Mábel Arratia: la callada fuerza del saber y la discreción
Por Juan Mihovilovich
Los seres humanos no se miden por los títulos o funciones con que caminan premunidos de vanidades por el corto espacio de la existencia. O, mejor dicho, no debieran medirse de ese modo, porque desgraciadamente sí ocurre: nos miramos y pesamos conforme a las connotaciones sociales que hemos asumido y que nos colocan una especie de cartel con que nos identificamos para sobresalir y auto conformarnos en un mundo ávido de figuración. No es ni fue el caso de Mábel Arratia. Desde su lúcida concepción de la realidad, desde su óptica señera sobre las cualidades o defectos que nos constituyen, Mábel cimentó una manera de entenderse y de procurar que nosotros mismos nos comprendiéramos a través de su trabajo silencioso, perseverante, inteligente, y con ese sentido de quieta humanidad con que desarrolló sus tareas profesionales y académicas.
Nos corresponde asumir su legado con la misma entereza con que ella lo erigió: reservada y situada en las antípodas del poder, que tanto corroe y perturba las relaciones humanas. No son ciertas aquellas categorías con que nos empeñamos en calificar a las personas de acuerdo a nuestros personales intereses. O, expresado así: no son válidas ni sinceras las aproximaciones a los demás en cuanto pretendemos obtener algún beneficio o proyección individual. Ello ocurre y es parte de nuestro devenir mundano. La necesidad de reconocernos por nuestras apetencias y deseos suelen ser un escudo protector para no quedar desnudos ante el resto. El entorno nos hace medir nuestras evaluaciones y nos quedamos siempre absortos en elucubrar posturas falsas para que esos reconocimientos eleven a su máxima potencia nuestras carencias más profundas: “la íntima necesidad de ser” que a menudo nos interpela.
Consciente de tales insuficiencias Mábel Arratia se auto exigía y exigía por ende a los demás. Desde su cátedra académica ayudó a forjar generaciones de universitarios que la vieron como un referente obligado de superación. Sus exigencias eran altas como alto era su saber. Sus conceptos sobre la literatura y el arte eran una guía no menor para caminar por la senda del conocimiento más profundo de las personas, los seres y las cosas. Leerla en sus análisis agudos y formadores, no exentos en ocasiones de una convicción cercana al misticismo, nos hicieron valorar sus postulados académicos con esa admiración y respeto con que pocos educadores quedan en la memoria de los demás, sean jóvenes o adultos maduros.
Hoy, en que asistimos a su despedida en este tránsito obligado con que nos acercamos al fin de un camino transitorio, es bueno, útil e ineludible conmovernos con su paso por este rincón del mundo.
Quienes la conocimos, más allá o más acá de las inmediaciones físicas, agradecemos haber cruzado con ella algunas palabras, haberla leído o habernos nutrido de su claridad mental y un idealismo carente de vacuos proselitismos. Las personas honestas se ocultan de las frases grandilocuentes y esos supuestos sellos distintivos con que nos colocamos por sobre el resto.
Mábel Arratia ejerció la discreción como un norte, una manera de cómo actuar ante sí misma y, por ende, ayudar a formar a quienes la verán siempre como un ejemplo que imitarán sin siquiera percatarse de ello. Las personalidades auténticas como las de Mábel sencillamente existen, perduran y superan incluso su propia voluntad. Por eso y más sólo resta agradecer su paso y guía entre quienes tuvimos la suerte de conocerla y apreciarla en ese quieto espacio de la discreción que tanto necesitamos.