Necrológicas

La compasión y el egoísmo

Por Marcos Buvinic Domingo 13 de Julio del 2025

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Hace cinco años, durante el drama de la pandemia, todos -cual más, cual menos- percibimos con claridad que en los tiempos de crisis y en las situaciones límites sale a luz lo mejor y lo peor que hay en las personas. Así fue como creció la compasión y la solidaridad activa en muchas personas ante la situación que vivíamos y, por otro lado, se manifestó el egoísmo e irresponsabilidad de quienes vivieron la crisis sin pensar en los demás, sin ninguna forma de solidaridad o responsabilidad social. Aun así, salimos adelante, animados por la extendida convicción de que “nadie se salva solo”, tal como la formuló en ese tiempo el Papa Francisco.

En los seres humanos coexisten dos rasgos antagónicos: la compasión y el egoísmo, que provienen de la manera en que comprendemos nuestra vida y la de los demás. Nunca es grato hablar del egoísmo y más ingrato es padecerlo, pues es la raíz de todos los males e injusticias, pero para hablar de la compasión es preciso mirar el egoísmo de la autoafirmación, que es pensar sólo en mí mismo y afirmar la propia vida a costa de los demás. Así, los demás son un medio, un objeto manipulable, un estorbo a evitar o, incluso, una molestia a eliminar, y todo eso para conseguir los propios fines.

Hay otra mirada a la vida y otra manera de vivir, que ilumina el horizonte y despierta la esperanza -tal como lo experimentamos socialmente durante la pandemia-, es la compasión, de la cual nace la solidaridad entre las personas. La compasión no es, como muy equivocadamente piensan algunos, un sentimiento pasajero de pena o de lástima ante alguna situación que afecta a otro, sino que significa ponerse en el lugar de otro y actuar. Más aun, la palabra “compasión” viene del latín “cum-passio”, que significa “sufrir juntos”. Así, la solidaridad verdadera es la que brota de la capacidad de ponerse -de verdad- en el lugar de otro para sentir lo que el otro siente, sufriendo juntos y actuando juntos para sobrellevar la situación y, si es posible, superarla. La compasión nos hace más humanos y mejores humanos.    

Entre las distorsiones que amenazan la maravillosa compasión humana, están quienes piensan que la compasión es un signo de debilidad, es -como dicen- “tener corazón de abuelita” (quienes dicen eso ¡no tienen idea de lo que son capaces los benditos corazones de las abuelas!), y así les parece que la compasión es no saber manejar las situaciones sin involucrarse afectivamente y no saber imponerse en la búsqueda de los propios fines. Nada de eso, como decía Miguel de Unamuno: “La compasión es la esencia del amor espiritual humano, del amor que tiene conciencia de serlo, del amor que no es puramente animal, del amor, en fin, de una persona racional. El amor compadece, y compadece más, cuanto más ama”. Compasión y egoísmo son dos maneras de mirar y de prestar atención al otro; al final, son dos maneras de vivir. La compasión nos humaniza, el egoísmo nos deshumaniza y causa muchos sufrimientos.

Hay una historia que contó el Señor Jesús y que conocemos como la “parábola del buen samaritano” (Lucas 10, 25-37), en la que algunas personas religiosas y funcionarios importantes pasan de largo frente a uno que ha sido asaltado y está herido, pero un samaritano (un extranjero), viendo al herido sintió compasión, cambió sus planes y lo socorrió. Jesús eligió al menos indicado, alguien de ese pueblo “que no venera al Señor ni procede según sus preceptos” como los define la Biblia, para señalar al que actúa con misericordia y se comporta como prójimo.

La compasión es un rasgo distintivo del Señor Jesús, Él es nuestro “Buen Samaritano”, y el Reino de Dios tiene la compasión entre sus materiales de construcción, nunca el individualismo egoísta, porque Dios es compasivo. La compasión activa que mueve a la solidaridad está llamada a ser un rasgo para distinguir a quienes son sus discípulos al comportarse como prójimos de los demás.

Al mirar nuestro mundo vemos que en los delincuentes, en los narcotraficantes y en los corruptos de todo tipo o color ideológico sólo cuenta la búsqueda del provecho personal, a cualquier precio. En el genocidio de Gaza manda el deseo de eliminar a otros y el desprecio por sus vidas. Detrás de cualquier injusticia laboral, social o económica, está la utilización de otros para el provecho de algunos. En la indiferencia del que pasa de largo, o del “estoy muy ocupado”, está el penoso hecho de que el otro no importa, no cuenta.

Frente al egoísmo que deshumaniza, al terminar la historia del samaritano compasivo, el Señor Jesús dijo: “anda y haz tú lo mismo”.

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