Tasa de natalidad a la baja: legítimo proyecto personal v/s posible colapso social
Los datos entregados por el Registro Civil a principios de esta semana vienen a ratificar un fenómeno que, lento y silencioso, se viene dando como tendencia hace tiempo: nuestra población está envejeciendo mucho más rápido de lo proyectado; pero lo más grave se observa en la baja constante de nacimientos que permitan la renovación. El año pasado nacieron 173.920 chilenos y chilenas, la cifra más baja en la última década. Como dato relevante, para que una población presente un nivel óptimo de renovación de sus habitantes debería registrar un 2,1, es decir, dos hijos y fracción por pareja; lo que contrasta con la tasa de natalidad actual que se encuentra en un 1,3.
Se observa una gran cantidad de fenómenos asociados a esta dinámica, tanto en su relación atribucional como en sus posibles consecuencias. Por motivo de espacio sólo analizaremos algunas, referidas a aspectos personales, sociales y culturales que se integran en la realidad.
La opción de asumir la maternidad o paternidad, en general, no resulta atractiva para las nuevas generaciones. Desde aspectos relacionados con un proyecto de vida en que se priorizan otros factores como el desarrollo profesional u otras actividades (lo que es muy legítimo), hasta la evaluación de lo costoso que resulta mantener hijos en su desarrollo. Las nuevas generaciones poseen una educación sexual más completa que sus antecesoras, por lo que manejan estrategias anticonceptivas que les permiten la libertad de elegir, lo que resulta muy positivo, pues asumir la llegada de un hijo o hija debe ser una decisión responsable, libre y planificada. Y este punto resulta interesante de analizar, pues lo que pareciera pertenecer a lo personal, presenta elementos relacionados con la influencia social de estratos cogeneracionales. Una de estas tendencias se observa en que muchos jóvenes parecen haber trasladado sus necesidades de entregar protección, apoyo, cariño y cuidado a sus mascotas, en desmedro de una proyección en que se asuma la maternidad o paternidad. Y es que no tiene nada de malo tener una mascota, al contrario, se ha demostrado que trae aparejados beneficios a la salud mental pues acompañan y se crea un lazo afectivo positivo; lo que llama la atención es la humanización, a veces hasta caricaturezca, que ejercen sus dueños en sus animalitos, al punto que en ocasiones se podría comparar con la relación de una madre o un padre y su bebé.
Otro aspecto a citar es que nuestras representaciones mentales, producto de nuestra experiencia, van creando nuestras ideas y concepciones del mundo, lo que inevitablemente trae aparejado la valoración de éstas. Se ha pasado desde generaciones que tenían la premisa casi incuestionable que la pareja tenía como tarea, probablemente la más importante, constituir una familia con la llegada de los hijos, en etapas como la juventud (después de los 20), e incluso en la adolescencia si nos remontamos algunas décadas más. Hoy en día, el matrimonio civil como contrato legal es cada vez menos frecuente y las separaciones van en aumento, lo que no favorece la estabilidad que podría fomentar tener hijos. Si a esto le agregamos a aquellos(as) jóvenes que hoy descartan, o dudan, convertirse en padres o madres debido a no tener modelos gratificantes cuando fueron niños(as), podemos comprender las aprensiones emocionales a la base que justifican su decisión. Por otra parte, no olvidemos que desde principios de los 90s que se viene analizando la tipología del “hombre light” que planteó el psiquiatra español Enrique Rojas, en que se presentaba a individuos (hombres y mujeres) centrados en sus propias necesidades y con estilos individualistas, muchas veces superficiales, con rechazo a los compromisos estables y privilegiando relaciones desechables en que no se comprometa la intimidad profunda. Si bien se refería (en ese tiempo) a aspectos sociales, laborales y de pareja, no es difícil extrapolar la influencia esperada en la temática que estamos abordando.
Este fenómeno se observa a nivel mundial, al punto que algunos países han establecido incentivos para que las parejas procreen. Expertos explican que estos esfuerzos no han dado resultados significativos, hipotetizando que los beneficios económicos no cubren la proyección práctica de tipo económico. Personalmente, creo que el problema es mucho más complejo que eso, pues colisionan aspectos legítimos, como lo son las necesidades sociales para mantener una comunidad viable económicamente, lo que es un proceso lento e incluso imperceptible (hasta que lleguen los problemas prácticos, como la imposibilidad de la masa productiva para mantener a una población pasiva), hasta los de tipo personal, en que a diferencia de los primeros, cada individuo los experimenta cotidianamente, defendiendo la libertad de hacer con su vida lo que estime conveniente, sin ser presionado ni juzgado por la sociedad mientras no perjudique a otros. Por eso, parece inevitable preguntarnos qué pasa con las políticas que favorecerían a la familia, no sólo en lo económico y social, también en lo educacional, para que las nuevas generaciones contemplen que el trascender como madre o padre puede resultar tan gratificante como compatible con sus proyectos de vida.