La tregua olímpica
Marcos Buvinic Martinic
Ciertamente, la vida no es un juego, pero el juego sí es parte de la vida, y en estos días, las Olimpiadas que se desarrollan en París son una muestra de la habilidad, talento y belleza que el deporte, el juego y la competencia pueden ofrecer. Estos Juegos son una fiesta del deporte que nos permite disfrutar de toda su belleza y variedad, si logramos hacernos algún espacio en medio de las tareas cotidianas para ver alguna competencia.
Al mismo tiempo, estos Juegos nos ofrecen una saludable pausa, y se podría decir que son una tregua sicológica en medio del estrés cotidiano y de las complejas situaciones que enfrentamos personalmente y como sociedad. No es una tregua alienante, sino una pausa para asombrarnos y disfrutar con esa combinación de habilidad, destreza, esfuerzo, belleza, disciplina, talento y fortuna que hay en las competencias deportivas, así como de la colaboración del trabajo en equipo.
Pero esto de la tregua olímpica va más allá del disfrute de los Juegos en la pantalla televisiva, o podría ir más allá, como sucedía en la antigua Grecia. Desde el siglo VIII a.C., se realizaban las antiguas Olimpíadas (en la ciudad de Olimpia), y durante los Juegos cualquier conflicto que había entre las ciudades-estado que participaban, quedaba suspendido hasta el final de dichos Juegos, se le llamaba “tregua olímpica”. Este acuerdo de paz comenzaba una semana antes del inicio de los Juegos, y terminaba una semana después de las competencias; buscaba, por una parte, garantizar la seguridad de tránsito de los atletas, peregrinos, artistas, comerciantes y personas que se desplazaban hacia los Juegos y, por otra parte, buscaba asegurar la convivencia pacífica y el sentido de la sana competencia en las pruebas deportivas. ¡Mire, usted, qué sabiduría la de los antiguos griegos!
Sucede que esa “tregua olímpica” también es proclamada en la actualidad por las Naciones Unidas, y esto se hace desde 1994. De la misma manera, con ocasión de estos Juegos, una treintena de Premios Nobel en distintas áreas del conocimiento han publicado una carta con un apremiante llamado a la paz, unidos al Papa Francisco, al Dalai Lama, al Patriarca ortodoxo Bartolomé, así como varios representantes del islam y del judaísmo, donde dicen: “que los miles de millones de personas que verán los Juegos, se unan para pedir la paz. Que nuestros hijos nos sobrevivan”, y recuerdan que en este momento hay en curso 55 conflictos bélicos que matan a miles de personas y destruyen la vida de pueblos enteros.
Sin embargo, la tregua olímpica, que era una sagrada tradición en la antigüedad y uno de los pilares de las Olimpiadas, hoy no pasa de ser la manifestación de un deseo de los organismos internacionales y de diversas personalidades relevantes. Las guerras en Ucrania, en Gaza, los conflictos en Venezuela, la violencia de los narcotraficantes y criminales, hacen que el llamado a la paz quede como un buen deseo que no es escuchado por los violentos.
Entonces, aquí estamos, usted y yo, disfrutando de las imágenes de los Juegos Olímpicos que nos trae la televisión, y… ¿qué podemos hacer?
Lo primero y fundamental, es renovar un compromiso personal por la paz, que significa descartar la violencia, siempre y en cualquier situación, como un camino válido para enfrentar cualquier tipo de conflictos. Sin esta convicción y decisión personal, seguimos arrastrando agresividad y violencia en la convivencia cotidiana.
También, contemplar y disfrutar de los Juegos es una ocasión para volver a acoger los valores que nos transmite el deporte, los cuales educan en muchos ámbitos de la vida personal y social. Por ejemplo, la práctica deportiva educa en la responsabilidad y el compromiso, crea hábitos de disciplina, permite que las personas interactúen con respeto y valorándose mutuamente; en la práctica del deporte aprendemos a respetar las reglas del juego y no hacer trampas (¡qué importante y necesario es esto para la formación ética de los ciudadanos de nuestro país!). En el deporte de competencia se busca ganar, pero también aprendemos a tolerar la propia frustración cuando perdemos y valorar los méritos de otros. También, el deporte en equipo educa mucho, precisamente en eso, en el trabajo en equipo y en la colaboración mutua. En realidad, el potencial educativo de la actividad deportiva es enorme y, además, es entretenido.
En su mensaje con ocasión de los Juegos Olímpicos, el Papa Francisco ha dicho: “Deseo que este evento pueda ser un signo del mundo inclusivo que queremos construir y que los atletas, con su testimonio deportivo, sean mensajeros de paz y modelos válidos para los jóvenes. Al final, el auténtico espíritu del deporte, crea un puente de relación pacífica con el otro y así ser artífices de la paz”.