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Nuestros 500 Años

Por Marcos Buvinic Domingo 8 de Noviembre del 2020

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En medio de la tragedia global del coronavirus, de las tensiones y expectativas del plebiscito, de las dificultades económicas de muchos a causa de la pandemia y del confinamiento, hemos conmemorado los 500 años de la llegada de Hernando de Magallanes al Estrecho que hoy lleva su nombre, y que abrió las puertas a una nueva experiencia de la globalización planetaria.

Se había planificado como una significativa conmemoración con presencia de autoridades europeas y nacionales, científicos, historiadores, navegantes; con eventos académicos y de participación popular, y una larga lista de actividades que promovieran el atractivo turístico de nuestra ciudad y región patagónica. Todo eso quedó en pausa por la pandemia, salvo algunos muy buenos programas en la televisión, la inauguración de monumentos en diversos puntos del Estrecho, y un acto oficial en el muelle de la ciudad.

Por cierto, ya nadie habla, del “descubrimiento” del Estrecho por parte de Magallanes, pues los que lo descubrieron fueron los primeros habitantes que llegaron a la Patagonia hace unos 10.000 años, y que fueron constituyendo los pueblos originarios de esta región, precisamente en el periodo en que, geológicamente, se fue formando el Estrecho. Así, lo que se conmemora son los 500 años desde que la cultura europea tomó conocimiento del Estrecho y de estas tierras patagónicas permitiendo que, por primera vez, el ser humano pudiera dar la vuelta al mundo vinculando nuevas tierras, nuevos mares, nuevos pueblos y nuevos productos.

La hazaña de Magallanes fue la primera experiencia de globalización de nuestro planeta, el cual pasó a ser -como ahora lo llamamos- nuestra Casa Común; una experiencia de encuentro y de diálogo de diversos pueblos y culturas. Un encuentro que se tornaría en desgracia para los pueblos originarios, y un diálogo muy desigual entre quienes se veían a sí mismos como “civilizados” y consideraban a los demás como “salvajes”.

Teniendo en cuenta estas precisiones no menores, muchas veces trágicas, acerca del modo en que se dio el encuentro de pueblos y culturas, el hallazgo del Estrecho por Hernando de Magallanes fue un paso decisivo en el proceso de construcción del mundo que vivimos y un acontecimiento que marca nuestra cultura hasta hoy.

Para nosotros, habitantes de la Patagonia, fue la incorporación de estas tierras al conocimiento universal -porque estas tierras ya eran extraordinariamente bien conocidas por los pueblos que las habitaban-, y allí recibimos los nombres que hasta hoy nos identifican (Patagonia, Tierra del Fuego, y muchos otros). De esta manera, con la navegación de Magallanes, esta porción del territorio que hoy es Chile quedó incorporada a la historia y geografía universal; todo esto ocurrió en 1520, es decir, 16 años antes que Diego de Almagro llegara a “descubrir” Chile, como tan equivocadamente nos enseñaron por décadas en las escuelas.

En su navegación por el Estrecho y en los lugares en que desembarcaron, Magallanes y sus hombres realizaron algunas actividades importantes que, por primera vez, tuvieron lugar en lo que hoy es Chile: las primeras observaciones y descripciones de flora y fauna hoy chilenas, los primeros mapas y rutas de navegación en estas aguas hoy chilenas, las primeras mediciones de latitudes y las primeras observaciones astronómicas en lo que hoy es territorio chileno.

Entre todas las actividades que realizaron por primera vez en lo que hoy es Chile, Magallanes y sus hombres, que eran católicos creyentes en el Señor Jesús, celebraron también la primera Eucaristía en estas tierras australes, a cargo del capellán de la expedición, fray Pedro de Valderrama. El Pan de Vida alimentaba el espíritu de esos hombres audaces para llevarlos más allá de los límites de lo que conocían y abrirlos a lo nuevo que hay en el mundo. La vivencia de la fe en el Señor Jesús abre la mente y el corazón a lo nuevo y mejor que podemos hacer en el mundo.

Al conmemorar, en estos días, los 500 años en que por primera vez se celebró la Cena del Señor Jesús en estas tierras y en nuestro país, los cristianos renovamos nuestra adhesión a Jesucristo, en el mismo espíritu que animó a Magallanes y sus hombres en su audaz empresa. Hoy, con ese espíritu que disipa los temores, tenemos por delante la aventura de construir un país más justo e inclusivo, más equitativo y solidario; la aventura de multiplicar la esperanza y la fraternidad alimentados por la fe en el Señor Jesús, Pan de Vida, que nos anima en la confianza a remar mar adentro.

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