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La carrera para ser autoridad

Por Marcos Buvinic Domingo 17 de Enero del 2021

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En estas últimas semanas los ciudadanos hemos sido testigos de las prisas y carreras en la búsqueda de candidatos y -en los casos que ahora correspondía- la inscripción de centenares de candidaturas para los diversos cargos de autoridad pública que deben ser elegidos en este año 2021: concejales, alcaldes, consejeros regionales, gobernadores regionales, convencionales constituyentes, parlamentarios, y Presidente de la República.   

No sé si se me quedó afuera algún cargo de representación pública, pero pareciera que esta carrera por ejercer algún tipo de autoridad tiene visos de transformarse en deporte nacional, el cual pareciera que intenta desplazar del primer lugar de las prioridades el combate a la pandemia del coronavirus.

Sin duda, esta desatada carrera de candidaturas es un fenómeno complejo y con muchas aristas, el cual acontece en medio de la crisis de credibilidad en las instituciones y de las diversas autoridades públicas, en medio de la crisis del estallido social, en medio de las situaciones que acarrea la pandemia y sus consecuencias de todo tipo. Entre tanta complejidad sistémica, por cierto, también es muy importante mirar a las personas que corren la carrera por ser autoridad.

Ante la abundancia de deseos por ejercer algún cargo de autoridad pública, puede ser conveniente recordar, aunque parezca obvio, que para ser autoridad hay que tener autoridad. Por eso, puede ser importante que recordemos el significado de la palabra “autoridad”, porque las palabras dicen lo que significan. Resulta que “autoridad” proviene de la expresión latina “auctoritas”, la cual está compuesta por las voces “auctor” (= autor, fomentador, garante) y “augere” (= hacer crecer). Es decir, la “auctoritas” es la capacidad que alguien tiene para hacer crecer a otros, y la credibilidad y prestigio de la autoridad se funda en que alguien, siendo dueño de sí mismo (autor), fomenta el crecimiento de otros y es un garante de que eso ocurra.

Por cierto, cuando alguien es elegido para un cargo recibe la autoridad oficial que está unida a esa función, la cual para ser ejercida con propiedad requiere que el elegido tenga autoridad personal. De nuevo, aunque parezca obvio, la autoridad personal no es algo que se recibe al ser elegido, sino que sólo se puede ser elegido para ejercer una función de autoridad pública en la medida que se tiene autoridad personal. Así, para eso se hacen las elecciones; para elegir -entre las diversas alternativas- a quienes mejor representen el punto de vista de cada ciudadano, y que tengan autoridad personal, que sean personas honestas, confiables y creíbles, que posean las capacidades y la formación necesarias para ejercer esa función.

La autoridad no se define, entonces, por su capacidad de mando o por su habilidad para las triquiñuelas, como a veces pareciera que se comprende y se practica; menos aún por la habilidad para sacar provechos personales o grupales, como pretenden los corruptos de todos los colores. Al contrario, la autoridad se define desde la capacidad de hacer crecer a otros y de ser garante de ese crecimiento en una comunidad; así, la calidad del ejercicio de la autoridad pública proviene -en buena parte- de la estatura moral de una persona y de un adecuado sistema institucional, y esa calidad se define desde el servicio a una comunidad y a los que en ella más necesitan crecer.

Eso es lo que expresó el Señor Jesús cuando se produjo un altercado entre sus discípulos acerca de quién de ellos era el más importante, les dijo: “los reyes de las naciones las dominan como señores y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores; pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el mayor entre ustedes sea como el menor y el que gobierna sea como el que sirve. Porque, ¿quién es el mayor, el que está a la mesa o el que sirve?, ¿no es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lc 22, 24 – 27).

La crisis de credibilidad en las instituciones y en quienes ejercen alguna autoridad pública tiene, como uno de sus componentes, una crisis de autoridad personal y de estatura moral de los que ejercen algún tipo de autoridad pública. Por eso, para elegir bien hay que mirar bien a los competidores en la desatada carrera para ser autoridad, porque el resultado de una mala elección es que, en el ejercicio de cualquier forma de autoridad, quien no es un servidor es un aprovechador.

Personas revestidas con autoridad personal que, en los cargos públicos, sirvan a otros y los hagan crecer es lo que tanto necesitamos en nuestra sociedad chilena: en la vida familiar, en la acción política y de gobierno, en la conducción eclesial, en la gestión económica, en el sistema educacional y en todas las dimensiones de la vida personal y social. Por eso, hay que mirar bien para elegir bien.

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