Patrimonio Regional, un día que no debe diluirse
El Día del Patrimonio Regional nació con una fuerza simbólica: ofrecer a la comunidad una jornada entera para reencontrarse con su historia, su identidad y su memoria colectiva. Era una jornada esperada, un hito en el calendario cultural que invitaba a recorrer museos, abrir las puertas de instituciones públicas y privadas, y disfrutar en familia de un circuito donde la cultura y la ciudadanía se encontraban sin apuro. Un solo día, pero pleno, con el sentido de celebración concentrado en una fecha que convocaba a todos por igual.
Sin embargo, la decisión de extender las actividades del Día del Patrimonio a tres jornadas -sumando además la coincidencia con las tradicionales Jornadas por la Rehabilitación- termina por diluir ese espíritu original. Lo que antes era una gran fiesta regional, esperada y planificada con entusiasmo, hoy corre el riesgo de dispersarse en una programación fragmentada, que resta foco e intensidad a la efeméride. Al distribuir los eventos entre viernes, sábado y domingo, se pierde la magia de un día en que la comunidad podía, literalmente, volcarse a las calles y entregarse a la experiencia patrimonial.
La idea de descentralizar y ampliar la oferta cultural es valiosa, sin duda. Permite mayor flexibilidad y la inclusión de más actores, como la “Noche de Museos” o las muestras temáticas en diferentes comunas. Pero al transformar una jornada icónica en un calendario extendido, se corre el riesgo de banalizar lo que debería ser una fecha de unidad simbólica. El Día del Patrimonio deja de ser un punto de encuentro y pasa a ser una sucesión de eventos. El resultado es que, en la práctica, el ciudadano común difícilmente logra percibir una conmemoración nítida ni sentir que participa de una celebración regional única.
El patrimonio -material e inmaterial- no necesita dispersarse para llegar más lejos. Lo que requiere es coherencia y protagonismo. Cuando todo se celebra a la vez y en distintos días, el mensaje se difumina: ya no hay un solo día para detenernos, mirar atrás y reconocernos en nuestras raíces. En cambio, hay “actividades durante la semana”, sin el peso simbólico de una fecha compartida.
Recuperar el sentido pleno del Día del Patrimonio Regional implica volver a darle forma y carácter, a fin de que sea una jornada que convoque a toda la comunidad, con una programación diversa, pero concentrada; un día para las familias, para los niños que descubren su historia, para los adultos que revisitan lugares cargados de memoria, para los jóvenes que encuentran en su entorno el valor de la identidad.
En tiempos donde lo inmediato suele opacar lo trascendente, conservar una jornada única dedicada a nuestro patrimonio no es una cuestión de calendario. Es un gesto cultural y ciudadano. En caso contrario, podemos dar paso a que se dispersen los símbolos regionales y se termine perdiendo el relato común.




