La muerte social que precede al fallecimiento de nuestros adultos
No han pasado muchos días desde que nos enteramos por la prensa del triste hallazgo de un adulto fallecido en su domicilio. No deja de llamar la atención que pasó mucho tiempo hasta que el entorno percibiera su ausencia, demasiado tiempo sin que sus redes sociales no reaccionaran a su desaparición; un hecho fortuito dejó al descubierto la tragedia y de allí el asombro manifestado masivamente en la comunidad. Pese a la relevancia noticiosa poco se ha sabido después del caso y de las causas de esa muerte física y social de un adulto en nuestra sociedad.
Una muerte que interpela y cuestiona. Pero que pasados los días perdió notoriedad. Y, es que hace poco tiempo en nuestra región nos sorprendían los hallazgos de mayores fallecidos en sus domicilios y que eran percibidos por su entorno social varios días después. Se hizo tan común o repetido que dejó de ser asombroso o noticioso. Hoy este hecho se repite.
Esto nos interpela como sociedad. Cómo un integrante de una comunidad puede estar fuera de ella, sin que a nadie le importe o motive saber qué le sucede. Su muerte social es muy anterior a su muerte física y surge rápidamente la pregunta de cuántos mayores están o viven una muerte social en nuestras comunidades y son potencialmente casos similares.
Vivimos socialmente a través de nuestra existencia y los entornos que nos rodean. Primero con nuestra familia más cercana y con la que podemos compartir el mismo techo o residencia. Después estas redes se van ampliando por las relaciones que vamos construyendo con vecinos, trabajo o amistades que creamos a través de los años. Mientras somos jóvenes o de mediana edad estas redes parecen siempre ampliarse y reinventarse con pérdidas y ganancias que siempre tienden a aumentar. Pero inevitablemente en la vejez, con la muerte de familiares, con la jubilación u otros eventos estos círculos se van estrechando y reduciendo. Por ello la importancia de la participación social.
Por eso es fundamental fomentar en los mayores nuevas actividades, ya que van reemplazando las pérdidas que inevitablemente siempre se producen. La activa participación les permite que se vayan ampliando sus círculos sociales. Los mantiene socialmente activos. Como familia debemos favorecer esta participación en grupos de interés, voluntariados, religiosos o entes sociales diversos para mantenerlos activos y participativos. Cuánto bien les hace a ellos esta permanente actividad que los motiva y los estimula, desde que preparan su asistencia (¿Qué haremos hoy? ¿Cómo me vestiré? ¿Qué actividad haremos?, etc.), durante su participación o encuentro social y que les deja un recuerdo vívido que permanecerá en el tiempo. Lo significativo de esto es que no es sólo el momento vivido, sino que es una ganancia para sus vidas y que si se repite periódicamente, llega a constituirse en una actividad que aviva y mantiene insertos en la sociedad a esos mayores que participan en estas ocupaciones.
El aislamiento o pérdida de contacto social va dejando en una situación de indefensión a los mayores. Vivenciar la soledad que incluso puede ocurrir teniendo una buena cantidad de contactos sociales es una señal de que se necesita que estos contactos sean socialmente activos y significativos, se necesita que sean protectores del desarrollo social de esos mayores. Que los apoyen, que los protejan. Que sean una verdadera contención en situaciones complejas o de dificultades para ellos.
Muchas veces situaciones frecuentes en los mayores como quedarse viviendo solos al perder amigos o familiares, el tener enfermedades de curso crónico que los limiten y en especial las dificultades auditivas van estrechando sus cercos sociales y los hacen vivenciar un gran potenciador de problemas, como es experimentar la soledad.
Por eso independiente de vivir solo o estar enfermo de patologías crónicas, la red social que debe desarrollarse en un territorio, desde los agentes del Estado, de las iglesias, asociaciones comunitarias o de voluntariados deben trabajar para estar presentes y disponibles para los mayores que ven disminuidos sus entornos sociales, como una oportunidad para ampliarlos o mantenerlas activos; dando contención en el momento en que se producen esas situaciones que van asfixiando a los mayores. Proveyendo de esta manera espacio de participación y protección social.
Cada mayor debe contar con estos espacios que permitan mantenerlo socialmente activo y puede pertenecer a varios grupos de interés o participación. Lo vemos en la red social de las comunas, donde muchos mayores participan de varios grupos o clubes simultáneamente. Ya que eso favorece su inserción social.
Es tarea del Estado favorecer y colaborar en el financiamiento de estas redes de participación social. De tal forma que sea una verdadera red social local. Las municipalidades también tienen un rol articulador importante y necesario. Pero también las familias como motor y promotor en nuestros mayores, para que salgan de sus casas y sigan siendo parte activa en nuestra sociedad local. Es imperioso hacerlo, mantenerlo, promocionarlo y promover la participación social de nuestros mayores, para que estos no estén ni se sientan solos. Sólo así podemos evitar el destino ominoso que muchos ya están padeciendo y vivenciando. Por ello, se hace imperioso actuar hoy. El problema y tarea social es hoy.