Necrológicas

La vida de un niño

Por Abraham Santibáñez Lunes 14 de Julio del 2025

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Los campamentos de verano no los inventaron en Estados Unidos. Pero se han convertido en una parte sustancial de su cultura. Según el diario USAToday, “más de 26 millones de niños, en todo Estados Unidos, desde Florida hasta Alaska, participan cada año en esta clásica actividad veraniega”. Son casi tantas personas como las que habitan en Australia.

Por tradición, han sido establecidos o respaldados por congregaciones bautistas. La consideran la solución familiar perfecta: los padres recuperan por un tiempo su intimidad y sus hijos ganan en independencia y aprenden a montar a caballo, a manejar botes a remo, vela o motor y comparten un modo rural de vida, como el de los primeros colonos del país. Es un tema recurrente en la literatura juvenil de Estados Unidos y desde hace años ha sido la clave de una serie de TV con simpáticos animalitos antropomorfos. 

Si se toman en cuenta las cifras involucradas todo el tiempo se pueden producir accidentes fatales, aparte de los inevitables resfríos, malestares estomacales, alergias y quebraduras de huesos. Nunca, sin embargo, se había registrado una situación tan devastadora como la que asoló Texas y dejó más de 120 muertos y más de 160 desaparecidos el pasado 4 de julio. Como anotó The New York Post: “un video desgarrador muestra a niñas del Campamento Mystic sonriendo, disfrutando las horas de verano antes de las inundaciones”. Pocas horas más tarde se produjo el desastre: el desborde del río Guadalupe. “El medidor de inundaciones en Hunt, Texas, a unos ocho kilómetros río arriba, muestra que el nivel del agua subió seis metros entre las 4 AM y las 5,30 AM”.

¿Resultado? “El campamento quedó completamente destruido. Fue realmente aterrador”, informó el mismo periódico. Algo que, conforme a las investigaciones, se pudo prever.

Por lo menos en cinco ocasiones anteriores en los últimos cien años el río Guadalupe ha tenido inundaciones fatales. La zona ha sido bautizada por sus vecinos como el “Callejón de las inundaciones repentinas”. Es una región de colinas que acumulan agua rápidamente y la canalizan hacia arroyos que normalmente tienen poco caudal y estrechas riberas. 

En julio de 1987 una inundación parecida causó la muerte de 10 jóvenes y dejó heridos a otros tantos. El agua desbordó el río y sus afluentes, obligando a cientos de personas a huir. Entonces, en una academia cristiana, algunos buses lograron salir a tiempo del peligro pero un vehículo de pasajeros y una camioneta quedaron varados por la crecida del río.

En los días siguientes a la tragedia de este año, las autoridades han estado analizando lo ocurrido y sus conclusiones han sido negativas. Pero, sobre todo, el hecho de que muchas víctimas fueran niños y adolescentes, conmovió profundamente a todo el país. Incluso el Presidente Donald Trump programó una visita al lugar.

El abatimiento es comprensible. Pero, compartiendo su dolor, quedan otras preguntas: ¿Por qué la muerte de estos niños nos conmueve tanto y nos causa tanto impacto cuando mueren muchos más en Gaza, víctima de los ataques del Ejército de Israel, en Ucrania a causa de la artillería rusa y los drones proporcionados por Irán, y en otras guerra ignoradas, sin contar la angustia que viven  en nuestro propio continente los hijos de los inmigrantes ilegales detenidos y deportados por Donald Trump?

La lista es larga.

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