La crisis de legitimidad de los partidos políticos en Chile: ¿Soluciones equivocadas a un problema profundo?
Chile enfrenta una profunda crisis en su sistema político, no solo por la falta de representatividad o la alta fragmentación que impide construir mayorías y garantizar gobernabilidad, sino, sobre todo, porque los partidos políticos son la institución que genera menor confianza en la ciudadanía. Según la última encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP), publicada en mayo de este año, los partidos políticos se ubican en el último lugar con un apenas 3% de confianza. Esta cifra, que nunca ha sido alta (desde que se mide en 2002), ha experimentado un descenso alarmante: del 13% en 2009, pasó a 8%, 7% y 6% entre 2009 y 2017, hasta desplomarse al 3% actual.
Estos datos demuestran que las reformas al sistema político que hoy se discuten en el Congreso —incluyendo la propuesta del gobierno— parten de diagnósticos errados y, por lo tanto, no abordan el problema de fondo: la deslegitimación total de los partidos políticos ante la ciudadanía. Resulta contradictorio que, en este contexto, la respuesta institucional sea otorgar más poder y control a las cúpulas partidistas, medidas que, lejos de fortalecer la democracia, podrían profundizar su crisis.
Instrumentos como las “órdenes de partido” o la pérdida de escaños ignoran la lógica de representación vigente en Chile: los electores votan por candidatos e ideas, no por estructuras partidarias anquilosadas. Las dirigencias, con prácticas opacas y alejadas de las demandas ciudadanas, han corroído su propia legitimidad.
El cambio de eje en la política chilena se explica, en gran medida, porque los partidos de la centro-derecha y de izquierda tradicionales perdido sintonía con las necesidades de la ciudadanía. En lugar de ofrecer soluciones, se han enfocado en acumular poder, firmar acuerdos alejados de sus principios, repartir cargos públicos y lanzar promesas electorales imposibles de cumplir. Esta desconexión ha llevado a que Chile Vamos pierda su hegemonía, ya que los votantes buscan alternativas frescas en nuevos actores políticos.
Pese a esto, no ha habido una autocrítica genuina. Los partidos tradicionales insisten en las mismas estrategias fallidas, con los mismos rostros, lo que ha terminado perjudicando a sus candidatos y beneficiando a sus adversarios.
Gobernabilidad vs. principios: el costo de los acuerdos cortoplacistas
Chile necesita mayor estabilidad política para abordar problemas urgentes: seguridad, empleo, pensiones y educación. Sin embargo, en la última década, los partidos tradicionales han agravado los problemas al priorizar acuerdos improvisados sobre soluciones consistentes. Un ejemplo claro son las sucesivas reformas tributarias, cuyos efectos han sido desempleo, incertidumbre y menor inversión.
No se trata de oponerse a la toma de decisiones, sino de evitar acuerdos vacíos que, además de ineficaces, traicionan los principios que deberían defender. La ciudadanía exige transparencia, coherencia y resultados -no más de lo mismo.
Si los partidos políticos no recuperan su conexión con la sociedad y abandonan prácticas que solo alimentan el desencanto, ninguna reforma legal resolverá la crisis de representación. Chile requiere un sistema político más flexible, cercano y legítimo; de lo contrario, la desconfianza seguirá creciendo, y con ella, el riesgo de una democracia cada vez más frágil.




