Necrológicas

– Viviana Flores Méndez

– Luis Enrique Alvarez Valdés

Harry Houdini, el famoso escapista que creó un código secreto para contactar a su esposa después de muerto

Miércoles 1 de Noviembre del 2023

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  • El gran mago y prestidigitador falleció el 31 de octubre de 1926 a los 52 años. Se había hecho célebre por jugarse
    la vida en temerarios actos de escapismo en la altura y bajo el agua que paralizaban a los espectadores. Diez años después de
    sufrir una peritonitis fatal, su pareja se resignó a la despedida definitiva: “No creo que Harry pueda volver a mí ni a nadie”.

 

 

El 31 de octubre de 1926, Harry Houdini, El gran escapista, no pudo huir de la muerte. Muerte temprana, a los 52 años, por causas que en su momento fueron poco claras, aunque ahora, casi un siglo después, son evidentes. En los días previos, el mago e ilusionista, admirado hasta por la realeza europea y asiática, dio una conferencia en la Universidad McGill de Montreal. Uno de los estudiantes, Joselyn Gordon Whitehead, más propenso al empirismo brutal que a la especulación académica, le preguntó si era capaz de recibir golpes en el estómago. Houdini, que había pasado por las pruebas más extremas y temerarias, lo tomó como un juego de niños. Asintió con la cabeza y, antes de tensar los músculos abdominales, recibió, sin doblarse, dos puñetazos feroces del muchacho, que practicaba boxeo. Le sorprendió sentir un dolor tan intenso, de esquirlas, como si una granada hubiera estallado en su cuerpo: evitó el tercer mazazo con un gesto con la mano. Viajó durante quince horas en tren, de vuelta a Detroit. En un hospital le diagnosticaron apendicitis aguda. Contra los consejos médicos, hizo algunos espectáculos más; en uno se desmayó por la fiebre. El 24 de octubre fue sometido a una cirugía de emergencia. Murió una semana después, por la infección. Sus seguidores acusaron a Whitehead de haberle causado la muerte.

El apéndice, un órgano inútil, poco romántico, le ponía fin a un hombre que se deslizaba por el filo de la navaja y zafaba de mecanismos tanáticos creados por él para sus espectáculos. Eludía la muerte como modo de supervivencia. Nacido Erik Weisz el 24 de marzo de 1874 en Budapest -cuando era parte del imperio austrohúngaro-, saltó desde puentes esposado y con grilletes en las piernas, se hundió cabeza abajo en tambores sellados llenos de agua e ideó métodos de “tortura china”. de los que se liberaba ileso. Una magia suicida. Aquellas fugas, que paralizaban a los espectadores, incluían trucos no revelados, pero también riesgos reales, extremos. Tras su muerte en una cama, sin shows ni alardes, los fanáticos esperaron que El Gran Houdini, hijo de un rabino inmigrante radicado en los Estados Unidos, se comunicara desde el más allá. Pero el escapista no pudo/no supo/ no quiso hacer contacto con el más acá, aunque le había prometido a su esposa y asistente en escena, Bess, Beatrice, con la que se había casado en 1894, que, de ser posible, lo haría. Ella lo esperó en vano durante una década. Hasta que, en Halloween de 1936, se resignó y dijo: “Houdini no regresó. Mi última esperanza se ha ido. No creo que él pueda volver a mí ni a nadie”. Su ex marido, célebre a ambos lados del Atlántico, seguía en su tumba del cementerio Machpelah, en Queens, Nueva York, convertido en sitio de peregrinaciones y rituales de magos. Una prueba escéptica contra los cultores de slogans y arengas tipo “Nothing is impossible”, “Let’s do it” y blablabla.

Nace una estrella

El primer acto de escapismo de Harry Houdini fue de la pobreza. A los cuatro años, su familia se mudó a Appleton, Wisconsin. Con cinco hermanos, y padres que casi no tenían ingresos económicos, a los 8 años vendía periódicos y lustraba zapatos. No iba al colegio; la escuela de la calle. Hasta que su vida tuvo un momento bisagra: el día en que su padre, Mayer Samuel, lo llevó a ver el espectáculo de un mago itinerante conocido como Doctor Lynn. Deslumbrado, a los nueve años, Harry formó un circo comunitario con sus amigos del barrio; actuó por primera vez ante el público el 28 de octubre de 1883, como contorsionista y trapecista, bajo el seudónimo “Erich, el príncipe del aire”. Después, se fue con un circo profesional, ambulante, y empezó una carrera nómade. Hasta que se asentó por un tiempo en Nueva York, ya convertido en mago. Su otro hobby era el deporte: con su físico privilegiado, elástico, se destacaba en el atletismo y la natación.

El nombre Harry Houdini lo tomó del libro “The Memoirs of Robert-Houdin, Ambassador, Author, and Conjuror, Written by Himself” (Las memorias de Robert-Houdin, embajador, autor y conjurador, escritas por él mismo), que narraba la historia del mago Jean Eugène Robert-Houdin, apellido al que el joven nacido en Budapest le agregó una i. Sus inicios escénicos, eclécticos, se basaron en los trucos de naipes y el trapecismo. Lo secundaban Theo, uno de sus hermanos, y luego Beatrice, su futura esposa. Los avances de Harry como prestidigitador fueron acompañados por sus primeras proezas como escapista. Tanto en América como en Europa, dejaba sin aliento al público librándose de cajas fuertes arrojadas al mar, de camisas de fuerzas que lo embutían mientras colgaba boca abajo de rascacielos, y de toda especie de esposas -aunque nunca se separó de la propia-, de chalecos de manicomios, baúles, cuerdas, cadenas y candados. El primer número artístico que patentó, en 1894, consistía en meterse dentro una bolsa que a la vez era introducida en un baúl, luego trabado. Beatrice se paraba sobre la tapa. Tras un breve corrimiento de cortina, el escapista aparecía en el lugar de la mujer. Un truco que representó más de 10 mil veces y que aún hoy es imitado. Su otra especialidad eran los cerrojos. En Europa, para promocionarse, se presentó en una comisaría, ante un jefe de policía que le puso las esposas y lo encerró -con placer, claro-, para luego asombrarse con el escape de su rehén, ante periodistas que publicaron la noticia sin ser sospechosos de estar ensobrados.

El gran cerrajero

Hay gente que les teme a los cerrajeros más que a los espíritus malignos. Con razón. En primer lugar, porque está más comprobado que los cerrajeros existen; en segundo, porque, si los llamás fuera de su horario laboral, te permiten abrir la puerta pero te obligan a hipotecar la casa (una hipérbole relativa). Houdini había trabajado como aprendiz de este oficio temible para los clientes y tenía un conocimiento profundo sobre cerrajería. Ojo, en aquella época había tan sólo un centenar de variantes de llaves para todos las cerraduras: aproximadamente el setenta por ciento se abría con la misma llave. Aunque muchos de sus trucos siguen siendo secretos, se supone que Huidini ocultaba ganzúas, llaves y otras herramientas en distintos orificios de su cuerpo o que se las tragaba y regurgitaba. Sin entrar en detalles escatológicos, recordemos que en 1904, en el teatro Hippodrome de Londres, consiguió liberarse de un par de esposas especiales diseñadas por un mecánico británico que se había tomado cinco años para fabricarlas. Antes, en 1901, en Colonia, Alemania, había hecho lo mismo con una cerradura diseñada por un mecánico alemán, un dispositivo supuestamente inexpugnable. Houdini fue acusado de fraude y llevado ante los tribunales, pero nadie logró probar que hubiera hecho trampa.

Luego subió la apuesta en sus shows: agregó mecanismos que ponían seriamente en riesgo su vida. El morbo convoca: cada vez hubo más espectadores de aquel escapismo extremo y sin red. Al estilo murciélago envuelto en sus alas, Houdini se colgó de las terrazas de edificios altos por los pies, cabeza abajo, encorsetado en chalecos de fuerza. Su cámara de tortura china causó furor: su cuerpo, también cabeza abajo, quedaba sumergido en una cámara acuática con los pies sujetos a la tapa de cierre hermética. Un telón cubría el dispositivo, a la vez rodeado por asistentes con hachas por si algo fallaba. Houdini lograba escapar a los cuatro minutos, pero la tensión psicológica que generaba era máxima. Cuando acumuló fama y dinero, se permitió alternar esa angustia con magias no letales, al menos para él: hizo desaparecer a un elefante en Broadway. Así llegó a ser un personaje célebre. El dinero le permitió disfrutar de otros placeres, como el cine y la aviación. En 1910, se convirtió en el primer aviador que sobrevoló Australia.

Espiritismo y farsa

La muerte de su madre, Cecilia Steiner, en 1913, acercó a Houdini al espiritismo. Uno de los impulsores fue Arthur Conan Doyle -creador de Sherlock Holmes-, espiritista convencido tras la muerte de su hijo en la Primera Guerra Mundial. Lo de Houdini en ese mundo extravagante duró poco: una médium intentó comunicarse con su madre, quien supuestamente le respondió en inglés. Steiner sólo hablaba una mezcla de alemán, húngaro y yiddish, lo que provocó la desconfianza de su hijo y, después, un rechazo que lo llevó a comandar una cruzada contra los “traficantes de la inmortalidad”. Aquella embestida racionalista incluyó a Conan Doyle, con quien Houdini pasó a confrontar, sobre todo después de que escapista desenmascaró una “actuación” de la esposa del escritor británico, médium famosa de la época. La lucha de Houdini contra ese tipo de engaños no terminó ahí. En 1923 demostró que el espiritista George Valiantine usaba un cableado para dar la ilusión de que una trompeta flotaba durante las sesiones. También dejó en evidencia a un supuesto médium, Nino Pecoraro, e incluso les apuntó a fotógrafos -como Alexander Martin- que aseguraban que podían capturar imágenes de gente muerta.

En este contexto, Houdini hizo un pacto con Beatrice para su etapa post mortem, anticipándose a “Ghost, la sombra del amor”; un acuerdo que surgió del escepticismo o, disculpen el oxímoron, de un escepticismo crédulo. La pareja estableció un código secreto para la posteridad: si alguna vez Harry se contactaba con su esposa a través de un médium, le diría diez palabras secretas que sólo ellos dos conocían; si no, Beatrice, comprobaría que el espiritista era un farsante. Después de la muerte de Houdini, Bess sufrió problemas económicos, tendencia al alcoholismo y el constante acoso de charlatanes que se postulaban para hacerle el contacto con su marido en el más allá. Durante años, fiel a la promesa, ella esperó que Harry se comunicara a través de la clave, que era: “Rosabelle-answer-tell-pray-answer-look-tell-answer-answer- tell”. Esa extraña sucesión de palabras provenía de un código secreto creado por los magos para comunicarse con sus ayudantes durante los números de mentalismo, salvo “Rosabelle”, que era la canción que Bess cantaba cuando ella y Harry se conocieron en tiempo en que eran dos jóvenes artistas que actuaban en un teatro de Coney Island, Nueva York. Él tenía 20 años y ella, 18.

El largo adiós

El 31 de octubre de 1936, diez años después de la muerte de Houdini en una cama de hospital, una muerte natural, Beatrice dio por terminada la espera póstuma y prefirió enfocarse en los años de felicidad y desdichas, los años concretos, que habían compartido acá, en la Tierra. Después de todo, como sabemos, sólo los recuerdos mantienen vivos a los seres queridos, sin mediadores. El día de Halloween de 1936, en la terraza del Hotel Knickerbocker de Hollywood, Bess puso en escena “The Final Seánce”, la última sesión, o el último acto, una especie de puesta que en el fondo era una despedida íntima y definitiva, y también un homenaje. “Después de seguir fielmente el pacto de diez años con Houdini, después de usar todo tipo de medios y sesiones, ahora es mi creencia personal y positiva que la comunicación espiritual en cualquier forma es imposible -dijo-. No creo que existan fantasmas o espíritus. El santuario de Houdini ha mantenido una vela encendida durante diez años. Ahora apago esa luz con reverencia. Esto ha terminado.
Buenas noches, Harry”.

Por Miguel Frías

Infobae

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