Necrológicas
  • – Héctor Jorge Castillo Ortiz

Tres personajes, tres vidas, tres muertes (1ª parte)

Domingo 21 de Diciembre del 2025

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En nuestra casa familiar fui —desde la niñez— testigo, oyente y partícipe de esas tan añoradas conversaciones. No había celular, tablet, notebook ni esas cosas; por lo demás, no es malo que existan, todo depende del uso que se les dé. Había radio, siempre hubo un receptor de radio, y el horario de las noticias era sagrado. Pero, fuera de ese momento, cualquier instante invitaba a la plática, más aún cuando llegaban parientes o amigos.

La conversación iba desde la actividad de la población (mejor dicho, la “chimuchina” de la población) hasta los problemas de política internacional. Recuerdo que me resultaba muy entretenido cuando se hablaba de futbolistas, políticos, escritores o personas ligadas al arte. Así supe del “Conejo” Scopelli, gran delantero de la “U”; de Raúl Toro, otro baluarte del gol; de afamados políticos o dirigentes sociales como María Elena Carrera, Elena Caffarena, Amanda Labarca, César Godoy Urrutia, Jorge Alessandri Rodríguez y Francisco “El Marqués” Bulnes Sanfuentes; y de intelectuales o estudiosos de la talla de Nicomedes Guzmán, Alejandro Lipschutz, Joseph Emperaire, Francisco Coloane, Juvencio Valle y muchos más.

Pero hubo tres personajes que me despertaron afectos y tristezas por sus breves existencias marcadas por la locura y por las circunstancias que rodearon sus partidas de este mundo, aspectos que los hicieron entrañables e inmortales: Alberto Valdivia Palma, Alberto Rojas Jiménez y Carlos Faz Camus.

Alberto Valdivia Palma (el “Cadáver” Valdivia)

Alberto Valdivia Palma nació en Santiago de Chile en 1894. Poeta misterioso, además de músico y pintor, fue un tipo humilde, de una pobreza digna y una bondad sin límites; silencioso y taciturno. Aparte de sus dotes líricas, pasó a la posteridad por aquel paquete envuelto en diarios viejos que siempre llevaba bajo el brazo.

En Confieso que he vivido (memorias), Pablo Neruda nos ilustra respecto de Valdivia:

“El poeta Alberto Valdivia era uno de los hombres más flacos del mundo y era tan amarillento como si hubiera sido hecho sólo de hueso, con una brava melena gris y un par de gafas que cubrían sus ojos miopes, de mirada distante. Lo llamábamos el ‘Cadáver’ Valdivia”.

En la “sana” bohemia de la década de 1920, Neruda y su grupo frecuentaban los bares y cafés cercanos a la esquina de las calles Bandera y San Pablo. Por ahí circulaban, entre otros, Alberto Rojas Giménez, Julio Ortiz de Zárate, Isaías Cabezón, Diego Muñoz y, por supuesto, Neruda y Valdivia. El premio Nobel relata que todos los años, la noche anterior al 1 de noviembre, organizaban una cena especial en honor a Valdivia. Al filo de la medianoche iban a dejar al festejado a la puerta del cementerio y, luego de una ceremonia con sus correspondientes discursos, cada uno de los contertulios se despedía del poeta “difunto” y lo dejaban solo en el acceso al camposanto.

El poeta disfrutaba de la travesura, pues, por lo demás, se cuenta que nunca se molestó por el apodo que lo hizo célebre. Al cabo de unos días, el “Cadáver” Valdivia reaparecía por los bares y cafés, dando cuenta de que, al menos por un año más, su presencia estaba asegurada. Llegaba con su misterioso paquete, donde decía llevar sus escritos, aunque todos sabían que contenía los implementos necesarios para sus adicciones.

Romanzas en gris (Editorial Cóndor, 1922) fue el único libro publicado por Valdivia. Recibió opiniones disímiles por parte de los críticos de la época; incluso se lo comparó con Juan Ramón Jiménez. El volumen contiene bellos poemas, entre los cuales destaca “Todo se irá”:

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