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“No se puede ser cristiano y nazi”: el pastor alemán que luchó contra Hitler y fue ejecutado en un campo de exterminio

Miércoles 24 de Julio del 2024

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En junio de 1932, unos seis meses antes de que Hitler fuera nombrado canciller, el Reverento Pastor Dietrich Bonhoeffer predicó en la iglesia conmemorativa del Kaiser Wilhelm en Berlín. “No debería sorprendernos que para nuestra iglesia vuelvan a llegar tiempos en los que se exija la sangre de los mártires”, advirtió a los asistentes al servicio. Sus palabras fueron proféticas. El 9 de abril de 1945, el teólogo protestante fue asesinado en el campo de concentración de Flossenbürg, en Baviera. Fue condenado a muerte por un consejo de guerra el 5 de abril de 1945, y su acta firmada por el propio Hitler, justo un mes antes del final de la guerra. ¿Qué fue lo que llevó a este pastor de la Iglesia a ser condenado a muerte? Veremos el porqué.

Bonhoeffer nació en Breslau, Alemania (hoy Breslavia, Polonia) en el seno de una familia de la alta burguesía prusiana que integraba la élite cultural berlinesa. Su padre, Karl Ludwig Bonhoeffer (1868-1948), era profesor de psiquiatría y neurología, director de la clínica psiquiátrica de la Universidad de Breslau. Su madre fue la pianista Paula von Hase, nieta del teólogo Karl von Hase -predicador de la corte del Kaiser Guillermo II- e hija de Klara von Hase, que había sido pupila de Clara Schumann y Franz Liszt, que tomó parte en la educación de sus ocho hijos (Karl-Friedrich, Walter, Klaus, Ursula, Christine, Dietrich, Sabine, Susanne). La familia se mudó a Berlín en 1906. Cuando tenía 8 años de edad, Bonhoeffer vivió los horrores de la Primera Guerra Mundial, en la que murieron uno de sus hermanos y tres primos.

Estudió en la escuela secundaria de Grunewald junto con su hermano Klaus, y a los 17 años comenzó sus estudios de teología en la Universidad de Tubinga. Dos años después los continuó en la Universidad de Berlín. En 1927, a la edad de 21 años, se doctoró con distinción “summa cum laude” con la tesis “Sanctorum Communio”.

Luego se trasladó a Barcelona para asumir la vicaría de la Iglesia Luterana. Posteriormente regresó a Berlín y en 1930 presentó su tesis de habilitación titulada: “Acto y Ser: Filosofía Trascendental y Ontología en Teología Sistemática”. Como aún era muy joven para ser ordenado, aprovechó para viajar ese año a Nueva York. Ese viaje lo marcó: en las parroquias de Harlem aprendió sobre la pastoral práctica y abordó cuestiones de paz y racismo. Al regresar a Alemania, dio conferencias sobre historia de la teología en la Universidad de Berlín. Desde el principio, Bonhoeffer reconoció el potencial inhumano y totalitario que había en el nacionalsocialismo. Finalmente, el 11 de noviembre de 1931, a la edad de 25 años, fue ordenado como pastor luterano.

En la Universidad de Berlín enseñó Teología y escribió varios libros. Opuesto firmemente al nazismo y a la claudicación de las iglesias alemanas frente a Hitler, participó junto con Karl Barth, Martin Niemöller y otros en la fundación de la Bekennende Kirche (Iglesia Confesante o Iglesia de la Confesión, de teología luterana no oficial). En abril de 1933, en una conferencia ante los pastores berlineses, Bonhoeffer insistió en que la resistencia política se hacía imprescindible. Entre finales de 1933 y 1935 sirvió como pastor de dos iglesias germanófonas protestantes en Londres

A fines de 1935, regresó a Berlín y se hizo cargo de la dirección de un centro de formación de vicarios, ilegal desde el punto de vista del estado. Aquí desarrolló su ideal de vivir juntos “en un estricto estilo de vida cristiano, en la oración, la meditación, el estudio de las Escrituras y la discusión fraterna”. En agosto de 1937, el Reichsführer de las SS, Heinrich Himmler, finalmente prohibió estos centros de formación de la Iglesia Confesante no oficial.

Bonhoeffer entró en contacto con la resistencia a través de su cuñado Hans von Dohnanyi y fue parte importante de ese grupo. Se benefició con los numerosos contactos ecuménicos que pudo establecer, incluso como pastor extranjero en Londres. Viajó varias veces fuera de Alemania: Suiza, Noruega, Suecia e Italia e intentó, como pudo, salvar a cuantos eran perseguidos por el régimen nazi.

Su prédica desde los púlpitos resultó intolerable para el nacionalsocialismo. En una transmisión de radio poco después de que Hitler llegara al poder, pidió que se limitara el poder del “líder” y del gobierno mediante el orden constitucional, dado que el Führer deseaba, cada vez más, abarcar el poder absoluto del estado germánico. Bonhoeffer vio como deber de la iglesia involucrarse contra este movimiento que negaba toda concepción de las religiones abrahámicas. No podía comprender como pastores evangélicos y sacerdotes católicos abrazaban el movimiento nazi, algo totalmente incompatible con el evangelio. Para él, se era nazi o se era cristiano. De ninguna manera se podía ser un buen cristiano en el templo y luego ser un fiel nazi en las calles. “Cristo en la cruz abarca la totalidad del ser humano en todas sus dimensiones, abajo y arriba, a la derecha y a la izquierda. Y así como no podemos separar a Cristo de esta dimensión total; tampoco los cristianos pueden separar su fe de la doctrina política que practican, ambas deben ser coherentes o no ser nada en absoluto”, predicaba.

El Sábado Santo de 1933 escribió su ensayo “La Iglesia ante la cuestión judía”: en él hacía de la defensa de los derechos humanos un deber de toda la Iglesia. “La iglesia está incondicionalmente comprometida con las víctimas de todo orden social. Sólo aquellos que gritan por los judíos pueden cantar y alabar al Señor en su comunidad eclesial”, escribió.

Bonhoeffer tiene importancia por su ecumenismo y sus esfuerzos en favor de la paz mundial. En 1934, en el Consejo Mundial para la Praxis Cristiana, dijo: “¿Cómo se podrá establecer la paz? ¿Quién llamará a la paz, de modo que el mundo entero se vea obligado a escuchar su voz y los pueblos se sientan felices por su mensaje?… Sólo un gran concilio ecuménico de la Santa Iglesia de Cristo de toda la tierra puede proclamar que el mundo entero deberá escuchar, aún a regañadientes, la palabra de la paz, y que todos los pueblos deberán sentirse felices de que esa iglesia, en nombre de Cristo, les quite a sus hijos sus armas de las manos, les prohíba la guerra y proclame la paz de Cristo sobre un mundo tan exacerbado”.

En un sermón pronunciado en su parroquia advierte que: “Mantener silencio ante el mal, es el mal en sí mismo: Dios no nos juzgará como inocentes. No hablar, es hablar. No actuar, es actuar. Por tanto, para todos los cristianos una regla esencial de la vida cristiana comunitaria es que nadie se permita pronunciar una palabra secreta sobre otro. Está claro que aquí no nos referimos a la corrección fraterna personal. Lo que se proscribe es la palabra oculta que juzga al otro, incluso cuando se pretende ayudar, y la intención es buena; pues es precisamente bajo esta apariencia de legitimidad por donde mejor se infiltra en nosotros el espíritu de odio y de maldad. Pero estamos atentos: Dios no creó a mi prójimo como yo lo hubiera creado. No me lo dio como un hermano a quien dominar, sino para que, a través de él, pueda encontrar al Señor que lo creó, pueda ver en el otro a Cristo mismo. La iglesia sólo es iglesia cuando existe para los demás. Para empezar, debe dar a los indigentes todo cuanto posee. (…) La iglesia ha de colaborar en las tareas profanas de la vida social humana, no dominando, sino ayudando y sirviendo. Ha de manifestar a los hombres de todas las profesiones lo que es una vida con Cristo, lo que significa ser para los demás. Por tanto nadie, nadie, nadie puede ser cristiano y pertenecer al nacional socialismo”

A Bonhoeffer el régimen nazi le prohibió enseñar, escribir e incluso predicar en 1940. En su “Etica” explica que la Iglesia había fracasado: “…guardó silencio cuando debería haber gritado, porque la sangre de los inocentes clamaba al cielo”.

El 5 de abril de 1943 fue detenido junto a otros compañeros por conspiración y traición al Estado y encerrado en la cárcel de Tegel, en Berlín. En octubre de 1944 fue trasladado a los calabozos de la Seguridad del Estado en Múnich. Pero aún desde la cárcel seguía escribiendo. El mismo Hitler firmó la orden para que fuera ejecutado. La fecha sería el 9 de abril. Veinte días después, el Führer se suicidó en el búnker de la Cancillería.

Fue trasladado al campo de concentración de Flossenbürg, en Baviera. Antes de su ejecución se postró de rodillas y orando fervorosamente miró al cielo, luego se levantó y con total tranquilidad y fue hacia el cadalso para él preparado: un gancho en la pared. La última frase que registró es: “Este final no es otra cosa, para mí, que el comienzo de la vida”. Se le obligó a desnudarse por completo y del gancho en la pared se ató una cuerda para ser ahorcado. Luego de la certificación de su muerte, su cadáver fue incinerado. Un testigo de la misma anotó: “Se arrodilló a orar antes de subir los escalones del cadalso, valiente y sereno. En los cincuenta años que he trabajado como doctor nunca vi morir un hombre tan entregado a la voluntad de Dios”

El 9 de abril del 2015, el cardenal de la Iglesia Católica Gerhard Ludwig Müller honró al luchador luterano pastor Dietrich Bonhoeffer en el 70º aniversario de su muerte y lo puso como modelo a seguir para el ecumenismo actual: “…protestantes y católicos se encontraron en una situación de confesión compartida y martirio. Mientras una ideología que despreciaba a Dios y al hombre amenazaba con destruir el cristianismo, surgió una nueva conciencia del fundamento común que une a todos los cristianos. Éste constituye la fuente y la raíz de la que surge el crecimiento de la fe y la verdadera unidad. Éste es el único camino para que el ecumenismo pueda avanzar. Querer ser cristiano, definirse en términos de Cristo y también hacer propia la gran tradición espiritual”.

Numerosas escuelas y calles llevan su nombre. En el muro oeste de la Abadía de Westminster en Londres, en la galería de los mártires del S. XX una estatua conmemora a Bonhoeffer, junto a Martin Luther King, Oscar Romero y Maximiliano Kolbe e Isabel Fiódorovna Románova, entre otros.

Por Gerardo Di Fazio

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