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La casta política tradicional y el desgaste de las promesas vacías

Por Alejandro Kusanovic Domingo 31 de Agosto del 2025

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La candidatura presidencial de Hugo Chávez a fines de los años 90 encarna el ejemplo de cómo un discurso populista puede ser utilizado para acceder al poder, para luego dar un giro hacia el autoritarismo. Chávez se presentó como la alternativa a una élite corrupta, prometiendo una “democracia verdadera”. En una entrevista de 1998, el periodista Jorge Ramos, le señalaba a Chávez que había muchas personas que lo tildaban de antidemocrático y le consultó si estaría dispuesto a entregar el poder luego de 5 años. A lo que Chávez respondió: “No solamente después de cinco años. Yo he dicho que incluso antes. Porque nosotros vamos a proponer aquí una reforma constitucional, una transformación del sistema político para tener una democracia verdadera, mucho más auténtica. Si, por ejemplo, yo a los dos años resulta que soy un fiasco, un fracaso, o cometo un delito, un hecho de corrupción o algo que justifique mi salida del poder antes de los cinco la, yo estaría dispuesto a hacerlo”.

Sin embargo, la historia demostró algo diametralmente opuesto a sus promesas. Una vez en el poder, el chavismo olvidó al “pueblo” que decía representar y lo convirtió en un instrumento para instaurar un proyecto ideológico marxista, transformándose en una nueva casta, aún más férrea y corrupta, que concentró el poder, coartó las libertades y sumió a Venezuela en una profunda crisis.

    Hay que tener claro que los gobiernos de izquierda, en lugar de generar prosperidad, empleo y desarrollo industrial, lo que hacen – en la práctica – es igualar a la sociedad hacia abajo, hacia la pobreza. Su modelo consiste en crear una peligrosa dependencia del individuo con el Estado, que lejos de emancipar, busca a ciudadanos obedientes, privándolos de su libertad fundamental y transformándolos en esclavos sometidos al sistema.

Este patrón de promesas incumplidas y el sometimiento de las libertades al autoritarismo del partido-Estado permanece muy fresco en la memoria de millones de personas, especialmente de los venezolanos que emigraron a Chile. Por lo anterior – precisamente – y como los venezolanos constituyen la principal fuerza electoral migrante en nuestro país, es que la izquierda ha luchado con uñas y dientes en el Congreso Nacional para restringir el derecho a voto de los extranjeros residentes. Lo hacen por miedo, porque saben que el relato tradicional de la izquierda latinoamericana ha perdido credibilidad frente al peso abrumador de la realidad, como la que se vive en Venezuela.

La “narrativa” empapada de “buenismo” ya no es suficiente para encandilar a unas mayorías que exigen resultados tangibles y concretos.

En Chile, ocurre un fenómeno similar de desencanto con la “casta” política tradicional. Los partidos establecidos, tanto del oficialismo como de la oposición, parecen no haber comprendido que se han convertido en aquello que criticaban: una élite desconectada de las necesidades urgentes de la gente. Carecen de una narrativa coherente y, lo más importante, creíble, que logre conectar con la ciudadanía. Esto fue lo que permitió el ascenso de Gabriel Boric en 2021: fue percibido como un “outsider” que encarnaba la esperanza de cambio frente a una clase política que por décadas había prometido soluciones que nunca llegaron, especialmente para problemas como las pensiones, la salud o la seguridad.

Este factor de desconfianza hacia la “casta” sigue siendo determinante. De ahí surge la crisis del socialismo democrático tras las primarias oficialistas, y de ahí también proviene en el caso de la derecha tradicional el estancamiento en las encuestas de Evelyn Matthei y la falta de adhesión a los candidatos de ChileVamos. En el inconsciente colectivo, ellos representan “más de lo mismo”: con discursos complejos que no conectan con las personas, promesas trilladas elección tras elección y con una percepción generalizada de incapacidad para resolver sus problemas.

La ciudadanía ya no espera discursos sofisticados o proyectos utópicos. Exige soluciones concretas: un presidente con la capacidad, eficiencia, convicción y la voluntad para resolver los problemas de seguridad, costo de vida, salud y pensiones.

Por esta razón, la derecha –especialmente sus figuras no tradicionales– tienen la oportunidad para demostrar que pueden aprender de los errores del pasado y, finalmente, abordar y resolver los problemas y las demandas reales de los chilenos.

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