La naturaleza, combustible para el alma
La vida es generosa cuando te permite estar en algún lugar familiar, de tu niñez, en que han ocurrido episodios inolvidables, todos relacionados con el inconfundible poder de la naturaleza. Se me viene a la memoria siendo niño las primeras invitaciones de mi padrino Zarate para subirme a su “góndola” y recorrer los parajes de Cerro Castillo y Cerro Guido, cumpliendo un servicio de transporte para gente del campo. Desde el frontis de este móvil, me divertía con el cruce peligroso de las liebres y en algunos casos enfilaban velozmente por delante, como si quisiera demostrar su poder de velocidad, ganándole a la pequeña “micro”. No importaba estar muy temprano en pie o recibir el frío cicatrizante de la madrugada.
Posteriormente y con el paso del tiempo y en concordancia con las innumerables actividades que he realizado en mi vida como educador al aire libre, compartía mis enseñanzas tomando como gran escenario didáctico nuestros entornos más cercanos y algunas veces parques nacionales y otros lugares que no siéndolo tienen las mismas características prístinas y salvajes y que en cada rincón de esta naturaleza de la Patagonia, llena de montañas, bosques, ríos, glaciares, etc. nos permiten tener este ansiado contraste de emociones y una serie de reacciones humanas previas a la visita de lugares en la naturaleza, ésta no sólo ante los componentes propios que le dan la vida, la estética y la conformación de sus partes como tal, sean de estados acuosos, sólidos terrenos o gaseosas nubes en lo alto, sino que también y de manera directa, generan ciertos estados de felicidad en los seres humanos luego de algunas experiencias que puedan tener con matices de sentirse descubridores, exploradores, primeros viajeros, obtener información particular de algún lugar específico que lo hace único en su propia experiencia.
Salir al campo en contacto con la naturaleza real o a otro entorno natural comparable hace que las personas se sientan más vivas. Y así lo corroboran mis conversaciones con los que alguna vez fueron mis alumnos y hoy día profesionales, que reclaman para sí el gran valor de haberse permitido estas experiencias en la naturaleza. Además, esa sensación de la vitalidad incrementada que se experimenta va más allá de los efectos energizantes de la actividad física y la interacción social que a menudo están vinculadas a las actividades al aire libre. En años recientes, numerosos estudios psicológicos han correlacionado la exposición a la naturaleza con el incremento de la vitalidad y una mayor sensación de bienestar. Por ejemplo, se ha constatado que las personas que participan en excursiones a entornos naturales declaran sentirse más vivas y que el mero recuerdo de sus experiencias al aire libre en tales lugares las hace sentirse más felices y vivificadas. Otros estudios sugieren que la mera presencia de la naturaleza ayuda a evitar la sensación de agotamiento que, sin causa física aparente, algunas personas experimentan a veces en entornos urbanos. También, que el 90 por ciento de las personas declara sentirse con más energías cuando realiza actividades al aire libre. Está claro que el humano depende de los ecosistemas de la Tierra y de los servicios que ofrecen estos ecosistemas, tales como alimentos, agua potable, clima y regulación de inundaciones así como el disfrute recreacional, pero este último punto no está tan desarrollado como lo están todos los aspectos económicos de cómo debemos utilizar esta naturaleza. Somos privilegiados con nuestros entornos, saquémosle provecho. No tema a la lluvia ni al frío, es parte de ella y la ciencia y la aventura está en convivir con ella. Adelante, entonces
.las puertas están abiertas
.crucen el umbral de lo urbano a lo natural
.no se arrepentirán.