Necrológicas

– Rosa Ester Flores Maldonado

En torno al séptimo arte

Por Jorge Abasolo Jueves 19 de Diciembre del 2024

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En la década de 1980 yo aún no me instalaba definitivamente en Santiago, pero -vez que podía- viajaba a entrevistar, conocer, patiparrear y ver cuanta película erótica podía. Por cierto el Cine “Nilo” era mi preferido. Allí por poca plata, con los amigos veíamos rotativos triples de esas cintas denominadas Triple XXX, supuestamente para mayores con criterio formado. Yo no era mayor ni tampoco con criterio muy formado que digamos.

Hoy sonrío al ver esas películas.

Las cintas pornográficas de hoy eran impensables en mi época. Ya parecen tratados ginecológicos y el sano erotismo ha sido reemplazado por la vulgaridad desembozada, a ultranza… dejando de lado cualquier atisbo de imaginación.

Cuando vivía en el sur (Angol) nos teníamos que conformar viendo películas mexicanas, españolas o americanas, de esas que ya en Santiago no exhibían por descoloridas y obsoletas. Eran los tiempos en que los carbones se quemaban a cada rato y el filme era interrumpido sacando de quicio a la “galucha” que vociferaba a voz en cuello:

-¡Ya pus, cojooo!

Recuerdo que en patota fuimos a ver con gran entusiasmo “Rocky 1”, cuando en Santiago ya se solazaban viendo Rocky 4”. Un romance básico servía de telón de fondo para justificar una sucesión de golpes, escupos y cabezazos.

Fue un fraude para nosotros ver esa cinta en Angol.

La película llegó tan cortada que ni siquiera salía Silvester Stallone.

Me resulta curioso que hoy por hoy casi nadie reclame por los contenidos de un filme. 

Pero no siempre fue así.

La llegada del cine a Chile causó una especie de tsunami moral y hasta anduvo terremoteando las costumbres.

La docta y conservadora Revista Zig-Zag de la época (1915) alardeaba que “el sistema nervioso y la condición moral tanto de niños como de los jóvenes eran vulnerables a los efectos nocivos de la exposición sensorial a estímulos intensos de una fuerte carga erótica”. (¡Sic!)

Recordemos que las cintas de esa época -a lo más- exponía la pantorrilla desnuda de una mujer. Si la chica exhibía la espalda pilucha, era suficiente para que la Iglesia sacara una Carta Pastoral condenando el hecho.

Tanto creció la polémica que el propio historiador Gonzalo Bulnes envió en agosto de 1912 una carta al ministro del Interior de la época para que instruyera al intendente de Santiago a objeto de “adoptar medidas pertinentes contra los espectáculos desmoralizadores”. (¡otra vez Sic!)

La Sociedad santiaguina -en un arranque de histeria y gazmoñería- también tomó cartas en el asunto. La directiva de la Liga de Damas Chilenas escribió en Zig-Zag (1921) que el cine constaba de “dos escándalos: uno que se ve en la pantalla; y otro que no se ve en la sala oscurecida, donde están los espectadores y espectadoras”.

Los dueños de las salas se defendieron con una lógica primaria, pero auténtica:

-“Nosotros no somos responsables del contenido de las películas, que se hacen fuera de Chile. Tampoco somos responsables de lo que hacen los espectadores…aunque eso sí se hace en Chile”.

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