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– Juan Carlos Romero Anabalon

– Franklin Chávez Serey

“Aún tenemos Cueca” (Parte 1)

Por Marino Muñoz Aguero Domingo 22 de Septiembre del 2024

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Como cada septiembre, vuelve nuestra música típica o criolla a los diales de las radios, a los colegios y a celebraciones variopintas, oficiales y no tanto, también. En apariencia, es la época del año en la que “debemos” escuchar nuestra música, algo así como tratar de ser el mejor hijo para el Día de la Madre, o el mejor deudo; el primero en llegar temprano en la mañana el 1 de noviembre a esperar que abran las puertas del cementerio.

Afortunadamente, de un tiempo a esta parte -dos o tres décadas podríamos aventurar- percibimos que nuestra música ha sido relevada, en especial la cueca, gracias a los interesantes trabajos y presentaciones de nuevas agrupaciones que la han difundido, pues la cueca nunca desapareció. Ello, asumido en el sentido amplio del término, ya que la cueca va más allá del baile: los entendidos se refieren al arte y oficio de “cuequear”, esto es, el despliegue de habilidades de canto, verso y fraseo, donde se miden las fuerzas y no se aceptan errores, verdaderos duelos que se transforman en una cuestión de honor, con códigos (y a veces, no tanto) que deben respetarse.

Sobre los orígenes de la cueca hay distintas teorías, pero sí parece haber consenso respecto de su expansión en Chile en el siglo XVIII, país que la declara Danza Nacional en 1979 (el ritmo goza también de cierta popularidad en Argentina y Bolivia).

Inicialmente interpretada con canto y guitarras, la cueca copaba los salones aristocráticos y los sitios populares, con letras asociadas generalmente al ambiente campesino, para luego, en el siglo XX definirse los estilos en función de los ambientes ya citados.  

Entonces la cueca se hizo cada vez más popular en la ciudad se hizo “urbana”, disociándose del campo y reinando en las chinganas, conventillos, quintas de recreo, casas de canto, mercados y vegas, ferias, estaciones de trenes, barrios bravos, casas de “niñas”, mataderos, fondas marginales, los puertos; ahí se refugió la cueca y, guste o no guste a “algunos”, hay otros “algunos” que pensamos que en esos sitios está su alma, que en esos ambientes se ha mantenido viva hasta el día de hoy, a pesar de los esfuerzos por engalanarla, mantenerla con pelaje “de salón” o buscarle distintas variables.

El año 1967 constituye una fecha señera en la materia, cuando el sello Odeón lanza al mercado los tres primeros volúmenes de la serie “El folklore urbano”; el primero se subtitula “20 cuecas con salsa verde” interpretadas por el “Trío Los Parra” conformado por Hilda Parra, Nano Parra y María Elena Parra; Hilda fue hermana de Violeta y madre de Nano y Elena que, estrictamente, son Báez Parra. En dicho volumen se incluyen, entre otras, las cuecas: “Gil avivao”, “Preso al cuete”, “El abstemio”, “El loco Pepe”, “El sacristán vivaracho”, “Los jubilados”, “Me gusta la cana” o “Flaites del puerto”. La mayoría de las composiciones del disco aparecen registradas por Nano Parra, una por Hilda Parra y dos por Roberto Parra. El sólo título de las cuecas da una idea de la temática de ellas. 

El segundo volumen de “El folklore urbano” es “Las cuecas de Roberto Parra”, son 21 temas de tres en tres, es decir, siete pies de cueca. Todas de la autoría de Roberto, hermano de Violeta e Hilda; fue precisamente Violeta quien lo convenció de hacer las grabaciones que se iniciaron en 1965, entre las cuales encontramos las más recordadas composiciones de este autor, como “El Chute Alberto”, “La vida que yo he pasado”, “25 de enero” o “La ronda”. En esta grabación participan como animadores Violeta Parra, María Elena Báez y Nano Parra. Tanto las cuecas de Roberto Parra, como las del “Trío Los Parra”, adquirieron con el tiempo el rótulo de “Cuecas choras”.

El tercer volumen fue “Cuecas centrinas” de “Los Chileneros”. Este trabajo fue gestionado y apoyado por los folkloristas Héctor Pavez y Margot Loyola, aparte del también folklorista y matarife Fernando González Marabolí. El conjunto estaba conformado por Hernán Nuñez Oyarce (“El Nano”) comerciante y pintor que frecuentaba el Matadero Franklin, la Estación Central y la Vega Central en Santiago; Luis Hernán Araneda (“El Baucha”) matarife; Raúl Lizama (“El perico”) a la sazón pianista en la casa de “La Tía Carlina” y el comerciante de los sectores de La Vega Central Y Vivaceta, Eduardo Mesías (“El Chico”). La grabación contó, además, con la participación de destacados músicos nacionales.

Continuará…

 

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