Una democracia que se reencuentra con su mayoría
La elección de este domingo quedará registrada como un hito en la historia electoral de Chile. Esto, no sólo por los resultados que perfilan una segunda vuelta altamente difícil para Jeannette Jara y más favorable para José Antonio Kast luego de que lograra el apoyo de los otros candidatos de derecha, sino -sobre todo- por el retorno masivo de la ciudadanía a las urnas.
Con 13.475.457 votantes, equivalentes al 85,4% del padrón electoral, el país vivió “la elección con la participación más alta de la historia”, tal como lo destacó la presidenta del Servicio Electoral, Pamela Figueroa. Esa cifra no es apenas un dato, es un mensaje contundente sobre la salud democrática del país y el compromiso de su ciudadanía.
Estos comicios -los primeros presidenciales y parlamentarios con voto obligatorio e inscripción automática- demostraron que cuando el deber cívico se ejerce en un marco de claridad institucional y confianza pública, la democracia recupera su pulso y su amplitud. Incluso comparado con las elecciones regionales y locales de 2024, también bajo obligatoriedad, el nivel de participación fue excepcional. La ciudadanía respondió con una fuerza que parecía dormida tras años de apatía, devolviéndole densidad y legitimidad a la representación política.
El contraste con el pasado reciente es categórico. En 2021, cuando Chile eligió Presidente bajo un sistema de voto voluntario, la participación nacional llegó apenas al 47,33%. Menos de la mitad del país tomó una decisión tan trascendente. Esa tendencia al alza de la abstención -salvo en los procesos constitucionales- se había convertido en una señal preocupante sobre el distanciamiento entre la ciudadanía y las instituciones.
Esta elección rompió esa inercia. La reimposición del deber de votar no solo corrigió distorsiones, sino que reconectó a millones con un acto fundamental para la vida democrática. No se trata de obligar a pensar, sino de obligar a participar. Y la diferencia se nota: las decisiones de país vuelven a apoyarse en una mayoría efectiva.
Si el panorama nacional ya es robusto, lo que ocurrió en Magallanes es especialmente digno de reconocimiento. La región registró una participación del 76,45%, equivalente a 122.394 votantes de un padrón superior a 160 mil personas. Para una zona que en 2021 alcanzó apenas el 44,19%, el salto es extraordinario. Los magallánicos volvieron a ejercer su tradición republicana con una convicción que fortalece la legitimidad del proceso completo.
El Servel, por su parte, demostró nuevamente por qué es una de las instituciones más valoradas del país. La transparencia, el profesionalismo y la impecable ejecución del proceso fueron determinantes para sostener la confianza pública. Sin un árbitro competente, ninguna elección -por masiva que sea- puede sostenerse sobre bases firmes.
Hoy Chile mira hacia la segunda vuelta con un capital democrático renovado. Pero más allá de los nombres en disputa, lo esencial ya ocurrió: la ciudadanía volvió. Retornó con fuerza y con deber. Esa es la mejor noticia para un país que, en tiempos de incertidumbre global, demuestra que aún confía en la democracia como espacio de encuentro y decisión. Y, Magallanes, a su vez, nuevamente estuvo a la altura de su historia.




