Black Friday: por compras menos impulsivas y más empoderadas racionalmente
Hoy comienza el Black Friday del segundo semestre en nuestro país. Aunque ya hemos tratado el tema anteriormente respecto a la, cada vez más creciente, cantidad de empresas y servicios que se une a esta masiva campaña comercial virtual, no está demás analizar algunos fenómenos interesantes respecto a la psicología empleada en el funcionamiento de los consumidores.
Antes que todo, una premisa que puede considerarse apunta a que las personas somos seres simbólicos más que racionales. Esto significa que no vamos necesariamente a actuar según un análisis lógico y reflexivo ante determinadas situaciones, si no más bien motivados por lo que nos entregue algún sentido. Y como somos seres gregarios, con la constante necesidad de pertenencia a los grupos sociales que nos rodean, es que requerimos identificarnos colectivamente en muchas ocasiones. En esta dinámica, la simbología presentada estratégicamente por quienes tienen como objetivo convencernos de algo, es entregada “convenientemente” para que la sigamos convencidos que estamos satisfaciendo algo relevante para nosotros mismos, en circunstancias que no necesariamente es así. Por ejemplo, en estas campañas comerciales nos comunican que comprando diversos objetos a un precio muy conveniente, estaremos ahorrando de manera significativa; en circunstancias que el mayor ahorro siempre radicará en simplemente abstenerse de adquirir algo que, si lo analizamos de manera racional, no sería de primera necesidad y perfectamente podríamos seguir nuestra vida sin adquirirlo. El plus extra de estas campañas es que no sólo es estimulada por la publicidad ya que, incluso más importante aún, la percepción que muchas otras personas alrededor nuestro están aprovechando “oportunidades únicas” mientras nosotros las estamos “desperdiciando”, sería un aliciente mucho más poderoso. Aunque suene irracional, muchos individuos se convencen que los actos que realizan masivamente las personas se legitiman por sí mismos debido a la popularidad observada, dejando criterios valóricos y análisis racionales lógicos en planos postreros o incluso ignorándolos. Ejemplos a nuestro alrededor sobran y, como hemos observado de manera reiterada, en algunos casos el golpe emocional de la decepción es tan significativo en algunas personas, que niegan las evidencias y se aferran artificialmente a sus creencias, por más apartadas del sentido común se encuentren.
La comunicación persuasiva, orientada a convencer a la audiencia de los mensajes que entregan las fuentes, presenta variados campos de aplicación, pero los dos que más se analizan son las campañas políticas y la venta de productos y servicios. La premisa idealizada del primero es ganarse la confianza del electorado para obtener su voto; en la segunda es obtener la preferencia de lo que se ofrece para satisfacer necesidades de los destinatarios, pero algunos “gurúes” van aún más allá en su ambición: el “verdadero” vendedor es el que convence al potencial consumidor de adquirir algo que no necesita, pero que gracias a la interacción y estratégicos métodos utilizados, se logra formar una idea que lo innecesario pasa a convertirse en deseable. Un ejemplo de esto es el cada vez más frecuentemente utilizado concepto “smart”, cuya traducción sería inteligente, elegante, astuto. Una compra o una elección “smart”, ¿cómo podría estar equivocada?, al contrario, refuerza las “cualidades” de su ejecutor. Ese consumidor no sólo está comprando un televisor o un auto (que ya los tenía y le servían aún), más bien está estimulando o fortaleciendo su inteligencia gracias a su adquisición, lo que se justifica especialmente si recibe un refuerzo social de admiración por parte de quienes le rodean.
Si bien todos somos consumidores, no pudiendo evitar un rol que se condice con nuestra naturaleza, debemos aprender a identificar la relación que establecemos entre nuestras dinámicas internas, especialmente de tipo emocional; y las necesidades de adquisición de bienes y servicios en nuestro entorno, considerando una realidad que no siempre será de nuestro agrado. Mitigar artificialmente vacíos internos por medio de la adquisición de objetos materiales que no necesitamos, buscando efímeras dosis de dopamina que no arreglan nada, sólo agravarán una situación de la que escasamente surgirá una autocrítica sincera y productiva, culpando al “sistema” una vez más como el causante de las desgracias experimentadas.
Por eso, disfrute este Black Friday “vitrineando” digitalmente, y si algo le llama la atención no tema hacer la pregunta indeseable: ¿es realmente necesario y factible comprarlo respecto a mi propia realidad? Porque a final de cuentas, lo mejor y verdaderamente importante que se puede adquirir en nuestros días es la tranquilidad.