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La violencia que nos mata

Por Marcos Buvinic Domingo 21 de Julio del 2024

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La crisis que la violencia delictual ha desatado en el país a todos nos tiene muy preocupados; es una violencia que nos mata, y lo hace de muchas maneras. La pregunta que da vueltas en muchas conversaciones es: ¿qué se puede hacer ante tanta violencia y ante la normalización de ella? Son conversaciones en las que abundan el temor y la impotencia; eso es hasta que aparece uno que dice “aquí lo que hay que hacer es…”, pero siempre los que dicen que saben lo que hay que hacer terminan proponiendo un golpe fuerte en la mesa, mostrando que no han aprendido nada de la historia, y que con eso no han arreglado ni siquiera los problemas en su casa, sino que los han hecho mayores. 

Si bien lo que vivimos en Punta Arenas es cierta “tranquilidad”, comparada con el resto del país, los que somos de acá sabemos cómo y cuánto ha cambiado nuestra forma de vida fundada en el respeto mutuo, la amabilidad y la colaboración. Los turistas santiaguinos, los nortinos en general, que vienen a disfrutar de las bellezas de la Patagonia dicen: “¡qué ciudad más tranquila!”, pero acá sabemos bien lo individualista y agresiva que se ha puesto la convivencia, así como el creciente ingreso y consumo de drogas se vuelve un cáncer que va destruyendo la calidad de vida que conocíamos y disfrutábamos.

Las situaciones complejas, como la inseguridad que vivimos por la violencia delictual, requieren un análisis sereno y la compleja búsqueda de acciones eficaces. Eso lo saben bien las autoridades que han podido ir viendo que la seguridad es el derecho fundamental que el Estado debe brindar a los ciudadanos, pues sin ella todo se hace incierto y el temor paraliza no sólo la economía, sino todas las relaciones de confianzas básicas de la sociedad; sin seguridad no hay derechos por los que empeñarse, más que tener seguridad. Así, la normalización de la violencia sólo genera nuevas formas de violencia que se instalan como hábitos. 

¿Cuánto nos demoraremos en recuperarnos de todo esto? Recuperarnos no sólo en lo económico, sino anímicamente y en las relaciones sociales. Recuperarnos de lo que significan millares de niños y jóvenes que no estudian, sino que en los delitos violentos ven un futuro glorioso. Recuperarnos de ser el país americano con mayor consumo de drogas (¡un país de “volaos”!). Recuperar y reconfigurar virtudes como la laboriosidad, la sobriedad, el respeto en la convivencia, la necesaria disciplina en la vida social, el sentido de familia, la colaboración mutua y solidaridad, etc… y la lista sería muy larga.

Hace unos días, conversando con un vecino de mi población, me decía: “si me asalta un ‘volao’ y yo me defiendo y le doy duro, ¿me van a creer que fue en defensa propia?, ¡si hasta a los carabineros los meten presos cuando se defienden de los delincuentes!”. Ese temor cotidiano ante el cual muchos se sienten solos, indefensos e impotentes, unido a la desconfianza en las instituciones, va encerrando a las personas y carcomiendo los mejores deseos de una vida buena para todos.

Se trata de una situación muy compleja, y las soluciones son, por tanto, también muy complejas. Algo que parece claro es que se requieren acciones que conciten unidad y confianza, que las autoridades tomen medidas y acciones eficaces, que las policías sigan haciendo su trabajo y tengan el apoyo necesario, que el sistema judicial no sea una puerta giratoria por la que entran y salen los delincuentes, que la corrupción -en cualquier forma, pequeña o grande- tenga una potente sanción social, moral y legal, que todos los partidos políticos y los que actúan en política -¡tan mal evaluados por la ciudadanía!- puedan mostrar que es verdad que les importa el bien común y no busquen obtener, en esta crisis de violencia, ganancias políticas y descrédito de los adversarios, pues se trata de una crisis que está trayendo mucho dolor y sufrimiento a tantas personas, a tantas familias y nos afecta a todos. ¿Es mucho pedir?

Los que somos creyentes no dejamos de invocar al Señor Jesús para que ilumine a todas las autoridades en la búsqueda de soluciones eficaces, que proteja a los policías que enfrentan la violencia de los narcotraficantes y de todos los delincuentes, que a todos nos conceda la entereza de ánimo para seguir creyendo que es posible un país mejor para todos, y que en nuestra vida de cada día podamos vivir eso de “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz”.  

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