Fósiles en la Antártica reescriben su historia: bosques sobrevivieron millones de años tras la gran glaciación
- Hojas fósiles de Nothofagus halladas en isla Rey Jorge revelan que la Antártica occidental mantuvo vegetación leñosa hasta el Mioceno temprano, desafiando los modelos climáticos que anticipaban una desaparición mucho más temprana de sus bosques.
Un equipo científico internacional, liderado por los investigadores chilenos Joaquín Bastías-Silva (Universidad Santo Tomás y Universidad de Ginebra, Suiza) y Marcelo Leppe (Universidad Mayor), reportó el hallazgo de hojas fósiles del género Nothofagus en la formación Cabo Melville, ubicada en isla Rey Jorge, Antártica occidental. Los restos, datados entre 22 y 20 millones de años, corresponden al Mioceno temprano y constituyen una evidencia inesperadamente tardía de la existencia de bosques en el Continente Blanco.
El estudio, titulado “Los macrofósiles de plantas neógenas de la Antártica occidental revelan la persistencia de los bosques de Nothofagaceae hasta principios del Mioceno”, demuestra que comunidades vegetales tipo tundra, dominadas por Nothofagus -familia a la que pertenecen especies como el roble, coihue, ñirre y raulí-, persistieron en la Antártica mucho después del inicio de la gran glaciación del Cenozoico tardío.
Este hallazgo amplía significativamente el registro fósil de este linaje vegetal, remanente del supercontinente Gondwana. La presencia de Nothofagus en la Antártica se extiende ahora desde el Campaniano, hace aproximadamente 80 millones de años, hasta comienzos del Mioceno, hace cerca de 23 millones de años.
Los bosques antárticos, surgidos en tiempos de los dinosaurios y capaces de resistir múltiples cambios climáticos, persistieron en un continente que entonces aún mantenía áreas verdes durante cerca de 60 millones de años. Desde esta prolongada historia evolutiva, las poblaciones antárticas habrían contribuido a la dispersión del género hacia Oceanía -Nueva Zelandia, Australia y Nueva Caledonia- y hacia Sudamérica, especialmente Chile y Argentina, donde hoy sobreviven sus descendientes.
Las hojas fósiles descubiertas representan el último registro macrofósil de vegetación leñosa en la Antártica occidental previo a su congelamiento definitivo. La edad de los fósiles fue establecida con alta precisión mediante datación Uranio-Plomo (U-Pb) de un nivel de ceniza intercalado, que arrojó una edad promedio ponderada de 20,97 ± 0,22 millones de años. Los resultados confirman que durante el Mioceno temprano existieron en la región ecosistemas de tundra desarrollados en un ambiente glacio-marino.
El trabajo cuestiona modelos previos que proponían una desaparición definitiva de los bosques tras la transición Eoceno-Oligoceno, ocurrida hace unos 34 millones de años. A partir de esta nueva evidencia, los investigadores plantean dos escenarios posibles: la persistencia de estas plantas en refugios glaciares aislados o recolonizaciones episódicas durante intervalos climáticos relativamente más cálidos.
Importancia del descubrimiento
La relevancia del hallazgo radica en que la Antártica se encuentra actualmente cubierta en un 98% por hielo, lo que hace que su registro fósil sea escaso y fragmentario. Hasta ahora, gran parte de la evidencia neógena de vegetación provenía de estudios de polen, un material que puede ser transportado a grandes distancias y no siempre refleja la flora local.
Los macrofósiles presentados en este estudio eliminan esa incertidumbre y permiten extender con mayor certeza la historia documentada de Nothofagus en ecosistemas antárticos. “Estos fósiles sugieren que los bosques de Nothofagus resistieron o regresaron a la Antártica occidental millones de años después del inicio de la gran glaciación”, señaló Joaquín Bastías-Silva.
Por su parte, Marcelo Leppe destacó que “comprender cuándo y cómo desaparecieron los bosques antárticos es clave para entender una de las mayores transformaciones del paisaje biológico y físico del planeta: la glaciación final de la Antártica”.
El contexto geológico de la región muestra tres grandes etapas: sedimentación marina profunda durante el Jurásico y Cretácico temprano; volcanismo y floras exuberantes durante el Eoceno; y depósitos glaciares e interglaciares desde la Transición Eoceno-Oligoceno. La formación Cabo Melville conserva sedimentos glacio-marinos con dropstones y abundante fauna marina, a los que ahora se suma evidencia directa de flora de Nothofagus del Mioceno temprano.
El estudio se basó en trabajos de prospección y recolección de macrofósiles realizados entre enero y febrero de 2023, en el marco de la Expedición Científica Antártica 59 (Eca 59), organizada por el Instituto Antártico Chileno (Inach).
La investigación reunió a especialistas de Chile, Suiza, Nueva Zelandia, China y Reino Unido, y fue financiada por la Swiss National Science Foundation, proyectos del Inach, el Núcleo Milenio Evotem (Anid) y otros fondos nacionales e internacionales.
Origen del nombre Nothofagus
Hace más de 160 años, el naturalista inglés Joseph Dalton Hooker planteó que las similitudes entre las floras de los continentes del sur no eran casuales, sino la huella de un origen compartido en una antigua masa continental. Si bien la compleja distribución de las plantas de origen gondwánico no puede explicarse únicamente a partir de un solo linaje, el género *Nothofagus* se ha consolidado como una pieza clave para comprender los procesos evolutivos y las rutas de dispersión de la biota del hemisferio sur. La familia Nothofagaceae habría alcanzado o se habría diversificado en la península Antártica durante el Campaniano inferior, hace cerca de 80 millones de años, integrándose a comunidades vegetales que combinaban especies hoy características de los bosques australes con remanentes de la antigua flora del Cretácico.




