Poesía popular chilena: Diego Muñoz Espinoza, un autor inmerecidamente silenciado y olvidado
Víctor Hernández
Sociedad de Escritores de Magallanes
Septiembre es el mes que nos trae el recuerdo de las primeras ramadas que conocimos en la niñez, con sus valses y tonadas, la música chilena que se escuchaba en las radios y que se bailaba en los gimnasios de recintos escolares y en las calles de la ciudad. Durante nuestra permanencia de tres años en la Escuela Portugal, tratamos en vano de aprender los primeros compases de nuestro baile nacional, aunque, con la paciencia y la dedicación de las profesoras normalistas Mirra Velásquez y Azucena Miranda, pudimos por fin, entenderlo y bailarlo, cuando estudiábamos en el Grupo Escolar Yugoslavia.
Las autoridades militares de la época organizaban una serie de operativos cívicos en beneficio de la comunidad. Era normal ver grupos de soldados pintando frontis de colegios y de edificios públicos; cortando el pasto y hermoseando plazas, jardines y monumentos. Era una forma de darle un sentido épico a lo que llamaban, ‘la gesta del 11 de septiembre’, que antecedía al cuidadoso programa de inauguraciones que se efectuaba en los días siguientes. En 1975 se entregaba el Centro de salud familiar en la población Carlos Ibáñez. En 1976, se estrenaban los edificios de Correos y de la “torre” de gobierno en calle Bories, mientras las antiguas arterias Valdivia y Ecuatoriana, ubicadas en el centro de Punta Arenas, pasaban a denominarse José Menéndez e Ignacio Carrera Pinto, respectivamente. En 1977 se fundaba la biblioteca pública Carmen Holzehuer en el barrio 18 de Septiembre y se abrían oficialmente, las puertas de la Zona Franca.
A menudo se nos viene a la mente todos estos recuerdos cuando compartimos con los numerosos grupos folclóricos que han surgido en Punta Arenas en el último tiempo, muchos de ellos integrados por exmiembros de las Fuerzas Armadas y de Orden con sus numerosas familias, quienes exhiben sus destrezas en la interpretación de la cueca y en las tonadas campesinas. Es lo que ocurrió el pasado sábado 23 de agosto cuando en el marco de la actividad organizada por el ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio en el denominado Día de los niños y jóvenes, colaboramos con el grupo Chuman Go presidido por el ingeniero Mirko Masle y la junta de vecinos del Cerro de la Cruz, en la puesta en escena de varios números artísticos y literarios.
A la exhibición de algunos documentales sobre monumentos hechos con metales y residuos levantados en la comuna de San Gregorio y de la historia del mercado municipal de Punta Arenas, siguió la interpretación de dos pies de cueca y otros bailes populares, a cargo de las parejas integradas por los jóvenes hermanos Cristóbal y Catalina Díaz Ruiz y Rocío Moreno Cárcamo con Ramón Díaz Maldonado. A lo anterior, se agregó la presentación visual efectuada por la periodista Isabel Peña Norambuena acerca de varias conocidas escritoras regionales con los resultados del proyecto de “La letra escondida. Mujeres creadoras en la literatura de Magallanes” y la disertación que ofrecimos sobre la laguna de patinar del Regimiento Pudeto en la literatura austral. En medio del programa, escuchamos con especial atención e interés, la exposición efectuada por nuestro amigo Francisco Abarzúa Lagos, quien brindó una breve charla magistral sobre la historia del guitarrón, único y típico instrumento musical chileno, con el que suele amenizar eventos artísticos y tertulias literarias.
En su intervención se refirió a las diferencias entre el canto a lo humano y el canto a lo divino, pero, especialmente, a los conceptos básicos que caracterizan a la poesía popular chilena, con la vida y obra de sus principales cultores. Mientras nos deleitábamos con la evocación que realizaba de payadores o de juglares, entre otros, el zurdo Ortega, Juan de Dios Reyes, Manuel Ulloa, Isaías Angulo, Benedicto Salinas, -el “piojo” Salinas-, Santos Rubio y mencionaba al pequeño grupo de aficionados que experimentan con el guitarrón en Punta Arenas, conformado por Eric Román Carrasco, Roberto Niculcar, Gabriel Zegers Müller, Vicente Levín González (que tiene el guitarrón del “piojo” Salinas) y el propio Abarzúa, recordábamos al escritor chileno Diego Muñoz Espinoza, autor de libros de cuentos, algunas monografías, tres novelas y sobre todo, de importantes estudios históricos y literarios acerca de la relación entre la cueca y la poesía popular chilena.
Un autor
silenciado y olvidado
En las pocas biografías que existen sobre su persona o que circulan en internet, se recuerda hasta el cansancio de que Diego Muñoz Espinoza formaba parte de la pandilla o del grupo de amigos de artistas y escritores que acompañaban a Pablo Neruda en sus andanzas por la bohemia santiaguina de los años veinte del siglo pasado.
Esta es una verdad a medias. Nacido en la ciudad de Victoria el 13 de octubre de 1903, coincidió con Neruda y Juvencio Valle en el Liceo de Temuco, pero a diferencia de sus amigos de travesuras, quienes desde muy jóvenes sintieron el llamado de la poesía, el despertar literario en Diego Muñoz se dio especialmente, en el plano narrativo. Extraña mezcla de aventurero y estudioso, estamos convencidos que su trabajo literario y de divulgación cultural, fue eclipsado por su amistad con Neruda, que biógrafos y comentaristas han multiplicado en anécdotas y leyendas de todo tipo, siempre en favor del Premio Nobel.
Alumno destacado en la carrera de Derecho, sus actividades políticas lo confrontaron con el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo. Ante el peligro de caer preso, decidió viajar a Ecuador. Oreste Plath afirma en su libro, “El Santiago que se fue” (1997) que Diego Muñoz viajó a Valparaíso a pedir ayuda al poeta Zoilo Escobar, funcionario de la Gobernación Marítima, quien lo colocó de ‘pavo’ en un barco hasta Arica. De allí siguió rumbo por tierra al Perú y luego, a Guayaquil en Ecuador, donde vivió, estudió, se recibió de abogado y trabajó por tres años. Su vida a partir de entonces, fue un cúmulo de aventuras. Fue subdirector de un medio escrito; navegó por ríos tropicales, por selvas y plantaciones. Estuvo en el archipiélago de las islas Galápagos buscando un gran tesoro y en cambio, casi encontró la muerte. En una pequeña goleta navegó hasta el golfo de Panamá. Volvió a Chile luego de la caída de Ibáñez el 26 de julio de 1931, como último marinero del vapor Abelardo Rojas, que se incendió después.
Es en este momento histórico, en que inició su carrera literaria con la publicación de las novelas “La Avalancha”, prologada por Angel Cruchaga Santa María (Premio Nacional de Literatura 1948) y “De Repente”, con estudio preliminar de Pablo Neruda quien consideró a esa obra como uno de los pequeños libros más fascinantes de nuestra literatura, opinión refrendada por Luis Sánchez Latorre en el artículo que escribiera en Las Ultimas Noticias a propósito del fallecimiento de Muñoz Espinoza en abril de 1990:
“Si yo tuviera un modesto tallercito de hojalatería literaria pondría a mis alumnos de género narrativo a trabajar sin tregua sobre dos volúmenes especiales, recomendados en Isla Negra, en la primavera de 1963, por Pablo Neruda. Los dos pequeños libros más fascinantes de nuestra literatura son, seguramente, La Amortajada, de María Luisa Bombal, y De Repente, de Diego Muñoz”.
Para cuando la novela “De Repente” fue reimpresa por la editorial Orbe en 1963, su autor era ampliamente reconocido por sus trabajos de ficción, que incluía además de sus primeras obras ya enunciadas, el volumen de cuentos, “Malditas cosas” publicado en 1935, la novela “Carbón”, editada en 1953, traducida al ruso, al búlgaro y al finés y por los significativos trabajos, “Gramática castellana”, producido en 1938 con Rubén Azócar y “Villa de Ñuñoa”, monografía histórica de 1962 con fotografías de Antonio Quintana. Un poco antes, su libro de cuentos, “De Tierra y de Mar” había conseguido en 1961 el Premio Gabriela Mistral. En 1964 “Allá Abajo” fue seleccionado en el volumen “7 cuentos premiados” en el concurso auspiciado por la Compañía Refinadora de Azúcar de Viña del Mar (CRAV).
Con motivo del sexagésimo cumpleaños de Neruda, escribió para la revista “Aurora” en julio de 1964 un entrañable retrato de su amigo que rememora la época de juventud y la bohemia vivida en Santiago cuando combinaba sus estudios de Derecho en la Universidad de Chile con los de pintura en la Escuela de Bellas Artes:
“Resultado de esto fue que hice la primera pintura mural del Zeppelin. Y estaba pintando cuando rendía, al mismo tiempo, mis exámenes de segundo año de Derecho. Me pagaron entonces diez mil pesos; cinco mil en dinero y cinco mil en consumo; por entonces cobraban en aquel cabaret un peso por la botella de cerveza pero a mí me la cargaban a sólo veinte centavos. Nunca gozamos de mayor abundancia que entonces”.
Oreste Plath señala en sus escritos, que los diarios santiaguinos de la época aseguraban de que se trataba del primer mural que se ejecutaba en Chile. Diego Muñoz y su cuadrilla de amigos, encabezada por los escritores Pablo Neruda, Alberto Rojas Jiménez, Tomás Lago y los pintores y escultores, Abelardo Bustamante, Isaías Cabezón y Julio Ortiz de Zárate, se bebieron 25 mil maltas y pilseners. El prestigio del cabaret Zeppelin se esparció por toda América a través de los cientos de clientes que disfrutaron de sus noches santiaguinas. Frecuentado por artistas y escritores, una madrugada lo visitó Claudio Arrau quien improvisó un jazz rítmico, siendo aplaudido a raudales por los noctámbulos.
Muñoz Espinoza publicó también, el tomo de relatos, “Cinco Astillas”, distinguido con el premio Pedro de Oña en 1967, libro designado por la Academia Chilena de la Lengua como el mejor de 1970. Entre otros estudios de su autoría tenemos, “Lenguaje vivo, consultorio gramatical” de 1969; el ensayo, “Las tres etapas de la lírica nerudiana” de 1979 y los breves relatos históricos que comprenden el libro editado en 1980, “Aventuras en los Mares de Chile”, en que varios episodios reciben los nombres de personajes vinculados con Magallanes como podemos apreciar en el índice: “Entrada a los mares de Chile. El Caleuche”; “Hernando de Magallanes”, “Sir Francis Drake”, “Juan Fernández”, “Sarmiento de Gamboa”, “Sir Thomas Cavendish”, “Richard Hawkins”, “Los Holandeses”, “Oliver van Noort”, “Bartolomé Sharp”, “Robinson Crusoe”.
Un mundo popular
Como apuntó el cronista Marino Muñoz Lagos en su comentario literario vertido en La Prensa Austral, el 17 de mayo de 1990, el escritor nacido en Victoria conjugaba la creación de cuentos y novelas rescatando la expresión del pueblo mediante un fino tratamiento lingüístico o bien, por medio de vivas revelaciones de lo que llamaba, poesía popular:
“Ocurre en nuestro país que cualquiera de nosotros se ha hallado o puede hallarse al lado de un ser prodigioso, sin darse cuenta de ello, sin maliciarlo siquiera. Puede ser en los mercados, en los mitines, en las faenas agrícolas, en las minas, a la orilla del mar, en una calle o en el cruce de una vía ferroviaria; porque a cualquiera de estos sitios concurrirá un día, seguramente –si no es que vive y trabaja allí mismo-, algún poeta popular”.
Aunque Diego Muñoz tenía una columna habitual en el diario “El Siglo” donde a veces, explicaba e insertaba pequeñas creaciones de lo que consideraba poesía popular, fue en 1946 cuando presentó con la editorial Gutenberg el ensayo de 176 páginas, “Brito, poeta popular nortino”, en que dio a conocer sus principales ideas sobre el tema. El libro abrió una arista desconocida en el terreno de la investigación literaria, sólo tratado antes por el filólogo alemán avecindado en Chile, Rodolfo Lenz (1863-1938) con sus trabajos sobre la poesía popular, obra impresa en 1919.
Con el auspicio de la Universidad de Chile organizó en 1954 el primer Congreso nacional de poetas y cantores populares, que contribuyó a refutar la opinión de los entendidos que luego del fallecimiento de Juan Bautista Peralta, -el ciego Peralta-, poco menos que se había terminado la poesía popular. Muy por el contrario, la publicación realizada por Diego Muñoz durante algunos años en medios periodísticos, de sucesivas liras populares demostró que esta forma de expresión poética se encontraba plenamente vigente; de hecho, en “Lira, ensayo sobre poesía popular con la reproducción facsimilar de 15 piezas de la Colección Lenz”, obra editada en Alemania en 1969 y traducida al inglés, francés y al español, el autor reconoce a más de doscientos poetas populares en plena actividad creadora.
Diego Muñoz publicó en 1971 una “Antología de 5 Poetas Populares” en donde resalta las capacidades expresivas de Raimundo Navarro Flores, Ismael Sánchez Duarte, Abraham Jesús Brito, Pedro González y Lázaro Salgado.
En marzo de 1972 editó con la empresa Quimantú uno de sus trabajos principales, como preámbulo de una investigación mucho más completa prevista a futuro, pero que no se logró publicar, debido, en parte, a los dramáticos acontecimientos de septiembre de 1973. “Poesía popular chilena” fue una selección que incorporaba a autores clásicos de la segunda mitad del siglo XIX y primer cuarto del siglo XX entre los que hallábamos:
Rosa Araneda con: “Reflexiones de un sabio”, “La desigualdad de las leyes entre el pobre y el rico. El proceso de Vergara”, “Una reprensión a mujeres que aman a hombres casados”; José Arroyo con: “La chusquiza que mató a la amiga”, “El futre arrojado del balcón por el padre de su prenda”; José Hipólito Casas Cordero: “El maricón vestido de mujer”, “Desafío al poeta Daniel Meneses a cantar personalmente”, “El caballero pegado en el caballo”; Bernardo Guajardo con: “Las cocheras”, “Agravio de los cocheros”, “Don Benjamín Vicuña Mackenna”, “El candidato presidencial”; Javier Jerez con: “Los sucesos del domingo. Muertos y heridos”, “La triste situación del pueblo chileno”; Daniel Meneses con: “Contestación a los insultos del poeta Reyes, el macaco contrarrestado”, “Versos a lo humano. Una reprensión a la mujer variable”, “Reprensión a poetastros y cantores que hablan de mí”, “Versos dedicados a la Rosa Araneda al ver que no mejora de su enfermedad”; Juan Bautista Peralta: “Lo que es clase obrera proletaria en Chile”, “Lo que le pasó al popular por andar de tiemple”, “Contestación al poeta Meneses”; Adolfo Reyes: “Descubrimiento del telescopio”, “La baja del cambio”.
Después agrega un apartado con autores contemporáneos de las décadas del 40 y 50 del siglo veinte, entre los que destacan, Abraham Jesús Brito: “Honor al Código Penal que aplica el marco de la ley”; “Gloria al mariscal Vatutin”, “Cien mil bajas nazis en los seis días de ofensiva soviética”; María Carrera con: “A mi Rinconada de Doñihue”; Pedro González con: “A mi bello Chile”, “Honor y gloria a Recabarren”; Raimundo Navarro Flores: “Contrapunto entre un anciano padre y su hijo ausente. El padre escribe al hijo”, “El hijo responde al padre”, “Despedida del angelito”; Lázaro Salgado: “Por nuestra tradición”, “A Yuri Gagarin”, “A Tolstoi”.
Diego Muñoz asegura que la poesía popular chilena se remonta al siglo XVI. Soldados españoles introdujeron el romancero en el territorio. El erudito Ramón Menéndez Pidal halló en Chile romances perdidos de España. Se debe al poeta Vicente Espinel la estructura de las décimas, cuya forma métrica consiste en una cuarteta, a la que siguen cuatro décimas que deben terminar, de primera a cuarta, con el verso correspondiente de la cuarteta, en el mismo orden. Los poetas populares chilenos le agregaron una quinta estrofa que denominan, despedida, que sintetiza el tema.
Con Bernardino Guajardo, la décima comenzó a ser usada habitualmente por el pueblo.




