Ni permiso ni perdón
Añorando el pasado, muchas veces dan ganas de volver al Chile de antes, cuando había una farmacia por barrio a lo más y las botillerías tenían el horario diurno acotado y eran muy pocas, porque era muy difícil obtener una patente. Para qué decir de las barberías que antes ni siquiera existían, sólo había uno que otro peluquero del barrio o en el centro. Ahora en cambio, en nuestro tiempo actual, vivimos inmersos en una vorágine acelerante que cual hoyo negro se lo traga casi todo.
Y para tratar de interpretar lo que viene, hoy tenemos las famosas encuestas y sus próceres a cargo de estas, los famosos encuestólogos. Estos se han transformado en verdaderos gurúes, anticipan, pronostican y no hay agenda o programa de televisión que se precie de tal, que no disponga de algún analista de encuesta en su panel. Por lo general, la mayor exposición es la de aquellos que son los macucos de éstas empresas encuestadoras, son los que brillan con sus comentarios anticipatorios e interpretaciones posteriores de los resultados, algunos más exitosos que otros. La elite vive hipnotizada por sus encuestas, así como los gurúes de estas, que cual brujos de la tribu son elevados en su altura real pensando en que el futuro se aproximará a lo que ellos proyectan. Narrativas más y narrativas menos, proyecciones más y proyecciones menos, los obligan a explorar el futuro con herramientas del pasado. Al manejar las preguntas definen en mayor o menor medida los resultados para que éstos ojalá se acomoden a sus interpretaciones o marcos de pensamiento, tal como quisieran ver o se imaginan ellos lo que debiera ocurrir. No tanto por lo que conteste la gente, sino muchas veces quedan al arbitrio de la formulación de las preguntas.
Por su parte, los hoy comentaristas del estallido que guardaron obsecuente silencio cuando este ocurrió, muchos en estos tiempos celebran que este envejeciera mal. Así los comentaristas de hoy y escondidos de antaño, no son la mejor gente para liderar un país, ni para asumir en los momentos críticos donde hay que asumir los costos que aquello involucra. Las amenazas al orden y las reglas del juego, que predican y practican los violentos y los antisistemas, son el gran peligro para cualquier sociedad. Dejarlos hacer lo que quieran, incluso corriendo el riesgo de derrocar hasta el gobierno de turno, debe ser rechazado con decisión por la amplia mayoría del mundo político y la ciudadanía en general.
Si hay temor de gobernar por amenazas de estallido, no se ha aprendido nada. Se necesitan liderazgos decididos, arrojo y voluntad, ya que el respaldo de la gente se ha manifestado con claridad en las votaciones, entregando todas las herramientas de que dispone la Constitución y la institucionalidad para gobernar con propiedad y don de mando. Los ciudadanos esperan que la autoridad empoderada ejerza como debe ser y no esté pidiendo ni permiso ni perdón, a cada rato por lo que hace o no se atreve a hacer en materia de mantención de la seguridad de la nación y sus instituciones, bajo el amparo del derecho. Para eso se les elige y no para pasar piola, para eso mejor es quedarse en las graderías haciendo bullying.