“Vamos por los Baguales”
Voy enfilando por la famosa recta del Toro en la Ruta 9 Norte, camino a un sector emblemático, muy de la Patagonia, misterioso y que toca la fibra a cualquier visitante que le gusten los parajes, sin tanto tráfico ni gente, algo así como dicen algunos slogans, “se escucha el silencio”. Viajo en compañía de amigos provenientes de España, de Barcelona y Madrid específicamente, quienes y por esos contactos de ya viejos amigos polares, han insistido en que les haga compañía y bien como me dijeron…”Alfredo…enséñanos algo que tú pienses que vale la pena visitar, pero sin tanto barullo y que no sea tan común”…Lo que se me vino a la memoria, fue obviamente conducirlos a la Sierra Baguales, lugar místico, de extrañas luces por las noches, agudas y mágicas pirámides de basalto, que con el abanico de los típicos realces de luces, por las mañanas y por las tardes, con extensas sombras, estos milenarios peñones y cumbres se tornan de colores fantásticos, que oprimen al corazón de cualquier viajero y que con un poco de imaginación, bajo un entretenido relato podemos viajar fácilmente al pasado de nuestro planeta.
En primer lugar en estas extensas llanuras, pampas patagónicas, de pronto en el fondo horizonte, se alza esta muralla esplendida que recoge un pasado milenario, cuyas faldas y recovecos, guardan los más fantásticos tesoros paleontológicos y que a la marcha de investigaciones y con la misma paciencia de un pincel, se van limpiando los territorios para ir conociendo más este lugar del planeta y que no es menor que nos cuente, del vínculo entre Sudamérica y la Antártica. Este tema no es mi especialidad y me falta mucho para aprender, pero si soy capaz de relatar aquellos indicios geográficos de los valles que se entrelazan, con el valle del río Don Guillermo, valle del río las Chinas, sierra El Cazador, valle Las Vizcachas, río Baguales, que lo alimenta justamente esta sierra esplendorosa. No puedo dejar de lado aquellos personajes que cabalgaron por estos lares solitarios, entre territorios del último cacique tehuelche de la zona, cuyo nombre, Francisco Blanco, que en su pueblo le llamaban “Paynakan” y se dedicaban justamente a trabajar con innumerables caballos y corceles, cuyas formaciones montañosas, de manera caprichosa, la naturaleza patagónica, les tenía buenos pastos y casi con decir, que su forma era prácticamente un potrero natural.
La ruta de los Baqueanos, mucha gente desinformada piensa que es el típico ovejero de la zona, pero hay que ir más allá en el estudio del territorio para diferenciar estos oficios. Los baqueanos eran personajes emblemáticos, rudos y de mucho conocimiento, verdaderos aventureros que encontraron un valor a su gestión, para conducir personas de distintos lugares, entre ellas, la famosa travesía de Lady Florence Dixie, mujer aristócrata que con sombrero de ala y vestidos victorianos, se aproximaba tímidamente, confiando en estos “guías” que conocían el territorio como su palma de la mano, aquellas curtidas por el forcejeo de las riendas, como así también, arrugadas y torcidas por el frío. Estos hombres, los primeros fueron William Greenwood y el reconocido Santiago Zamora, a ellos, se debe esta denominación del sector y que paralelo a sus guiados, ambos se dedicaron a buscar grandes manadas de animales baguales, caballos salvajes principalmente y que hoy después del relato en este tiempo, crea una conexión especial con el pasado, al referirme junto a mis dirigidos, invitarlos en la misma búsqueda para el deleite del extranjero.
“Vamos por los baguales…” fue la expresión que nos acompañó, hasta que desde un mirador pudimos apreciar un grupo de ellos, pastando y lejos de nuestra presencia. La emoción de quienes me siguieron en esta aventura, se reflejaba en sus ojos y palabras, emotivos comentarios de sus sensaciones, una mezcla brutal sentir este lugar tan antiguo con un pasado diverso en sus especies prehistóricas, con rocas como mudos testigos de aluviones, glaciares, bosques y fuegos, el río serpenteando en el valle pareciera llevarse cada grano de esta historia, para llegar al final en un ciclo de vida interminable.




