso es valioso e importante, señala el obispo Oscar Blanco, “pero, lo decisivo ante las heridas de la historia es, siempre, una decisión de perdón y reconciliación”.
Nunca ha sido fácil vivir el proceso del perdón, en ningún tipo de situaciones y para nadie. Siempre es una decisión compleja que nos estremece por entero tocando nuestros sentimientos y, siempre, significa poner la relación con el otro en primer lugar. Dice el Obispo de Punta Arenas en su carta, “el perdón es un acto libre de cada persona, el cual sólo puede brotar de experiencias y convicciones que sean más fuertes que el dolor de las heridas. El perdón tiene dos movimientos: el perdón que se pide y se busca, y el perdón que es generosamente ofrecido. En ambos casos es un acto que brota del interior de cada persona, por eso a nadie se le puede obligar a pedir perdón, y a nadie se le puede obligar a perdonar. Como decimos corrientemente, el perdón tiene que ser ‘de corazón’, sólo entonces es posible la reconciliación que deseamos en nuestro país”.
Para los que somos cristianos, esas experiencias y convicciones más fuertes que el dolor y que hacen posible el perdón, brotan de la fe en el Señor Jesús, quien murió tal como vivió, siempre perdonando: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34), y el Señor resucitado nos comunica la fuerza de su Espíritu para seguirlo en su camino de perdón y de reconciliación.
Y señala el Obispo en su carta: “pero también para todas las personas que no tienen el don de la fe, para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, así como para todos en cuanto ciudadanos, es posible encontrar esas experiencias y convicciones que mueven al perdón: la experiencia de la fraternidad que nos hermana a todos en la condición humana, la experiencia y convicción de que el mal se vence con el bien, la pertenencia a una historia y una patria común, la búsqueda de construir un país que sea bueno para todos y sin exclusión de nadie, la decisión de confiar en la bondad del corazón humano, la compasión que nos lleva a ponernos en el lugar del otro. Todas ellas pueden ser motivaciones que a todos nos muevan a la humildad de pedir perdón y a la generosidad de ofrecer nuestro perdón”.
Por cierto, todos necesitamos la humildad para pedir perdón, y también todos necesitamos la generosidad para ofrecer el perdón a quienes nos han ofendido. Hacer el camino del perdón, sea pidiéndolo con humildad u ofreciéndolo con generosidad, es difícil pero no es imposible. Para esa humildad y esa generosidad necesitamos buscar y tener motivaciones más fuertes que el dolor de las heridas.
En el comentario de la próxima semana trataremos otro punto de la carta del obispo Oscar Blanco sobre la conmemoración de los cincuenta años del golpe de estado en nuestro país. Mientras tanto, quisiera invitar a los lectores de esta columna a acceder a la lectura de la Carta del Pastor, la cual se encuentra disponible en la página www.iglesiademagallanes.cl