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A los 60 años se apagó la vida del juez Luis Alvarez Valdés, un hijo de periodista que supo entender el rol de la prensa

Jueves 26 de Diciembre del 2024

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Por Poly Raín

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La infausta noticia corrió como un reguero de pólvora en la víspera de Navidad. Dos equipos del Samu, uno básico, en primera instancia, y otro de avanzada, que arribó de refuerzo, a pesar de los denodados esfuerzos desplegados, no consiguieron revertir el fulminante paro cardiaco que alrededor de las 17,30 horas de este martes le sobrevino en su domicilio particular al juez del Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de Punta Arenas, Luis Enrique Alvarez Valdés.

La presencia de dos ambulancias frente al conjunto habitacional de propiedad del Poder Judicial, en Avenida Bulnes, entre Rómulo Correa y José Miguel Carrera, alertó de la emergencia médica que se vivía en el interior.

Así, a los 60 años de edad, se apagó la vida del abogado Luis Alvarez Valdés, cuya familia había venido a pasar la Navidad con él.

El magistrado ingresó a trabajar al Poder Judicial en mayo de 1991 como funcionario en la Corte Suprema. Desde 1994 a 1996 se desempeñó como relator interino en la Corte de Apelaciones de Santiago, para luego asumir como relator titular de la Corte de Apelaciones de Punta Arenas en noviembre de 1996, y desde abril de 2002 a la fecha se desempeñó como juez del Tribunal Oral en lo Penal de la ciudad. Desde 2013 y en adelante realizó suplencias en diversos periodos como ministro del tribunal de alzada de Magallanes.

Asimismo, ejerció en distintos periodos la docencia en las universidades de Magallanes y de Los Lagos, en Inacap y el Instituto Profesional La Araucana, impartiendo cursos y ramos del área del derecho.

Conocimos los inicios de su trayectoria de 28 años en el Poder Judicial en Magallanes, cuando en noviembre de 1996, recién llegado a Punta Arenas, junto a otro abogado, Gonzalo Rojas Monje, se convirtió en relator, instalándose en el subsuelo del Palacio de la Corte de Apelaciones de calle José Nogueira, donde se le podía apreciar sumergido en los viejos expedientes cosidos con hilo.

Era un abogado de una muy agradable conversa y cercanía, que siempre estuvo dispuesto a tendernos una mano -obviamente respetando los límites que imponía su labor- en tiempos donde imperaba el secretismo de un procedimiento penal inquisitivo, que solía resultar muchas veces infranqueable. Más de una vez me corrigió cierta terminología judicial plasmada en una crónica. Tenía el don de ser perfeccionista y solía enviar Cartas al diario abordando temas históricos y de actualidad que eran publicadas con cierta periocidad por allá en los inicios del 2000.

Sentía gran orgullo
de su padre

A diferencia de otros jueces y ministros, comprendía a cabalidad nuestro trabajo de informar de manera veraz y oportuna, pues su padre había sido el gran periodista Luis Alvarez Baltierra, su gran orgullo, que se inició en El Siglo y que luego fue jefe de informaciones de la Revista Ercilla, fundador de la Revista Hoy y director de Revista Cosas. En fin, tuvo un tránsito profesional amplio y de relieve.

A propósito, el Premio Nacional de Periodismo, Abraham Santibáñez, nos aportó: “Luis Alvarez Baltierra fue un querido amigo, con quien trabajé largo tiempo en medios impresos y desarrollamos juntos una interesante labor en la Escuela de Periodismo de la UDP de la cual fue director”.

“A mi juicio, Luis reunía las mejores cualidades de un periodista: era inquieto, curioso, interesado en todo lo que lo rodeaba y sabía cómo entregarlo al público. Su paso por la Escuela de Periodismo anotó varios aspectos importantes como el desafío de la reformulación de los planes de estudio a las nuevas tecnologías en las cuales la UDP fue ciertamente pionera. Tuve la suerte de conocerlo por razones familiares: una tía suya, Clarita Alvarez, fue compañera en la universidad de mi madre, ambas químico-farmacéuticas. También conocí a Lucía Valdés, la esposa de Luis y a sus hijos. Con los años dejamos de vernos cuando se instaló a vivir fuera de Santiago, pero nunca olvidé su calidad humana y su sentido de familia. Los logros profesionales de sus hijos fueron sin duda su más precioso legado”.

Comisión Lenguaje Claro

En noviembre del año pasado el magistrado Luis Alvarez nos llamó para darnos cuenta que había sido designado integrante de la Comisión de Lenguaje Claro de la Corte Suprema, una instancia de reflexión respecto al rol que juega el lenguaje sencillo en el acceso a la justicia de la ciudadanía. El juez apostaba por “enriquecer la forma de entendernos claramente y en un lenguaje que sea cotidiano, con la idea de forjar el camino hacia la democratización del lenguaje”.

Su último histórico fallo

El cruel asesinato del estudiante Roberto Verdugo Vargas, a manos del desquiciado delincuente Adalio Mansilla y su sobrino Fabián Peña, condenados ambos a presidio perpetuo calificado, fue su último fallo, cuya redacción estuvo a cargo del juez José Octavio Flores, en una sala que también integró la jueza Rosana Vidal. Una sentencia que pasará a la historia y que puso el broche de oro a una carrera judicial de 33 años.

Para entender de mejor manera la sentencia de 91 páginas leída al mediodía del lunes 23 de diciembre, en la tarde noche de ese día nos colaboró con remarcar con destacador amarillo los considerandos del fallo que estimaba relevantes consignar en nuestra edición del martes 24. Una infidencia que no hace otra cosa que retratar su calidad humana y cercanía con la entrega de una información veraz que corresponde de manera absoluta con los hechos acaecidos y que quedaron probados durante este juicio.

Luis Alvarez Valdés también estuvo ligado a algunas instituciones, entre ellas el Rotary Club Punta Arenas, donde ejerció la presidencia en el periodo 2002-2003, dejando gratos recuerdos.

Su velorio se realiza en la Sociedad de Instrucción Popular, ubicada en Avenida Colón 956, donde hoy al mediodía jueces y ministros realizarán una guardia de honor y un homenaje, desde donde a las 13,30 horas saldrá el cortejo en dirección a la iglesia Catedral, donde a las 14 horas se oficiará un responso, para desde ahí dirigirse al Cementerio Municipal.

Le sobreviven su esposa María Soledad Cabrera y sus hijos Luis Matías, Leonidas y Cristóbal.

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