“Una casa de dinamita”: Un misil saliendo del placard
Cuando se pensaba que el mayor temor de la Guerra Fría —un ataque nuclear— ya era tema superado y que hoy le toca el turno a la inteligencia artificial, el prólogo de esta película nos recuerda que nada es para siempre y que la figura del botón rojo sigue siendo una amenaza global.
Sus primeras imágenes podrían también funcionar como el prólogo de la mañana del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, porque, aunque parece ser un día de trabajo como cualquier otro, nadie imagina que todo puede cambiar de golpe.
El punto de partida es la confirmación de que un misil nuclear ha sido disparado misteriosamente desde el Pacífico y avanza hacia territorio norteamericano. Lo que parecía “pan comido” no resulta tal, porque, a pesar de los protocolos y ensayos, otra cosa es con guitarra, y la situación comienza a ir de mal en peor.
“Una casa de dinamita” narra la tensión creciente de esta cuenta regresiva, mientras la burocracia de la inteligencia militar debe decidir cómo reaccionar ante un enemigo sin rostro y que, por su capacidad nuclear, se cuenta con los dedos de una mano.
Se trata de un filme producido por Netflix, y lo que se percibe desde un primer momento es el pulso narrativo de la realizadora Kathryn Bigelow, quien sabe combinar el género bélico con acción y política, como lo demostró en Vivir al límite (2008), con el grupo de élite que debe desactivar bombas en territorio iraquí, o en La noche más oscura (2012), sobre el equipo de la CIA obsesionado con encontrar el paradero del líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden.
Aquí, Bigelow decide narrar esos minutos decisivos dividiendo la película en tres episodios —“La curva se aplana”, “Darle a una bala con otra bala” y “Una casa llena de dinamita”— para contar lo mismo, pero desde distintos espacios y puntos de vista: la Sala de Crisis de la Casa Blanca, un centro de operaciones del Pentágono y la mirada de un dubitativo presidente de Estados Unidos. En ese esfuerzo, los protagonismos se disuelven; la historia se vuelve coral, y lo que prevalece es una cámara movediza que parece buscar describir lo inestable de la situación o darle realismo a la ficción.
El resultado de la película es irregular, dejando flancos abiertos por ciertos excesos emocionales o vacíos logísticos en el guion, que sugieren que, si en materia de seguridad Estados Unidos está así, qué nos espera al resto.
Sin embargo, Una casa de dinamita inquieta porque logra plantear la interrogante y la hipótesis de que una situación similar, en los tiempos actuales, podría volverse realidad.
Y si el estribillo de un hit ochentero del rock latino le preguntaba a un niño qué iba a hacer cuando fuera grande o cuando alguien oprima el botón, la película plantea que ni el país más poderoso del mundo lo tiene tan claro.




