Abandono en los hospitales, la dura señal de las deficiencias del Estado
Hace ya algunas semanas fue noticia nacional el número creciente de mayores abandonados en los hospitales. Una cifra que golpea porque habla de la desprotección y precariedad en una etapa sensible del ciclo vital.
La imagen de una vejez dorada sólo es una realidad que viven algunos mayores en el Chile de hoy, hay un grupo importante de ellos que vive en una precariedad económica y social que es angustiante. La punta de este iceberg es el abandono de ellos en los hospitales, sin que tengan un lugar donde puedan vivir sus últimas etapas de la vida con un soporte básico, que todos como expresión de la vida en sociedad debiésemos tener.
Es en la vejez donde se conjugan una serie de necesidades y requerimientos progresivos en el tiempo que es necesario proveer y mantener para ellos, desde necesidades económicas, sociales y de salud que deben cubrirse y que como expresión de una buena sociedad debiesen estar cubiertas y aseguradas; pero lamentablemente la realidad que vivimos es una vejez de carencias que se van agudizando en el tiempo, sin que la sociedad o el estado reaccionen.
Lo que se ha implementado para los mayores en los territorios son políticas adecuadas para aquellos que están activos en comunidad, que en nuestra región significa poder salir e interactuar socialmente fuera de sus casas. Son el grupo más populoso de mayores (casi 2/3 de ellos) donde con políticas de intervención y potenciación social y de salud se van mejorando y manteniendo sus condicionantes para el envejecimiento. Pero hay un grupo de ellos que necesita mayor intervención y trabajo; sin embargo, el sistema no los está reconociendo ni interactuando proporcionalmente con ellos, lo que condiciona una situación de riesgo que se va acentuando con el tiempo si es que no se interviene. Este grupo va aumentando con el tiempo. Más si para esta política de potenciamiento se solicita que sean ellos los que se inscriban y acudan para recibir los beneficios.
¿Qué pasa con aquellos que pierden capacidades? ¿Con aquellos que ya no pueden salir de casa o no lo pueden hacer con seguridad e independencia? En esta política actual implementada van quedando de lado y no hay quien se haga cargo de los que ya no van a talleres o grupos organizados. Y son precisamente ellos los que requerirán una mayor intervención social y de rehabilitación en domicilio. Es incipiente lo que se hace y sólo en ciertos grupos, lo que no cubre totalmente la demanda; bien por los que acceden, recibimos de ellos la retroalimentación de cómo funciona la red para atenderlos y cuidarlos. Pero por cada uno que se está atendiendo y recibiendo beneficios quedan dos de lado que están al margen de esto. Falta más trabajo en el territorio.
Agrava el problema que la actividad la realicen entes distintos y no haya una comunicación entre los sistemas desplegados en el territorio. Cada uno hace lo suyo, pero no existe la coordinación y la búsqueda de los potenciales beneficiarios. El sistema funciona para los que llegan, para los otros no; lo que hace que no sea equitativo para un grupo tan importante de mayores y significa un envejecimiento de peor calidad sólo por no haber alcanzado lo que se necesita.
De fondo queda por resolver un tema país, el cómo financiar adecuadamente la vejez actual, respondiendo a las condicionantes sociales: familias poco extendidas, menor número de hijos por mujer, distinta conformación y reconformación de los grupos familiares, cada vez más personas mayores solas o envejeciendo en pareja sin apoyos familiares.
Claramente en este Chile del siglo XXI los viejos están siendo noticia por sus problemáticas y sus necesidades. Hoy no se financia adecuadamente el ser viejo. El sistema previsional implementado, más las ayudas sociales del Estado no están dando el ancho para que ellos puedan vivir la vejez con una seguridad económica basal, que les permita al menos alimentarse adecuadamente y resolver sus problemáticas más urgentes.
Las personas abandonadas en los hospitales son la punta del iceberg de una problemática social que va en aumento. Esto pone en jaque al sistema hospitalario que precisa de camas disponibles en número suficiente para las demandas de salud de la población. El que un número creciente de camas estén ocupadas por mayores con problemas sociales y de salud constituyen una merma en esa disponibilidad, a un costo que es muy alto. Con otros sistemas y dispositivos se puede hacer lo mismo como respuesta a un costo bastante menor y sin impedir que los usuarios compitan y busquen una cama para resolver sus problemas de salud más apremiantes.
Hoy urge financiar mejor la vejez y proveer en el territorio más servicios para los mayores que están gritando, silenciosamente, sus problemas y angustias; pero que lo hacen ante un Estado sordo que no los escucha ni atiende, que al retrasar sus respuestas sólo agudiza y profundiza una problemática que nos esta golpeando cada vez más fuerte y que nos interpela como sociedad.




