Muertos de primera, segunda y tercera clase
Esta semana ha quedado más claro que nunca que existen muertos de primera, de segunda y de tercera clase y, lo que es peor, que las muertes de personas se están utilizando políticamente sin miramiento a la dignidad de quienes fallecieron y sus familias.
El miedo como herramienta política ha situado en la primera clase a los muertos víctimas de asesinatos. Ninguna muerte violenta en manos de terceros debe dejarnos tranquilos ni menos si durante las fiestas patrias sumaron treinta y siete. Pero esto no da pie para que, sin ningún pudor, políticos que tratan de sacar una pequeña ventaja política, acusen a la ministra del Interior de “normalizar” estos crímenes al compararlos con los de años anteriores.
Llama la atención la caja de resonancia en que se han transformado algunos medios de comunicación para quedarse en la forma y no el fondo de la crisis de violencia que estamos viviendo en el país.
Las personas muertas en accidentes de tránsito sumaron sesenta y una, y sólo ocupan páginas interiores y notas secundarias en los medios de comunicación. Desgraciadamente estos muertos pasaron a ser sólo una cifra en un medio que ya normalizó su ocurrencia. Hasta ahora ningún político en campaña ha hecho referencia a estas cifras que aumentan año a año de la mano con el aumento del parque automotor y el consumo de alcohol y/o drogas. Las personas muertas en accidentes de tránsito son de segunda clase.
Y para que decir aquellas muertes de tercera clase que ni siquiera alcanzan a ser mencionadas en los medios de comunicación o redes sociales cuando se trata de personas de la tercera edad que, después de una vida de trabajo y crianza de sus familias, mueren sin recibir la justa compensación de una jubilación y atención médica digna. Sólo son una estadística sin rostro humano.
Estas últimas están invisibilizadas y absolutamente normalizadas por la sociedad. Hay miles de ejemplos de descuido y abandono, y por ello la importancia de la política pública de cuidadores y cuidadoras que remediará en parte su situación. Pero a nivel dirigencial urge ponerle rostro humano a la tercera edad y aprobar la reforma de pensiones que lleva años tramitándose en el Congreso sin lograr acuerdos.
Ninguna muerte debe ser normalizada ni menos ser utilizada para sacar pequeña ventaja política. Hacerlo es vulnerar la dignidad de quienes fallecen y de sus familias. Generemos condiciones de diálogo para mejorar las políticas públicas que disminuyan las muertes evitables.