Controlando a Trump
Donald Trump ya ganó un inédito espacio en la historia. Es el único Presidente de Estados Unidos que ha sido acusado constitucionalmente dos veces. Lo malo es que esta vez el impeachment -aunque sea aprobado en el Senado- no lo destituirá antes que deba abandonar la Casa Blanca.
La otra posibilidad era la vigésima quinta enmienda. Dicha disposición establece que en determinadas circunstancias el Vicepresidente y una mayoría de altos funcionarios pueden declarar que el Presidente está “imposibilitado de ejercer los derechos y deberes de su cargo”. Aunque lo obliga a dejar de inmediato el cargo, prevé un lapso para que haga sus descargos e incluso pueda volver temporalmente al poder, sin cerrar la posibilidad de su destitución. Según The New York Times, los autores de la enmienda “se propusieron que fuera un proceso difícil y que utilizarla fuera sumamente infrecuente. Lo lograron”.
Luego que el “cobarde” Vicepresidente Pence (así lo trató Trump en su comedido estilo) rechazara intervenir, Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, dio inicio al proceso del impeachment. Ya fue aprobado en primera instancia pero más difícil será su paso por el Senado aunque no es imposible si recibe votos republicanos. Un sector importante del GOP (Grand Old Party) se ha resentido profundamente con la delirante negativa de Trump a aceptar la derrota.
En estos días, en todo el mundo, han abundado los juicios negativos. En Chile uno de los más duros lo formuló el académico y ex embajador José Rodríguez Elizondo. Afirmó en una columna que “la egolatría rústica del autócrata (Trump) mutó en la locura del gran dictador. Su objetivo fue apernarse en el poder a como diera lugar, aunque ello condujera al autogolpe, la guerra civil o la guerra convencional. Desde esa discapacidad empoderada, incubó el más rotundo rechazo a la posibilidad de una alternancia democrática… Esa locura, hay que decirlo, convirtió al incumbente Presidente de los EE.UU. en un fascista del siglo XXI. Y más peligroso que los históricos, por su acceso al maletín nuclear y su incultura enciclopédica”.
Estuvieran de acuerdo o no con este sombrío retrato, los responsables del traspaso del mando, tomaron medidas para asegurar que la asonada del 6 de enero no se repita.
La declaración de que la asunción de Biden es un Evento Especial de Seguridad Nacional hizo posible que los cuerpos de seguridad norteamericanos se coordinaran de manera efectiva. Lo motivó un pedido de la alcaldesa de Washington, Muriel Bowser, para que se reforzara la seguridad luego del “ataque terrorista sin precedentes”.
La solemne y colorida ceremonia del comienzo de una presidencia, atrae normalmente a miles de personas. Esta vez, sin embargo, la pandemia, sumada a los riesgos denunciados, le quitará el brillo tradicional. El jefe de la Guardia Nacional, el general Daniel Hokanson, informó que se desplegarían 10.000 soldados en Washington y otros 5.000 estarán disponibles.
Hay quienes hemos recordado, con nostalgia, el brutal contraste con lo ocurrido en 1961. Robert Frost fue entonces el primer poeta invitado al juramento de un presidente. John F. Kennedy asumía el cargo prometiendo una renovación profunda en la política.
Aunque Kennedy dejó muchas frustraciones y sueños sin cumplir, no cabe duda de que eran otros tiempos, otro estilo y otro Presidente.