Capitalismo de Vigilancia II
Para complementar lo expresado en nuestra anterior columna sobre el impacto de las redes sociales en la vida del ser humano, un claro ejemplo lo constituye el cómo esta tecnología supera la debilidad humana con el uso de algoritmos que promueven contenido basado en la ira, la vanidad o el miedo. La polarización política y social que vivimos en el mundo es, en gran parte, alimentada por estos algoritmos que muestran contenidos extremos para mantener nuestra atención. Los usuarios se ven atrapados en una burbuja informativa donde solo se exponen a puntos de vista que refuerzan sus propias creencias, lo que agrava aún más la división social. Es cosa de ver como han evolucionado las crisis y conflictos que han experimentado distintos ecosistemas, países y sus respectivas sociedades, durante las últimas décadas.
Otro efecto igualmente problemático es el fenómeno del exhibicionismo. En lugar de experimentar momentos y vivencias de forma auténtica, los usuarios en las redes sociales buscan constantemente capturar y compartir lo que hacen con la finalidad de que los demás lo vean. Este deseo de validación externa ha reemplazado muchas veces el placer genuino de la experiencia. En lugar de vivir en el presente, estamos constantemente preocupados por cómo se verá esa experiencia en una foto, un video o un comentario. La búsqueda de “likes” y seguidores se convierte en el motor de nuestra existencia en línea, y en muchos casos, esta búsqueda se convierte en una adicción. La validación externa, esa necesidad de ser reconocido por otros, se vuelve una droga que nos aleja cada vez más de lo esencial.
Este contexto nos lleva a una reflexión más profunda: ¿realmente estamos en control de nuestra interacción con las redes sociales, o estamos siendo manipulados sin siquiera darnos cuenta? El capitalismo de vigilancia nos ha creado una ilusión de libertad y autonomía mientras nos va moldeando, paso a paso, hacia un comportamiento predeterminado. Cada uno de nosotros es una pieza más en un engranaje diseñado para maximizar ganancias y minar nuestra capacidad de tomar decisiones informadas y autónomas.
La tecnología y la inteligencia artificial no deberían ser vistas únicamente como una herramienta de progreso y mejora, que sirve por ejemplo para escribir columnas como esta, sino también como una poderosa fuerza que puede redirigir las conductas humanas hacia un camino que no siempre es el más saludable. Las redes sociales nos están mostrando una versión distorsionada de lo que significa ser humano, y nos están empujando a una existencia donde la validación externa y la manipulación de emociones se han convertido en normas aceptadas.
Lo que está en juego es mucho más que la pérdida de privacidad; es nuestra capacidad de conectar de manera genuina con nosotros mismos y con los demás, la esencia de la vida misma. En lugar de seguir siendo sujetos pasivos de un sistema que explota nuestras vulnerabilidades, es hora de cuestionar el impacto de las redes sociales y de buscar un equilibrio entre la tecnología y la preservación de nuestra humanidad. Sólo entonces podremos escapar del capitalismo de vigilancia que, al final, no sólo nos explota, sino que nos despoja de lo más valioso que tenemos: nuestra libertad de elegir quiénes somos realmente.