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El calvario de una madre que nuevamente debió escapar de su hogar para salvar su vida

Lunes 28 de Julio del 2025

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Nuevamente Nancy Contreras Vidal debió escapar de su propio hogar para salvar su vida. Su hijo, de 22 años, tuvo una violenta crisis conductual. Sin previo aviso, tras cuatro meses de aparente estabilidad, se desató un episodio devastador. Rompió todo lo que encontró a su paso, incluida la televisión que Nancy había comprado hacía sólo cuatro días. La golpeó, le arrancó mechones de pelo y la amenazó de muerte.

“Logré salir a la calle, como siempre”, relata esta resignada madre. “Pero esta vez mi vecino no estaba. Llamé a Carabineros, no llegaron. Llamé al Samu, tardaron más de una hora. Al final, fue mi amiga con su esposo quienes lo lograron calmar”, recuerda.

Su hijo tiene un diagnóstico inapelable: autismo severo, discapacidad intelectual severa y un trastorno conductual grave, sin posibilidad de mejoría. Desde pequeño está en tratamiento. Desde siempre, Nancy ha sido su única cuidadora. Y lo más grave: no es la primera vez que vive un episodio de alto riesgo. Lo ha denunciado numerosas veces ante la justicia, salud y al Estado. Ha recurrido a todas las instancias posibles y siente que sólo a través del diario puede mostrar una realidad frente a la cual todos se han hecho “los sordos”.

Nancy llevó a su hijo a la Unidad de Urgencias del Hospital Clínico. Eran las 21 horas del miércoles 23 de julio. “En urgencias me atendieron bien”, reconoce. “Las enfermeras fueron amables, me ofrecieron café, pañuelos, comida y me curaron. Pero el psiquiatra nunca llegó. Apareció recién al día siguiente, a las 3 de la tarde. Diecisiete horas después”.

Lo que recibió no fue una respuesta médica ni humana. Fue una negativa. “El doctor, que ni siquiera conocía a mi hijo, respondió que como ahora estaba tranquilo, no se podía dejar hospitalizado. Que no había cama. Que no había nada que hacer. Que si vuelve a pasar, vuelva a venir. Y yo le dije: ‘Si logro salvarme, vengo’, porque apenas escapé esta vez”.

Las lesiones sufridas por ella son evidentes. Mostró fotos y videos del estado de su propiead: muros con golpes, objetos rotos, la violencia estampada en cada rincón. Pero eso tampoco fue considerado suficiente. Ni para cambiar el esquema de medicamentos, ni para observarlo clínicamente, ni para ofrecerle un espacio de resguardo. Nada.

Nancy hizo lo que correspondía. Constató lesiones en el hospital y se trasladó hasta la comisaría, pero el fiscal de turno dijo que no podía hacer nada, que lo viera el hospital. “Me ofrecieron sólo rondas policiales. Pero ya lo han hecho antes, pero nunca nadie ha llegado”.

No es la primera vez que denuncia una agresión. Pero todo sigue igual: sola, sin apoyo, sin respuesta. Incluso cuando armó una agrupación formal, requisito exigido desde las autoridades para visibilizar que no era un caso aislado, tampoco hubo acciones concretas. “Creé la agrupación con familias como la mía, con jóvenes con autismo severo. Nos formalizamos, presentamos el caso como colectivo”, explica esperando que esto si les perita tener las respuestas que necesita.

“Es un sistema nefasto”

El calvaro que vive Nancy no es sólo personal. Es estructural. Y, es que la Ley 21.545 -que en el papel garantiza atención integral, protección de derechos y acompañamiento durante el curso de vida para personas con autismo- parece letra muerta. “Desde el discurso suena lindo”, escribió tras lo ocurrido. “Pero yo estuve 17 horas en urgencias con heridas, dolor físico y emocional, y la respuesta fue: ‘no hay cama, lo siento. Cualquier cosita, regrese’. Es un sistema nefasto”.

La ley establece que el Estado debe asegurar una red efectiva de apoyo, espacios adecuados, residencias especializadas, atención oportuna y protocolos claros. Pero Nancy sólo ha recibido promesas rotas y visitas fugaces. La angustia se acumula. La desesperación crece.

Las crisis no terminan ahí. Como en sismos, siempre hay réplicas. Y ya lo ha vivido antes: si no se contiene de manera oportuna, se repiten durante días, incluso semanas. Por eso el miedo no desaparece al volver a casa. Se queda con ella.

El vía crucis de Nancy y su hijo es la historia de muchas familias invisibilizadas. Es la historia de una ley que no se aplica, de instituciones que responden sólo cuando hay cámaras, tragedias o titulares. De madres que siguen gritando sin que nadie escuche. “Algún día no voy a poder regresar. Y quizás recuerden que lo intenté. Hice todo lo posible para que estuviéramos bien. Pero a nadie le importó”.

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