Los mejores torturadores del mundo
Pavel Oyarzún Díaz
Escritor
¿Cuál es tu signo? / ¿Cómo? / Tu signo en el Zodiaco, hijo de p…
Silencio. Fragmento fatal. Luego, un signo al azar. ¡Equivocado! Pues aquel error, aquella fracción de duda, significaban, para el capturado, la muerte. Pero no era solo el morir, sino la forma; aquella que le reservaban los mejores torturadores del mundo: los agentes del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército argentino, o los de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Más brutales aún que sus bestias hermanas de la DINA chilena, tan afamada en las artes del tormento y la desaparición de personas. Había que admitirlo; tal como en la cancha, los torturadores argentinos eran los campeones del mundo. Daban toda la vuelta, como dice el canto del tablón.
Los guerrilleros pensaban en todo, al momento de cargar una identidad falsa. Nombre completo. Fecha y lugar de nacimiento. Estudios. Ocupaciones. Parentela. Barrio. Calles. Hablamos de guerrilleros urbanos, siempre al filo de caer. Entonces, debían pensar en todo. Sin embargo, ¿quién piensa en el zodiaco, al montar una chapa clandestina? Nadie. O casi nadie. Pues, los torturadores argentinos sí que lo hacían. Era una de sus cartas favoritas. Infalible.
La tortura tuvo un alto costo para la guerrilla. Fue su talón de Aquiles. Arrojó a miles de víctimas a los sótanos, a los pozos. Todos, todas quienes cayeron en las zarpas de los agentes de Videla o Massera encontraban alivio únicamente en la muerte. Y cuanto antes, mejor; pues con ellos, cada segundo era el infierno.
Aquellos insignes gauchos de la picana y la mutilación, no surgieron del aire. Claro que no. Estaban listos para actuar mucho antes del golpe de Estado, del 76. Por ejemplo, cinco años antes de la “noche de los lápices”, cuando torturaron hasta matarlos – a modo de práctica – a seis estudiantes secundarios. Carne tierna, para mastines con hambre; la combinación perfecta. Tal vez allí, en aquel adelantarse a su época, radicó su estrellato macabro. Su copa de sangre. Fueron dogos prematuros. Incluso más, ya en los 60´s oficiales argentinos eran adiestrados, por instructores de la Escuela de Guerra de París. Y se graduaron con honores, en todo tipo de torturas y matanzas, en Argelia.
1975, año clave. En la documentación, ultrasecreta, del Ejército, comenzó la noche de los cuchillos largos, para la patria de Marechal. La guerra sucia. El festín de los súper torturadores.
Aquel 75, la guerrilla – de Ferminich y de Santucho – realizó acciones a gran escala. O a una escala insospechada, hasta entonces. El copamiento del regimiento 29 de Infantería de Formosa, por una columna montonera + el debut de la Compañía de Monte, en Tucumán, por parte del ERP. Súmese el ataque al Batallón de Monte Chingolo – ya “filtrado” -, en Buenos Aires, a manos de los de “Roby” Santucho.
Hasta allí, lo habitual en el Nuevo Mundo, de los 70’s. No obstante, en la Argentina, el imperio de la tortura, como metodología de la lucha, de los militares, alcanzó niveles de crueldad insuperables. Ningún escuadrón de la muerte, en el continente, podría compararse con los argentinos. Insisto, esto incluye a la DINA de Pinochet. En materia de torturas, los argentinos podrían pararse con cualquiera; la Gestapo, los belgas en el Congo. Eran, a no dudarlo, los Nº 1.
En ningún otro punto de Latinoamérica, el factor tortura fue tan determinante, en la resolución de un conflicto irregular. Esto, a pesar de los altos grados operativos alcanzados por el ERP y Montoneros. No obstante, este factor se impuso. Produjo y enquistó a cientos de “doblados” y de “topos”, en las estructuras insurgentes. Tal vez, baste con decir que los jefes guerrilleros portaban cápsulas con cianuro, para el caso de caer con vida. Así de temibles eran los torturadores, en la patria de Pizarnik
Desde luego la fórmula, tortura + aniquilamiento, no solo fue aplicada a los combatientes, sino a su base de apoyo potencial: la población civil. Y de forma indiscriminada. Miles de mujeres y hombres, jóvenes, adolescentes, incluso niños, cayeron en las zarpas de los exterminadores. Fue una guerra de “tierra arrasada”. Los que sobrevivieron, llevaron el costurón de la Bestia, de por vida.
Cito nombres. Me gusta citar nombres, señaló Carlos Droguett, al pie de otra masacre. Bien, me sumo, ahora, a aquel acto de señalamiento, leve, tardío, aunque quizás necesario. Aquí, un puñado de insignes torturadores argentinos: Miguel Ángel Conde, Francisco Agostino, Santiago Riveros, Javier Tamini, Carlos Eduardo Somoza, Emilio Kalinek. Y aprovechando el oxígeno, para no ser menos, algo del bestiario nacional: Manuel “Mamo” Contreras, Osvaldo Romo, Miguel Krassnoff.
Agrego, finalmente, con Mario Benedetti, a propósito del tema: Que Dios los perdone, o mejor, que Dios los reviente.




