Necrológicas

Egocentric Party

Por Eduardo Pino Viernes 22 de Enero del 2021

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Hace casi 6 meses, en este mismo espacio, escribí acerca de la importancia de la autorregulación que las personas presentarían para enfrentar la pandemia respecto al manejo de su tiempo de ocio, referido a evitar participar en reuniones masivas que llevan a exponencialmente masificar el contagio. Desde que comenzó en marzo del año pasado la propagación del virus en nuestro país, se han registrado 229 reuniones masivas, siendo 148 de ellas fiestas clandestinas. Los detenidos alcanzan a más de 2.500 personas. Su configuración es de un 65% hombres y 35% mujeres, observándose además que el 76% son connacionales y el 24% extranjeros. La mayor parte de ellos se encuentra entre los 18 y los 36 años, y sólo 71 individuos son menores de edad.

Y aunque la Región Metropolitana lidera la cantidad de estos encuentros, muchos de ellos más encima en toque de queda, parece que en este mes estival la agenda noticiosa se ha llenado de jolgorio clandestino. A los vilipendiados casos de Cachagua y Zapallar, donde la positividad aumentó considerablemente gentileza de zorrones ABC1, pasando por la masiva fiesta de San Bernardo con más de 500 parroquianos, para colocar la nota freak al conocerse contagios en el cumpleaños de … un gato. Desde desesperados cumpleañeros que no se aguantaron una celebración ante frías pantallas, hasta inescrupulosos comerciantes que lucraron cobrando onerosas entradas sin considerar las mínimas condiciones indicadas por salubridad, estas primeras semanas nos han dado cuenta de una incipiente responsabilidad de parte de estos sujetos, cuya conciencia acerca del peligro que pueden propagar a personas vulnerables parece no existir.

Debemos aclarar que acá no se habla del legítimo derecho a trabajar, a estimular la economía por medio de la necesaria dinámica laboral que nos permite seguir funcionando como sociedad, si no de caprichos ante un carrete irresistible que se viene postergando desde hace meses. Y es que a pesar de las noticias que entregan las instituciones hospitalarias acerca del aumento de ocupación de camas críticas y ventiladores, en que no hay que ser un genio matemático para proyectar una muy cercana saturación que ya hemos visto en otros continentes, a pesar de las cifras en aumento de la contagiosidad y de las muertes que parecen haber perdido el efecto sensibilizador; el egocentrismo adolescente de estos jóvenes y otros no tanto, parece entregar una cátedra para hacer lo que la impulsividad o indolencia dicten, total, a ellos no les va a pasar nada. Ante este tipo de funcionamiento, en que la autorregulación no logra impedir estas conductas egoístas y faltas de compromiso social, debe considerarse un control externo, una autoridad que sancione de manera proporcional al daño causado. El balance parece no resultar muy optimista en ese aspecto, pues las erráticas políticas en algunos casos, y las casi inexistentes sanciones en otros, tienen a los “carreteros” planificando la próxima fiesta, la próxima carrera clandestina, el próximo encuentro masivo.

Finalmente, ante la propuesta de Ministerio del Interior de sancionar a los infractores con trabajos y servicios relacionados con enfermos de Covid, principalmente para que los fiesteros adopten una mayor preocupación ante la realidad (propuesta que merece un análisis y reflexión para operacionalizar adecuadamente las tareas y sus objetivos a fin que la enseñanza a estos desconsiderados no se termine transformando en un “cacho” para los mismos enfermos y el personal de salud), me llamó la atención lo expresado por el profesor de Derecho Penal, Sr. Jaime Couso, respecto a que esa medida más que hacer responder a los infractores ante la sociedad, tendía a infantilizarlos.  No se preocupe don Jaime, pues en estos momentos estos fiesteros no están respondiendo a la sociedad y la infantilización parece ser una parte central de su funcionamiento.