“Hace rato que las toxinas marinas están llegando a la Antártica”
- El investigador presentó nuevos registros en aguas antárticas y estudios sobre especies bentónicas emergentes que podrían desplazar
su distribución hacia el extremo austral, aportando conocimiento clave desde Magallanes a la comunidad científica internacional.
Durante la XXI Conferencia Internacional sobre Algas Nocivas (Icha 2025), realizada recientemente en Punta Arenas, el Dr. Máximo Frangópulos Rivera compartió los aportes de su equipo al conocimiento global sobre floraciones algales nocivas (Fan) y toxinas marinas en ecosistemas subantárticos y antárticos.
“Uno de los temas que presentamos fue la distribución más al sur de una toxina que es la PTX1, producida por un dinoflagelado que encontramos en la Antártica”, explicó. Esta toxina fue detectada mediante el uso de resinas pasivas -dispositivos semejantes a bolsitas de té que captan compuestos disueltos en el agua-, una técnica que permite identificar la presencia de estos elementos, sin necesidad de aislar células vivas.
El hallazgo formó parte de un crucero científico internacional que zarpó desde Nueva Zelanda y culminó en Ushuaia, realizado en colaboración con el Instituto Milenio Base y la empresa francesa Ponant. “Encontramos toxinas en la Antártica, en una latitud cercana a los 71 grados sur. Sí habían sido detectadas antes, pero no tan al sur”, puntualizó el científico.
Frangópulos es investigador de la Universidad de Magallanes (Umag), del Instituto Milenio Base y del Cape Horn International Center.
Toxinas que avanzan
hacia los polos
El Dr. Frangopulos advirtió que la aparición de toxinas en aguas antárticas, aunque todavía discreta, debe ser observada con atención. “Hace rato que las toxinas están llegando a la Antártica. Los impactos que pueden tener sobre los ecosistemas costeros son inciertos, pero si llegara a producirse un incremento importante de la temperatura, estas especies podrían encontrar su nicho para desarrollarse y multiplicarse”, señaló.
Según el investigador, este posible desplazamiento biogeográfico asociado al cambio climático podría modificar los ecosistemas polares y generar riesgos globales para la fauna marina y la salud humana. “Si esto llegara a ocurrir, podría ser un desastre de proporciones globales”, subrayó.
Nuevas especies bentónicas bajo observación
El equipo de Frangopulos también presentó investigaciones sobre especies bentónicas tóxicas, es decir, aquellas que viven asociadas al fondo marino, en arenas, rocas o macroalgas. El objetivo, según el investigador, es determinar si se trata de organismos históricamente presentes en la zona o de especies que han comenzado a desplazarse hacia el sur, en respuesta al calentamiento de las aguas.
“Estamos viendo si estas especies han estado presentes desde hace mucho tiempo -porque no habían sido muy estudiadas- o si, en realidad, se están desplazando desde el norte hacia el sur, ocupando nuevos nichos justamente por un incremento en las temperaturas del agua”, explicó Frangópulos.
Estas especies, que también producen toxinas, son consideradas un indicador biológico temprano de las transformaciones que están ocurriendo en los ecosistemas australes. Su seguimiento es clave para comprender cómo responden los organismos marinos al cambio climático y qué efectos podrían tener sobre la cadena alimentaria.
El extremo austral como frontera científica
La ubicación de Magallanes, en el límite entre los ecosistemas subantárticos y antárticos, convierte a la región en un espacio estratégico para la ciencia global. Según Frangópulos, los estudios que se realizan desde el sur de Chile despiertan gran interés internacional. Desde aquí, en la confluencia de corrientes oceánicas, masas de agua fría y sistemas costeros aún poco explorados, la ciencia regional contribuye a entender fenómenos de alcance planetario. “Muchos investigadores quieren comenzar a colaborar con nosotros porque esta región, de frontera entre los Subantárticos y los Antárticos, llama mucho la atención por los procesos que ocurren en este tipo de ecosistemas marinos”, señaló.
El investigador destacó que el conocimiento generado en la zona no solo amplía la comprensión sobre las floraciones algales nocivas, sino que también aporta información crítica para la vigilancia ambiental y la seguridad alimentaria. “Cuando los mariscos se contaminan, se deben establecer medidas de restricción en la comercialización. Por eso, entender cómo se comportan estas toxinas y dónde están apareciendo es fundamental para proteger a las comunidades costeras”, explicó.
“Desde Magallanes podemos aportar conocimiento único sobre cómo se comportan estos ecosistemas en el contexto del cambio climático”, concluyó el investigador, destacando el valor del trabajo colaborativo y del monitoreo permanente, para anticipar escenarios futuros en los mares australes y polares.




