Historia de vida y donación: la familia Avalos Farías y el lazo que trasciende los riñones
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Una madre, un hijo y una hermana protagonizan una conmovedora cadena de trasplantes renales marcada por la herencia genética, la resiliencia y el amor incondicional.
Lo que comenzó como una historia marcada por la enfermedad crónica, se transformó en un relato de amor familiar, entrega incondicional y esperanza. La familia Avalos Farías ha vivido en carne propia las implicancias de la enfermedad renal hereditaria, enfrentando el desgaste emocional y los trasplantes con una entereza que conmueve.
María Teresa Farías Rodríguez recibió un riñón de una donante fallecida en 2007. Dieciséis años después, su hijo Rubén Avalos Farías fue trasplantado gracias a la decisión generosa de su hermana, Claudia quien fue su donante. Juntos, han transitado un camino complejo, marcado por la enfermedad, pero también por la fe, la unidad y el profundo sentido de familia.
La historia comenzó en la ciudad de Huasco, Región de Atacama, cuando María Teresa fue diagnosticada en 1987 con riñones poliquísticos, una enfermedad hereditaria que ya había afectado a su padre. En 1990 se trasladó con su familia a Punta Arenas, donde con el tiempo su salud empeoró. En 2003 le fue instalada una fístula arteriovenosa, paso previo a la hemodiálisis, a la que ingresó finalmente en 2004. A pesar de la exigencia del tratamiento, nunca dejó de trabajar como profesora, y durante cinco años asistió regularmente al hospital antiguo, cuidando estrictamente su dieta y controlando su peso con rigor.
Tras ingresar a la lista nacional de espera para trasplante, el 11 de noviembre de 2007 recibió el llamado que cambiaría su vida. Un riñón compatible estaba disponible en Valdivia, pero no había vuelos comerciales que permitieran su traslado desde Magallanes. Gracias a gestiones personales, y al apoyo de un sacerdote amigo, logró volar con la Fuerza Aérea hasta Valdivia, llegando apenas a tiempo. Aquel trasplante marcó el inicio de una nueva etapa, con mejor calidad de vida y el anhelo de que ninguno de sus hijos tuviera que repetir su experiencia.
Pero el destino quiso otra cosa. Años después, su hijo Rubén comenzó a presentar los mismos síntomas: cólicos renales, cálculos y una creatinina que iba en alza. Desde la adolescencia supo que tenía los riñones poliquísticos, y aunque los médicos le advertían que llegaría el momento de necesitar diálisis, él nunca imaginó una alternativa. Fue durante la pandemia, y luego de conversar con el nefrólogo Rodrigo Mansilla, en el Hospital Clínico, que comenzó a contemplar la posibilidad de un trasplante.
Como usuario de Isapre, evaluó junto a su familia la opción de iniciar el proceso con donante vivo a través de la Clínica Universidad Católica. Su padre fue descartado por edad y otras patologías. Fue entonces cuando su hermana Claudia, sin titubeos, se ofreció como donante. “Nunca pensé en mí, siempre pensé en él”, recuerda.
Para ser compatible, Claudia debía cumplir una serie de exigencias médicas, entre ellas, bajar más de diez kilos en pocos meses. Lo hizo con disciplina ejemplar: dieta estricta, gimnasio seis días a la semana, y un compromiso absoluto con el proceso. Ambos viajaron a Santiago en julio de 2023, con fecha de cirugía programada para el 11. Pero un día antes, Rubén presentó fiebre alta. Se trataba de una infección urinaria y posteriormente una sinusitis, lo que obligó a postergar el trasplante. “Dimos gracias que ocurrió antes y no después, porque si la infección llegaba post trasplante, se perdía el riñón”, relató la familia.
La intervención
Finalmente, el trasplante se concretó el 14 de agosto. La intervención fue exitosa, pero dio paso a una etapa exigente: aislamiento, inmunosupresión, controles permanentes y gastos que la familia debió asumir íntegramente durante su estadía en Santiago.
“El procedimiento es carísimo. El sistema privado cubre parte, pero el arriendo, la comida, los medicamentos, las visitas, los traslados… todo corre por cuenta de la familia”, afirmó Rubén. Su madre también recordó: “Yo fui trasplantada por Fonasa. A pesar de todo, el sistema público cubre bastante más. Pero igual hay costos que se suman y son inevitables”.
Para Claudia, donar un riñón fue una decisión natural. “No me considero heroína, era mi hermano. Lo hice porque sabía lo que podía significar para su vida”. La experiencia no sólo fortaleció su relación, sino que permitió revivir una hermandad que el paso del tiempo y la adultez había transformado: “Ese mes que estuvimos solos en Santiago fue como volver a ser los hermanos de antes. Nos reímos, conversamos, lloramos. Fue muy especial”.
Hoy, Rubén se encuentra en buen estado de salud, reincorporado a su trabajo y retomando su vida con el nuevo órgano que su hermana le regaló. Agradece a su familia, a los médicos, y también a la red de apoyo que los sostuvo. “La donación te cambia la vida, literalmente. Es un acto de amor inmenso, que te da tiempo, salud, y ganas de seguir”.
Para María Teresa Farías Rodríguez, recibir un riñón de un donante cadavérico en 2007 no sólo le devolvió la salud, sino también una comprensión profunda del valor de la vida compartida. “Agradecemos a Dios por haberme dado la posibilidad de tener una calidad de vida mucho mejor y también a la persona que fue donante”, narra con emoción, recordando que incluso pudo hablar con la familia de la joven española que había manifestado su voluntad de donar en vida. Años después, cuando su hijo Rubén recibió el diagnóstico de la misma enfermedad hereditaria, el dolor fue inmenso. “El día que supe que mi hijo tenía eso fue espantoso, fue terrible”, confiesa. Pero el gesto de su hija Claudia, quien no dudó en ofrecer su riñón, le devolvió la esperanza: “Ella por sí es muy generosa. No pasó ni un segundo y dijo ‘yo voy a ser donante’. Haber criado hijos tan generosos es el mayor orgullo de mi vida. Claudia no lo pensó ni un segundo”.
Por su parte, Rubén Avalos Valenzuela (padre de la familia) indica: “Ver a mis hijos cuidarse de esa forma me hizo entender el verdadero valor de la familia. El trasplante no es sólo una cirugía, es una prueba de amor. Y nosotros, como familia, lo vivimos dos veces”.




