Fernando Lanfranco y la resiliencia de su guitarra en dictadura
Diez años antes del golpe de Estado, Fernando Lanfranco puso sus manos por vez primera en la guitarra que lo acompañaría posteriormente por los distintos centros de detención a partir de octubre de 1973. A través de ella sonaron las primeras armonías y notas de la cantata Nuestra Madre Grande en isla Dawson, así como composiciones más íntimas que sólo Lanfranco conoce. “Es mi compañera, ha estado siempre, en las buenas y en las malas conmigo”, cuenta Lanfranco abrazando su guitarra, obsequio de su padre.
Y la guitarra ya tenía “kilometraje” antes de llegar a sus manos, ya que fue hecha en Barcelona por algún lutier de la marca Armenteras y desde allá llegó a la Patagonia. “Mi padre la compró en Punta Arenas. Ahí en Fagnano, antiguamente, había una barbería y ahí vendían guitarras. El dueño de esa barbería era el importador oficial de esta marca de guitarras en Chile. Compraba tres, cuatro guitarras y las vendía”. En aquellos años previos al golpe, la misma guitarra lo acompañó a participar en competencias en Magallanes y grupos folclóricos.
Cuando a Lanfranco lo detuvieron en la Universidad Técnica del Estado de Magallanes, en octubre de 1973, y lo trasladaron hasta el Regimiento Cochrane no llevó consigo su guitarra pero pasó sólo un tiempo para que se reencontraran, gracias a una gestión de su madre. “En octubre del 73’ hubo una visita de la Cruz Roja Internacional que la dictadura los dejó entrar para poder verificar buenas condiciones de los prisioneros y que estuvieran vivos. Producto de eso, mi madre hizo una solicitud para que pudiera ingresar esta guitarra”.
En el Regimiento Cochrane, la guitarra la tenía la guardia. “Yo la pedía y podíamos practicar o cantar y después tenía que entregarla. Estaba bajo protección de ellos. Y esta guitarra se fue conmigo el 21 de diciembre del ‘73 y estuvo conmigo hasta junio del ‘74 que yo estuve en Dawson”.
Junto a su guitarra, Lanfranco y sus compañeros se reunían y cantaban en prisión. “Con esta guitarra teníamos veladas, armamos un grupo que nos llamamos ‘Los del barracón’, una manera irónica de referirnos a donde estábamos”.
Desde ahí la guitarra lo acompañó a él y sus compañeros del barracón, símbolo de la resistencia que llevaba cada uno. “Después se vino conmigo cuando me trajeron al estadio Fiscal, después estuve en el Regimiento Pudeto, volví al Regimiento Cochrane y finalmente, una vez se produce el Consejo de Guerra, me la llevo a la ex cárcel pública”.
“Con esta guitarra trabajamos toda la Cantata, escribimos las partituras con Marco, y creé otras cosas, yo tengo varias canciones con ella. Pero lo más importante es el trabajo que terminamos de hacer en la cárcel pública en abril del año ‘76. En abril del ‘76 nosotros logramos sacar las partituras completas. Antes lo que hicimos fue sacar los textos, o parte de los textos, la música, pero parcializada”.
Era una epopeya peligrosa en aquel entonces, pero la lograron con éxito. “Pensábamos que si se daban cuenta, si la captaban, iba a ser una cosa menor. Pero si la hubiéramos terminado completa y la hubiéramos perdido ahí sí que habría sido otra cosa… Sacamos como tres o cuatro versiones distintas. Muchos compañeros escribieron a mano, una serie de cosas, nos ayudaron a sacar todo esto. Yo me lo llevé al exilio, mi guitarra al exilio y volví en julio del ‘90. Vuelvo a Chile con mi guitarra”.