Necrológicas
  • – Héctor Jorge Castillo Ortiz

Navidad es aprender a mirar desde abajo

Por Marcos Buvinic Domingo 21 de Diciembre del 2025

Compartir esta noticia
84
Visitas

Para ver algo, es muy importante el lugar en que nos situamos, y según sea ese lugar tendremos un punto de vista —u otro— de lo que estamos mirando. No es lo mismo mirar de lejos que mirar de cerca, o mirar de lado que mirar de frente; y tampoco es lo mismo mirar desde arriba que mirar desde abajo. El lugar donde nos ubicamos nos entrega nuestro punto de vista y determina la manera de percibir lo que observamos.

Ser conscientes de los puntos de vista que hacen posible y condicionan nuestra mirada es muy importante en todos los aspectos de la vida y, en estos días, lo es especialmente para celebrar la Navidad. Me refiero al nacimiento de Jesús que celebramos los cristianos, no a la fiesta del consumo y de los regalos que, rebozando deseos de paz y bien, termina por eliminar a Dios y lo que Él quiere decirnos.

En Navidad, los cristianos celebramos el gran signo que Dios ha dado a nuestro mundo, el cual —señala el Evangelio— es “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Ese es el lugar desde el cual el Dios hecho Hombre nos mira: desde abajo, desde la pequeñez de un niño y desde la pobreza de un pesebre. Así, nos invita a agacharnos y a mirar nuestra propia vida y el mundo como Él los mira: desde abajo.

Esto de saber agacharse no es sólo un buen ejercicio kinésico; es un ejercicio espiritual muy serio para adquirir el punto de vista de la fe en el Señor Jesús. Cuando no bajamos de nuestros pedestales y no aprendemos a agacharnos para ponernos al nivel de otros y mirar la vida y el mundo desde abajo, perdemos la verdadera perspectiva de las cosas y de nuestra propia pequeñez. Algo similar ocurre cuando —en cualquier ámbito— se elaboran planes, programas, obras o actividades que resultan inútiles, porque pasan a muchos metros de altura por sobre lo que realmente vive la mayoría de las personas.

Hace unos años, el Papa Francisco, al visitar un centro pediátrico, dijo a los médicos, enfermeras y colaboradores de ese lugar: “Trabajar con niños no es fácil, pero nos enseña tanto. A mí me enseña una cosa: que para comprender la realidad de la vida debemos agacharnos, como nos agachamos para besar a un niño”. Y continuó diciendo: “Todos nosotros —los profesionales, los organizadores, las monjas— tenemos que aprender esta enseñanza: agacharse. Agáchate, sé humilde, y así aprenderás a entender la vida y a entender a la gente”.

Estos días de Navidad son una ocasión preciosa para practicar el ejercicio de agacharse, y hacerlo no sólo ante el Pesebre, sino también ante los niños y los enfermos; hacerlo ante los adultos mayores y, si se trata de un adulto mayor que hace la hazaña de sobrevivir con una pensión miserable, ¡mucho mejor aún es el ejercicio! Agacharse para aprender a ver la vida desde abajo, para situarnos en el lugar de nuestra propia pequeñez; agacharse para aprender a acoger a otros.

Es un ejercicio espiritual que sana las cegueras, permite escuchar de verdad a los demás y enseña a compartir. En Belén, este ejercicio está simbolizado en el acceso a la gruta donde nació el Señor Jesús. Se trata de una iglesia antigua, con más de mil años de historia, que sólo tiene una pequeña puerta, angosta y baja, de no más de un metro y medio de altura. Esa puerta, por la que hay que entrar agachados, es la única vía posible para llegar al lugar donde nació el Señor. Es decir, el modo de entrar en el sentido profundo de lo que celebramos en Navidad pasa necesariamente por saber agacharse.

Sólo es posible llegar hasta el Señor Jesús si estamos dispuestos a agacharnos y a despojarnos de nuestra “estatura”: de nuestras ideas, hazañas, títulos, negocios, viajes, manejos económicos, triquiñuelas para controlar a otros, en fin, de tantas cosas que nos mantienen ocupados y nos dan una falsa sensación de grandeza y poder. Lo lamentable es que, en la ilusión de hacernos grandes, todas esas cosas nos impiden ingresar por la puerta pequeña de la Navidad, porque el misterio de Dios que se hace Niño sólo acoge a quienes se agachan para llegar hasta Él.

Si nos cuesta mucho agacharnos y la puerta sigue resultándonos pequeña, todavía nos queda un último recurso: agacharnos en súplica, como lo hizo el escritor y filósofo español Miguel de Unamuno: “agranda la puerta, Padre,/ porque no puedo pasar./ La hiciste para los niños,/ yo he crecido, mi pesar./ Si no me agrandas la puerta,/ achícame, por piedad,/ vuélveme a la edad aquella/ en que vivir es soñar”.

¡Feliz Navidad a todos junto al Pesebre del Señor Jesús!

Pin It on Pinterest

Pin It on Pinterest