El país de los buenos y el país de los malos
En estos tiempos próximos a elecciones políticas parece acentuarse en muchas personas la tendencia simplista a mirar el mundo en blanco y negro, a dividir a las personas en “buenos “ y “malos”, y terminar pensando y viviendo con los demás -o contra ellos- como si estuvieran en una de esas viejas películas de “cow boys”, esas de John Wayne, donde los supuestos “buenos” son absolutamente buenos y, por cierto, los supuestos “malos” son unos malvados sin remedio.
Este apasionado simplismo que se apodera de no pocas personas es lamentable por su ceguera ante sí mismos y ante los demás, la cual impide reconocer la bondad y la verdad presente en quien piensa distinto. Es una ceguera que, también, distorsiona la imagen que tienen de sí mismos, pues les impide ver y reconocer los propios límites y errores, ya que cuando alguien divide el mundo en “buenos” y “malos”, esa persona se ha situado -obviamente- en el lado de los “buenos”. Este apasionado simplismo y su ceguera conducen, inevitablemente, al ridículo de aplaudirse a sí mismo, a la descalificación de los adversarios y a la caricaturesca absolutización de verdades parciales.
Quién vive prisionero de tal manera de pensar y de actuar, se siente liberado del reconocimiento de sus propios errores, se siente dispensado del diálogo con el otro y se siente eximido de reconocer el bien y la verdad presente en el otro. En fin de cuentas, se siente eximido de usar la cabeza para pensar, y dispensado de buscar la verdad en el trigo y la cizaña que crecen juntos, pues para qué va a buscar la verdad si ya piensa que la posee sin discusiones.
Este patético simplismo dualista y sus consecuencias de polarización y crispación en la vida de la sociedad, ciertamente no trae ningún beneficio a las personas ni a la comunidad, más bien trae consecuencias de fracturas sociales que pueden ser dramáticas. Lamentablemente, la ceguera de la polarización impide mirar la historia, la cual como decía el antiguo filósofo romano Cicerón, es la maestra de la vida.
Cuando, para muchos, se comienza a vivir en el país mental de los buenos y los malos, se va anulando una de las más importantes actividades del intelecto humano, como es el pensamiento crítico y el discernimiento, pues cuando el intelecto se ha acostumbrado a vivir en el país mental de los buenos y de los malos ya no hay nada que discernir, sólo esperar el triunfo de los buenos. Por supuesto, nada de eso aclara quiénes son los supuestos buenos.
Probablemente, a la mayoría de las personas no se les pasa por la mente que la decisión de por cuál candidato votar es una decisión ética que, por tanto, requiere pasar por un discernimiento ético; es decir, pasar por un proceso de reflexión y análisis para tomar una decisión basada en principios éticos y valores. El problema es que cuando se anula el discernimiento, se termina tomando decisiones y actuando por simpatías o antipatías, o por inercia, lo cual, ciertamente, no es un buen modo de decidir ni de relacionarse entre las personas.
El discernimiento no es ingenuidad ni indeterminación, pues su finalidad es llegar a una decisión, pero consciente de los límites que ella puede tener y en apertura a las semillas de bien y verdad que están en otros. Una decisión que es fruto de un discernimiento nos permite sostener una determinada postura en diálogo con quien piensa distinto, nos libra de caer en la crispación confrontacional y en el fanatismo acrítico de los talibanes de cualquier bando o color.
Para quienes somos creyentes, el discernimiento no es sólo un ejercicio del pensamiento crítico, sino que pasa también por una pregunta fundamental de la fe, que es la pregunta orante al Señor Jesús: ¿qué quieres que haga? La pregunta por la voluntad de Dios ante las decisiones es la que va dando forma a la vida del cristiano como discípulo o discípula del Señor Jesús, y nos renueva la conciencia de que para el Padre Dios no existen ni buenos ni malos, sino hijos amados que están llamados a aprender a vivir en fraternidad.
Para terminar, al escribir esta columna, soy bien consciente que lo dicho puede parecer para algunos una ingenuidad mayúscula o un punto de vista carente de toda relevancia cuando lo único que les importa es captar adhesiones acríticas a sus posturas; pero, al final, el pensamiento crítico y el discernimiento es lo único que nos salva de vivir en el país de los buenos y los malos, así como de sus lamentables consecuencias para la convivencia social.




