Necrológicas

En la hora del lloro y el crujir de dientes

Por Pavel Oyarzún Domingo 7 de Diciembre del 2025

Compartir esta noticia
39
Visitas

Ustedes siembran cicuta, y pretenden ver madurar espigas” (Nicolás Maquiavelo).

Decir que la llamada transición chilena a la democracia, iniciada en 1990, fue posible gracias a la protesta social es decir una obviedad. Afirmar, a renglón seguido, que en esa protesta social el movimiento estudiantil jugó un papel protagónico es sumar otra obviedad. Enseguida, añadir que el movimiento estudiantil surgió en liceos y universidades fiscales es caerles -machacón- con otra obviedad. Otro ladrillo en el muro.

Pero, para insistir por un camino trillado -solo, viejo y pensativo- puedo agregar que el movimiento estudiantil aquel, surgido en el calabozo de Pinochet, tan solo podía gestarse en la educación pública, pues la inmensa mayoría del estudiantado pertenecía a ella. Podría sumar, incluso, como quien no quiere la cosa y en castellano antiguo, la condición de clase de gran parte de aquella masa estudiantil: proletaria y popular.

Este origen de clase de los estudiantes chilenos, en la década de los 80, tenía otro filo. Otro peso. Y calibre de revuelta. De sublevación. A tan solo una década del golpe de Estado, la larga tradición del movimiento estudiantil criollo, marcada por el sello democrático-popular de los partidos y movimientos de izquierda desde los años 20, se mantenía viva, como brasa, en la conciencia de muchos adolescentes y jóvenes que ingresaron a la enseñanza secundaria y superior, sumándose prontamente al rebelde callejeo ochentero.

En consecuencia, decir que la dictadura y sus ideólogos tenían al movimiento estudiantil en la mira es decir una obviedad. Afirmar, a renglón seguido, que la represión y el amedrentamiento utilizados contra el movimiento popular fueron usados, asimismo, contra la organización estudiantil es sumar otra obviedad. Enseguida, añadir que este plan de desmantelamiento buscaba eliminar un “foco izquierdista” y, de paso, convertir la educación chilena en un pingüe negocio es caerles -machacón- con otra obviedad. Otro plomazo.

Tenían la Constitución del 80. Tenían el poder de las armas. Tenían todo, menos tiempo. Como sabemos, el plebiscito del 88 truncó el plan de perpetuación y, un par de años después, debieron abandonar La Moneda.

Sin embargo, es aquí, justo aquí, donde terminan las obviedades y comienza un hilado más fino, con manos de fantasma, como diría Roque Dalton. O de carterista, agrego, con ácido.

El plan de destrucción de la educación pública chilena, iniciado por Pinochet y sus adláteres, fue continuado, al pie de la letra y con especial denuedo, durante la transición, por los mismos partidos de la izquierda y centroizquierda -excepción hecha del Partido Comunista- que no mucho antes la habían impulsado, también con especial denuedo. Era de no creerlo, entonces. Era como si las directivas y militantes de partidos que formaron la Unidad Popular de Allende, el Frente de Acción Popular y el ya mitológico Frente Popular de Aguirre Cerda, bajo el eslogan más luminoso de la historia de Chile, “Gobernar es Educar”, a partir de 1990 hubiesen sufrido un trasplante de médula. Algo así.

Como es archisabido, en Chile, como en cualquier otro patio tercermundista, la causa de la igualdad social solo es posible por medio de una educación pública robusta, mayoritaria y con sentido histórico, la cual, por definición, y en todo el redondo planeta que habitamos, solo puede proporcionarla el Estado (juro que esta es la última obviedad que digo).

El fundamento de más arriba está inscripto en las tablas de la ley de la izquierda y el progresismo chilenos. Sin excepción. Está, o debiera estarlo, en su ADN. Por tanto, cabe la pregunta: ¿por qué, a partir de 1990, con todo -o casi todo- el poder estatal en la mano, estas fuerzas políticas se sumaron, por acción u omisión, que para el caso es lo mismo, a la destrucción sistemática y gradual de la educación pública chilena?

Hago la pregunta, en tiempos de coartadas electorales, cuando varios conspicuos representantes de esta misma izquierda -modo 21, y ahora, con comunistas incluidos- muestran su asombro, o pánico directo, ante el avance de “tendencias retardatarias” en la población. Y entonces, algunos de ellos se ponen bíblicos. Se ponen apocalípticos. Y alzan los focos al cielo, buscando señales. Buscando respuestas.

Cabe, por tanto, que vuelva a la carga-cargante, con el viejo Maquiavelo, y entiéndase bien, en la + profunda, más allá del resultado en las urnas (nunca mejor dicho): al permitir y alentar, durante todos estos años, el desmantelamiento de la educación pública chilena, ¿qué creían que estaban sembrando: cicuta o trigo? ¿Qué esperaban cosechar?

Pues bien, en la hora del lloro y el crujir de dientes: a llorar a la playa, cabrones.

Pin It on Pinterest

Pin It on Pinterest