Necrológicas
  • – Héctor Jorge Castillo Ortiz

El espía que consiguió un dato clave de la Segunda Guerra Mundial, fue estafado por los nazis y murió pobre

Sábado 4 de Noviembre del 2023

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  • Elyeza Bazna, “Cicerón, se había infiltrado en la embajada del Reino Unido en Turquía. Allí, le sacaba fotos a documentos
    secretos y los vendía a los alemanes. Toda la información que se robó y cómo fue su vida tras el final del conflicto bélico.

 

 

Uno de los grandes espías de la Segunda Guerra, sino uno de los mejores, no jugaba para el servicio secreto de ningún país. No tenía ideología que defender, ni patria de pertenencia, ni propósito patriótico alguno, de hecho era casi un apátrida, pero sirvió a los nazis; lejos de la épica que goza toda actividad ligada al espionaje, sólo le interesaba el dinero; era un ladronzuelo de poca monta que vio el filón de robar documentos secretos y venderlos; también era un mentiroso crónico, un mitómano al que costaba creerle los buenos días; sus operaciones de espionaje pudieron cambiar el curso de la historia; sobrevivió a la guerra para descubrir que los nazis a quienes había servido, lo habían estafado y murió arruinado y solo en 1970.

El 26 de octubre de 1943, y cuando ya la Segunda Guerra Mundial se había vuelto contra los nazis en Stalingrado, un hombre se presentó en la embajada alemana en Ankara, Turquía. Pidió ver al secretario Albert Jenke. El visitante no era un desconocido para el diplomático: había sido su valet el año anterior, sólo que ahora se presentaba ante él con otro nombre. Dijo a Jenke que trabajaba en la embajada británica, que tenía unos documentos muy valiosos y que pedía por ellos veinte mil libras esterlinas: una fortuna.

La última jugada
del espía

Lo que Jenke hizo fue poner sobre aviso al agregado comercial de la embajada, Ludwig Carl Moyzisch, que no era ni agregado comercial ni nada parecido, sino un coronel de las SS que había sido enviado a Turquía por el Servicio de Informaciones de esas SS que dirigía Walter Schellemberg, bajo órdenes de Ernst Kaltenbrunner. Kaltenbrunner, que sería ejecutado en Núremberg en 1946, competía en materia de espionaje con el “Abwehr” que dirigía el almirante Wilhelm Canaris, a quien Adolfo Hitler hizo ahorcar en 1944, luego del atentado contra su vida llevado a cabo por Klaus von Stauffenberg.

Moyzisch recordaría años después aquel llamado de Jenke: “Me dijo que había recibido la visita de un sujeto que años atrás había estado a su servicio, que entonces se hacía llamar ‘Diello’ y que ahora decía llamarse “Peter”. Jenke me dio que el sujeto quería vendernos documentos de gran interés para Alemania y me rogaba que fuese de urgencia a la embajada porque el tal “Peter” estaba esperándome en el salón”.

Moyzisch corrió a la legación nazi en Ankara para toparse con el misterioso personaje. “En el saloncito me esperaba aquel individuo, arrellanado en un sillón, fumando muy nervioso. La prudencia más elemental aconsejaba no comprometer su estatuto diplomático. Apenas entré, aquel hombre que había dicho llamarse “Diello” y “Peter” se incorporó y sin más preámbulos me dijo: ‘Tengo algo muy importante”.

Diello, Peter o como dijera llamarse, era apenas uno de los nombres falsos que Elyeza, o Eliaza Bazna, si ese era su verdadero nombre, si algo hubo de verdadero en su vida, usó para ganarse la vida como saltimbanqui en aquella Europa en guerra. Turquía era neutral, o no había entrado en la guerra que no es lo mismo, y Alemania y los aliados se disputaban sus esquivos favores. El país era un hervidero de información secreta porque por sus canales de comunicación pasaban todas las instrucciones, resoluciones y avisos de desplazamiento y transporte de tropas y armamento que elaboraban en la Cancillería de Hitler y en la Gran Bretaña de Winston Churchill.

Las raíces de un espía

Bazna había nacido en julio de 1904 en Pristina, que hoy es Kosovo pero que entonces era parte del imperio otomano. Era turco, pero se sentía albano kosovar. Alguna vez contó que su familia había emigrado a Constantinopla, que desde 1930 era llamada Estambul. Allí, su padre, Yafiz Yasar, era guía de cazadores británicos: uno de ellos lo mató de un balazo al confundirlo en la espesura con un jabalí. Bazna contaba que su decisión de espiar contra Inglaterra tenía raíces en aquella tragedia: “Odiaba a los ingleses por el asesinato de mi padre. Entregué aquellos documentos a los germanos para vengar su memoria”, relató en su libro autobiográfico. La historia del padre asesinado nunca pudo ser confirmada y Bazna entregó secretos británicos más que por el recuerdo paterno, por veinte mil libras esterlinas primero y, luego de sucesivas entregas por un valor de cuatrocientas mil.

Funambulista en las redes de la guerra, Bazna hizo de todo en Ankara: fue botones de hotel, guía de turistas, mensajero, camarero, actor frustrado, cerrajero, fotógrafo, taxista y empleado de servicio en las embajadas de Yugoslavia, Suiza, Estados Unidos y Alemania, donde fue valet personal, significara eso lo que fuese, del secretario Jenke. Hablaba, con mayor o menor fluidez, seis idiomas: serbio, croata, turco, griego, francés, inglés y se hacía entender en un séptimo: alemán. En el verano del 43, Bazna, que decía ser viudo y con cuatro hijos, aunque otras fuentes lo ubican como separado de su mujer, estaba desempleado. De la embajada de Estados Unidos lo habían despedido porque un coronel no vio con buenos ojos que el empleado doméstico turco de la embajada se enredara en un romance con una súbdita americana que al parecer estaba en busca de emociones fuertes. A Bazna le avisaron entonces que la embajada británica buscaba un chofer con conocimientos de mecánica. Bazna tenía ambos, o creía tenerlos, o decía tenerlos y se presentó como candidato a chofer y mayordomo. En la embajada lo recibió el primer secretario del embajador, Douglas Busk que, años después, cuando estalló el escándalo de espionaje, reveló: “Me causó una excelente impresión. Hablaba varios idiomas y exhibió buenas referencias de las embajadas yugoslava y americana.” Esta última referencia, si era auténtica, estaba rubricada por el mismo coronel que había puesto a Bazna de patitas en la calle por sus aventuras sexuales. “Como aquella mañana habíamos despedido al ayuda de cámara del embajador, sir Hughe Knatchbull Hugenssen, -siguió Busk en su recuerdo– juzgué que el recién llegado podía sustituirle. Incluso el embajador. Incluso el embajador me felicitó semanas después por aquella elección”. El astuto Bazna había olvidado mencionar en sus referencias, un olvido lo tiene cualquiera, que había servido con el primer secretario Jenke de la embajada alemana, porque sabía que Jenke estaba casado con la hermana de Joachim von Ribbentrop, el canciller del Tercer Reich.

El truco del espía

La embajada británica en Ankara tenía un problema gordo: el embajador Hughe Knatchbull-Hugenssen. Era un hombre con muchos años en el Foreign Office, tal vez desbordado por el flujo de información que llegaba y salía de la embajada; era también muy meticuloso y un poco chambón, o confiado, o ingenuo. Bazna le birló primero la llave de su portafolio e hizo una copia. Después hizo lo mismo con la llave de una caja fuerte en la que Knatchbull-Hugenssen atesoraba sus documentos secretos, aunque años después dijo que había descubierto la combinación de la caja en una libreta privada del embajador. Bazna siempre tenía dos o más versiones de un mismo hecho. Por último, tenía libre acceso a las dependencias privadas del diplomático a cualquier hora del día y de la noche. Años después, recordaría: “El embajador era muy descuidado. Todas las noches transportaba a su habitación una cartera con documentos y los estudiaba una vez acostado. Cuando por fin conciliaba el sueño, yo entraba en su alcoba, tomaba un fajo de papeles, los fotografiaba en mi habitación y los devolvía después a su sitio”.

Frente al agregado comercial de la embajada alemana, que era un espía de las SS, Bazna le dijo que tenía en su poder documentos vitales para Alemania. Y puso condiciones. Le dijo, según relató luego Moyzisch: “Tengo material de mucho interés para ustedes. Quiero venderlo. Quiero dinero y más dinero. ¿Desea saber quién soy? El ayuda de cámara privado del embajador de Gran Bretaña. Ahora bien, escuche mis condiciones. Yo le entregaré un carrete de película fotográfica de documentos muy secretos. Usted me pagará veinte mil libras esterlinas en billetes de banco. Los demás carretes a razón de catorce mil libras. No estoy dispuesto a discutir mis condiciones; lo toma o lo deja. Si está conforme, nos encontraríamos mañana por la noche para la primera entrega”

Moyzisch, el agregado espía, pidió cuatro días de plazo para recibir el dinero de Alemania: “No tenemos esa cantidad de dinero en billetes del banco de Inglaterra”, le explicó. Moyzisch tuvo el dinero en sus manos cuarenta y ocho horas después. Le habían enviado cincuenta mil libras esterlinas en billetes de banco. La transacción libras por fotografías tuvo lugar en la embajada alemana. Con un gesto teatral, el espía alemán abrió la caja fuerte, sacó un fajo de billetes y, delante del espía sin patria, contó las veinte mil libras. Bazna le entregó un rollo de película de treinta y cinco milímetros. Moyzisch entonces, con otro gesto teatral, tomó el rollo y las veinte mil libras, que guardó de nuevo en la caja fuerte. “Un momento –dijo a Bazna– Antes quiero comprobar si su entrega vale tanto dinero”. Y Bazna, sin que se le moviera un pelo: “Me parece justo”.

Información que
era “oro en polvo” 

Moyzisch pasó a una habitación vecina, que albergaba un laboratorio fotográfico, y examinó los negativos: “Quedé asombrado: aquellas fotos valían tres veces la cantidad concertada. En todas las páginas podía leerse: ‘Most Secret. From Foreign Office to British Embassy’. Allí estaba consignada la lista completa del material de guerra entregado por Estados Unidos a la Unión Soviética durante los años 1942 y 1943. Un informe detallado sobre las conversaciones mantenidas en Moscú por Cordel Hull, Anthony Eden y Viacheslav Molotov (se refiere al Secretario de Estado de EE.UU y los cancilleres británicos y de la URSS) durante aquel mismísimo mes de octubre. Instrucciones del Foreign Office, dictadas por el propio Anthony Eden al embajador, sobre las conversaciones a mantener con el ministro de Asuntos Exteriores turco, Sükrü Saracoglu. Otro informe del embajador al Foreign Office, garantizando las buenas disposiciones de Turquía con respecto a Estados Unidos y Gran Bretaña, siempre y cuando ambas potencias garantizasen sus fronteras contra las ambiciones soviéticas, una vez terminada la guerra con la derrota del Eje”. Había treinta documentos de ese tipo. Era oro en polvo.

Al día siguiente, 31 de octubre, Moyzisch mostró al embajador alemán en Turquía la documentación por la que habían pagado veinte mil libras esterlinas. El embajador era Franz von Papen, el tipo que había creído que podría manejar a Hitler una vez que llegara al poder y había terminado medio arrumbado en Turquía. Ese oscuro destino diplomático suele esperar a los ingenuos que piensan que pueden controlar a los dictadores. Von Papen decidió ponerle nombre al espía y, como era un entusiasta del Imperio Romano, llamó a Bazna “Cicerón”, en homenaje a uno de los grandes estilistas, oradores y filósofos de la República romana.

El robo de
documentos

Así empezó un intenso trabajo de espionaje que duraría hasta abril de 1944. Bazna era un entusiasta de los documentos, los tenía al alcance de la mano por descuido, o ingenuidad, o exceso de confianza del embajador Knatchbull Hugenssen. ¿Cómo trabajaba el espía? Lo confesó en su autobiografía, si algo se puede creer de lo que allí cuenta. “¿Dónde y cómo efectuaba mi trabajo? En mi habitación situada en los sótanos de la embajada, como las de todo el servicio. Empleaba una cámara Leica, con el objetivo hacia abajo instalada en un trípode y con el papel a fotografiar alumbrado por una lámpara de cien bujías. También usé mi cámara “Contax”. Usó más que su cámara personal. Mientras fotografiaba los documentos, una mujer vigilaba las puertas: era Esra Duriyé, una chica turca de veintitrés años, cocinera de la embajada y amante de Bazna, que con los años se convertiría en su mujer.

Un caudal de
documentos secretos

Los documentos secretos aportados a los nazis por Bazna revelaron entre otros secretos la lista de agentes británicos que trabajaban en Turquía; los nombres y direcciones de agentes soviéticos que actuaban en la retaguardia de las líneas alemanas en el frente ruso; las fechas de salida y la carga con material de guerra de tres convoyes que zarparían de Estados Unidos rumbo a Turquía para aprovisionar a los soviéticos. Reveló también la ruta de los aviones que bombardeaban los campos rumanos de petróleo, objetivo de los nazis para apoderarse del combustible necesario para proseguir el esfuerzo de la guerra; dio detalles precisos del diálogo entre los “Tres Grandes”, Roosevelt, Churchill y Stalin, en la conferencia de Teherán de noviembre y diciembre de 1943.

Tantos eran los éxitos de “Cicerón”, que no supo que lo habían bautizado así hasta el final de la guerra, que los nazis empezaron a desconfiar. El canciller von Ribbentrop, sostenedor de Bazna al principio, dijo que la información que revelaba el espía era demasiado buena y se conseguía demasiado fácil para ser cierta. “Cicerón es un agente británico –sentenció– que nos entrega documentos elaborados por los ingleses para llevarnos a error. Investiguen a fondo sus antecedentes”. Von Ribbentrop sembró la duda porque estaba envuelto en una feroz interna: sentía un odio visceral hacia Kaltenbrunner, jefe de los servicios secretos, que había dado con un agente excepcional. Y Kaltenbrunner detestaba a su vez al embajador von Papen y trataba de reducir el éxito de su misión diplomática en Turquía, coronado por un espía de lujo.

Víctima de la
interna nazi

Esa lucha entre los nazis, hizo que el espionaje alemán dejara de lado la gran información aportada por “Bazna-Cicerón”: el espía reveló a los alemanes que el desembarco aliado en Europa sería en las costas francesas de Normandía, y que la gigantesca operación militar llevaría el nombre secreto de “Overlord” y sería comandada por el general estadounidense Dwight Eisenhower. Los alemanes no lo creyeron. Aun cuando todas las informaciones aportadas por “Cicerón” hubiesen sido veraces y anulaba la posibilidad de que fuese un agente doble, el dato sobre el desembarco aliado en el continente despertó las sospechas de los nazis. ¿Y si toda la información anterior había sido una excusa para filtrar ahora el dato falso del desembarco en Normandía? Por otro lado, Hitler estaba convencido de que el desembarco aliado sería en la costa francesa, pero no en Normandía sino en Calais, la ciudad que enfrenta el punto más próximo a las costas británicas. El Führer había negado incluso al mariscal Rommel el refuerzo de sus tropas en Normandía y había mantenido la dotación completa en Calais. ¿Le haría caso ahora a un ignoto espía turco? Así fue como los nazis dejaron de lado la información de “Cicerón”, que pudo cambiar el curso de la historia.

El fin del “topo”

Las aventuras de “Cicerón” terminaron por una indiscreción del embajador a von Papen. En una reunión con el ministro de Asuntos Exteriores turco, Sükro Saracoglu, von Papen le habló de cierta “buena disposición turca hacia Gran Bretaña y a Estados Unidos”. Saracoglu sospechó de inmediato que el alemán disponía de información secreta, o al menos reservada, de los británicos. Avisó de inmediato al distraído embajador Knatchbull-Hugenssen: “Atención, que en su embajada hay un “topo”. Días más tardes un grupo de agentes británicos llegó a Turquía para instalarse casi como interventores en la legación diplomática. El primero en notarlo fue Bazna. Volvió a entrevistarse con Moyzisch ya no para entregar información, sino para pedirla. “Tenemos que suspender nuestro trabajo por ahora: sospechan de todo el personal de la embajada a la que llegaron agentes del Intelligence Service enviados por Londres. Otra cosa, señor Moyzisch, su secretaria, Elizabeth Kapps es de origen judío y trabaja al servicio de los ingleses. ¿Conoce mi identidad?” Moyzisch le dijo que no y Bazna no le creyó. Días antes, había sido perseguido por un hombre en las calles de Ankara, que conocía a la perfección porque las había recorrido como taxista: eso fue lo que le salvó la vida. Días después de ese episodio, Bazna vio a la secretaria de Moyzisch en compañía de su perseguidor. En verdad, la mujer se había pasado a los ingleses. Bazna tomó una rápida decisión: regresó a la casa del embajador británico, destruyó todo su equipo, pidió unos días de licencia y se esfumó de Ankara con casi cuatrocientas mil libras esterlinas en los bolsillos. “Cicerón” había muerto.

El final de la guerra

En 1945, apenas terminada la guerra, Bazna y Duré se casaron. Nadie lo molestó nunca por su pasado de ladrón y espía: no sospecharon de él, ni de sus relaciones con los nazis. Él nunca dejó Turquía y, al parecer, tampoco viajó nunca a Brasil, como cita la película “Cinco Dedos”, otro de los apodos que usó Bazna, dirigida por Joseph Mankiewicz y protagonizada por James Mason y Danielle Darrieux que en 1952 contaba, o pretendía contar, las andanzas del espía.

Con “Cicerón” fuera de circulación, los espías y diplomáticos nazis se pasaron costosas facturas. Moyzisch fue convocado a Alemania por Schellemberg, mano derecha de Kaltenbrunner para responder a dos cargos graves: haber contratado a la secretaria Kapps, que se había pasado a los ingleses, y haber dejado ir a “Cicerón”. Moyzisch descargó toda la responsabilidad sobre el embajador von Papen de quien, sospechó, tenía las espaldas bien anchas para cargar con esas culpas pequeñas. Von Papen sobrevivió a la guerra y murió en mayo de 1969.

Moyzisch tuvo suerte de salir con vida de Berlín y regresar a su misión en Ankara y prestó, o creyó prestar, un gran servicio a “Cicerón”: destruyó todos los negativos y todos los documentos que podían acreditar su espionaje en favor de Alemania. Luego del desembarco en Normandía, tal como había anticipado “Cicerón” a los desconfiados alemanes, Turquía declaró la guerra al Reich y todos los alemanes fueron encerrados en campos de concentración, incluido Moyzisch, el espía de las SS camuflado como agregado comercial en la embajada en Ankara.

Un fortuna
que no era tal

Bazna y su mujer se radicaron en Estambul con parte de su fortuna que, en teoría, rondaba las cuatrocientas mil libras esterlinas. Sólo en teoría. Parte del capital lo habían invertido en oro, joyas y brillantes. También cambiaron algunas de las libras esterlinas entregadas por los alemanes en dólares americanos. Vivieron con discreción y sencillez, si bien Bazna deambuló por algunas salas de fiesta con su frac nuevo de súbito burgués sobreviviente de la guerra. Después, se lanzó al mundo de los negocios. Primero fue contratista de obra pública y fracasó. En 1952, ideó la construcción de un hotel de ciento cincuenta habitaciones. Para financiar su proyecto, ahora sí echó mano al resto de las libras esterlinas que guardaba en la caja fuerte de un banco. Eran falsas.

Los alemanes habían engañado a Bazna como a un chico. A lo sumo, habían pagado con dinero real la primera partida de veinte mil libras a cambio de aquel tesoro informativo que había fascinado a Moyzisch. Tal vez la segunda partida de dinero, hasta completar las cincuenta mil libras que habían viajado desde Alemania a Turquía en tiempo récord, haya sido legítima. El resto de las cuatrocientas mil libras eran parte de las toneladas de dinero falsificado que los alemanes habían lanzado al mercado en la llamada Operación Bernhard, que tenía como destino carcomer la economía británica. Eran falsificaciones casi perfectas. Pero Bazna quedó en la ruina.

Renace “Cicerón”

El escándalo de las libras falsas hizo renacer a “Cicerón” de sus cenizas. Moyzisch, que también sobrevivió a la guerra, reveló gran parte de la historia. Quienes habían sido sus jefes ya no podían hacerlo: Joachim von Ribbentrop, Ministro de Asuntos Exteriores del Reich y responsable de la deportación de miles de personas de toda Europa a los campos de la muerte, fue el primero de los jerarcas nazis en ser ejecutados en Núremberg en la madrugada del 16 de octubre de 1946. Ernst Kaltenbrunner, jefe del espionaje alemán, de la Gestapo y responsable de los campos de concentración del Reich, fue ejecutado minutos después de von Ribbentrop.

Bazna aprovechó el retorno de “Cicerón” del pasado para escribir su biografía que, en español se tituló “Yo fui Cicerón”. En esas páginas, recreó, rearmó, hizo y deshizo sobre su vida, sus dichos y sus operaciones de espionaje, tanto como las películas que también lo hicieron famoso. Ni el libro ni las películas le dieron lo que más ansiaba: dinero, que era la única razón que lo había impulsado a ser espía de Hitler.

Un vano intento
ante la justicia

En 1954 se instaló con su mujer en Múnich, ella trabajaba como enfermera y él en lo que podía: había regresado al alambre del funambulista que se emplea en lo que puede. Recurrió entonces a la justicia de aquel país para el que había espiado, que estaba devastado por la guerra y en plena reconstrucción. Envió una carta al canciller Konrad Adenauer para que le fueran aceptados, y pagados, sus servicios a Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Su lógica era la siguiente: “Yo presté mis servicios a un Gobierno alemán anterior. Me pagaron con billetes falsos. Fue una defraudación, con abuso de confianza y engaño. Por consiguiente, el Gobierno de Alemania Federal debe indemnizarme con una cantidad equivalente a la defraudada, más los intereses y aumento por devaluación en poder adquisitivo de la libra esterlina. Un abogado alemán lleva mis asuntos. Alemania Federal ha sentado un precedente con la indemnización a los judíos, yugoslavos, griegos y qué sé yo cuántos perjudicados más. ¿Por qué no a mí?”

Bastante ocupado estaba Adenauer, a nueve años del fin de la guerra, como para atender los reclamos de un ex espía nazi. De todas maneras, la justicia respondió a la demanda de Bazna. La denegaron por “inaceptable e inmoral”. Insistió entonces con un juicio penal por estafa, para que el gobierno federal lo resarciera de los daños causados por “la trampa que habían urdido en su contra los servicios secretos del Tercer Reich”. Tampoco tuvo éxito.

El espía sin patria que pudo cambiar el curso de la historia, vivió en la pobreza y murió en Múnich, el 21 de diciembre de 1970. Tenía sesenta y seis años.

Por Alberto Amato

Infobae

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