Necrológicas
  • – Héctor Jorge Castillo Ortiz

Barro imperial

Por Alejandra Mancilla Domingo 3 de Diciembre del 2023

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¿Se puede ser imperial dentro de los límites del propio territorio? ¿Cuenta una acción o una política como colonialista cuando no se la impone a sujetos lejanos allende el océano, sino a aquellos que habitan en el corazón del imperio? Estas son algunas de las preguntas que plantea James Boyce en Barro Imperial (Imperial Mud, en el original inglés). Boyce, historiador australiano, relata la historia de los fens ingleses, un gran pantanal que ocupaba buena parte del este del país hasta que fue progresivamente drenado para ser ocupado para la agricultura y ganadería convencional.

Boyce describe los fens como un delta lleno de vida, comparable con el del Nilo y el del Amazonas en cuanto a diversidad de especies, y habitado por gente que, durante siglos, aprendió a adaptarse a las inundaciones periódicas en lugar de evitarlas. Las características del terreno, además, hicieron fácil el uso de tácticas de guerrilla cada vez que algún invasor trató de subyugarlos: vikingos y normandos trataron sin éxito de batir, hundidos en el barro, a quienes sabían cómo navegarlo.

Los Fennish eran un ejemplo de resiliencia. En su mayoría pequeños propietarios, vivían de una mezcla de agricultura de subsistencia y de pesca, caza y recolección de los frutos que el fen les proporcionaba: anguilas y aves acuáticas, juncos para construcción y turba como fuente de energía. Hasta que los aires de “desarrollo” y la entrada forzada al circuito de producción capitalista transformaron por completo el paisaje, la cultura y la gente. Desde el siglo XVII, la Corona inglesa se empeñó en drenar los campos para dividirlos en el proceso conocido como “cercamiento” (enclosure), donde miles perdieron sus hogares y terminaron desplazados a la ciudad o a otras colonias del imperio. Los holandeses especialistas a cargo de la operación, sin embargo, tuvieron que vérselas con la oposición de los locales. Durante más de un siglo, la resistencia de los Fennish hizo difícil el avance de las obras de ingeniería, y no fue sino con el uso de la violencia institucional que el gobierno central logró su objetivo. Incluso entonces, los drenadores no podían estar seguros de que sus trabajos no serían desmantelados por los habitantes del lugar: las presas se rompían en medio de la noche, el ganado se dejaba suelto por los campos sembrados, y los pueblos, como Fuenteovejuna, se declaraban responsables al unísono. 

La paradoja del drenado, que se ve clara cuando se atraviesa ese rincón de Inglaterra, es que, cuanto más se drena para canalizar el agua, más se hunde el terreno, lo que requiere de bombas cada vez más potentes para evitar inundaciones. Holme Fen, el punto más bajo de Inglaterra, se ubica tres metros bajo el nivel del mar. Los campos de cultivo, los caminos y los pueblos muchas veces se encuentran más bajo que los canales y pequeñas lagunas. Si a eso se le suman las tormentas y las precipitaciones extremas que ha traído el cambio climático, se siente que la lucha contra el pantano se volverá cada vez más ardua.

Para Boyce, la historia de los fens es la historia de destrucción de una manera de vida comunal, donde el uso de los recursos se regulaba de manera comunal, y su reemplazo por la tenencia individual de tierra y la apertura al capitalismo (con la obligada conversión de campesinos independientes en trabajadores asalariados). Es también una moraleja de lo que pasa cuando tratamos de remar contra en lugar de con la naturaleza. Es, por último, un excelente ejemplo de cómo el “modo” imperial o colonial sucedió tanto fuera como dentro del imperio británico. Los Fennish fueron un grupo más de “nativos” a quienes la Corona impuso sus maneras contra su voluntad. Tímidos intentos por recuperar los fens están trayendo la vida acuática de vuelta, pero las costumbres y cultura ya no podrán volver. El “barro imperial” que las reemplazó es un triste recordatorio.

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