Hagamos una dulce patria
En una semana hemos pasado de los dolores de la patria que, una vez más, se manifestaron en la herida que lleva el alma de Chile con ocasión de la conmemoración de los cincuenta años del golpe de Estado, al ambiente de festejo dieciochero con ocasión del aniversario de la patria.
Así, de una semana a otra pasamos de heridas dolorosas que siguen afectando profundamente la convivencia de nuestro país, a un ambiente en que todo se llena de los símbolos de “la chilenidad”: banderas y guirnaldas, himnos y desfiles, oración por la patria en las iglesias, música folklórica, cuecas hermosamente bailadas, trajes de huasos, gastronomía y bebidas apropiadas en las alegres fondas y ramadas.
Más de alguien podría preguntarse qué nos pasa a los chilenos, pasamos del dolor a los festejos, de la división que llevamos como país a la alegre unidad festiva del “18”. Pero no se trata de alguna pirueta mental que nos lleva a vivir disociados o como un país medio esquizofrénico, sino que ambas situaciones son rostros reales y verdaderos de nuestra Dulce Patria. Y es importante que celebremos la fiesta de la Dulce Patria teniendo presente lo que somos, lo que nos une y lo que atenta contra la unidad que todos los chilenos bien nacidos queremos para nuestro país.
La celebración de las Fiestas Patrias es, también, un aporte importante para las complejas situaciones que vivimos como país, porque esta fiesta nos permite encontrarnos, reconocernos, manifestarnos, alegrarnos y agradecernos mutuamente. La fiesta nos iguala a todos en lo que nos es común. En estas fiestas nadie se detiene a pensar si acaso vale la pena vivir o si vamos a excluir a algunos del festejo, o si vamos a hacer fiestas distintas en grupos divididos.
En estas fiestas de la Dulce Patria se manifiesta de manera simbólica y espontánea que la vida es buena y que aún puede ser mejor, que es bueno estar juntos y reconocernos mutuamente. En estas fiestas aparecen, también, rasgos importantes del proyecto común: alegría, dignidad e igualdad pues todos estamos invitados, solidaridad, gratitud, abundancia.
Las Fiestas Patrias nos muestran que -con nuestras heridas y dolores- somos y seguiremos siendo un país. Y hacer un país es acoger un don y un llamado de Dios a vivir juntos y construir una historia común. Un país no lo hacen solamente los héroes de la historia, ni las autoridades, ni los políticos, ni los convencionales, ni los sabios ni los poderosos. Hacer un país que para todos sea una Dulce Patria es una obra colectiva. Hacer un país es la tarea de todos los que comparten una historia, sus dolores y sus desafíos; una tarea de todos los que habitamos esta “larga y angosta faja de tierra” y nos expresamos en determinados símbolos que son comunes a los distintos pueblos y culturas que convivimos en la patria común. Y hacer un país también es festejar que estamos juntos en nuestra patria.
La historia de nuestro pueblo no comienza con nosotros. La patria es el legado común que hemos recibido de los padres, y aunque a veces se la llama “madre patria”, también podría ser “matria”. Como sea, es el legado de los que nos precedieron en esta tarea e historia común. Una historia marcada por encuentros y desencuentros, colaboración mutua y dominaciones de algunos, igualdades fundamentales y, también, discriminaciones odiosas todavía presentes.
La expresión “hacer patria” significa, por sobre todo, aprender a vivir juntos haciéndonos cargo de la historia común, con sus aciertos y sus yerros a solucionar, y sus heridas por sanar. Así, “hacemos patria” cuando se construye una honesta convivencia democrática, cuando se está dispuesto al diálogo con el que piensa en forma distinta, cuando se lucha contra la corrupción que tiende a instalarse en las estructuras de la sociedad, cuando se está dispuesto a reconocer los propios errores y enmendarlos, cuando se ofrece generosamente el perdón a otros.
Si falta esta voluntad de aprender a vivir juntos en el respeto mutuo, en la verdad, en la justicia y el perdón, en lugar de hacer una Dulce Patria, se destruye la obra común y el legado de quienes nos precedieron. La Dulce Patria que en estos días festejamos, la hacemos juntos, en diálogo democrático y en respeto republicano, buscando sanar nuestras heridas y trabajando -sinceramente- en la búsqueda del bien común.
Acá, en Punta Arenas, también festejamos en estos días que, el 21 de septiembre, se cumplen 180 años que somos parte de la historia común de esta patria, con la toma de posesión de estas tierras australes por parte del estado de Chile, gracias a autoridades visionarias y a los esforzados marinos y chilotes que llegaron en la goleta “Ancud” a hacer patria en la Patagonia y Tierra del Fuego.