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“Un adiós al descontento”, novela de Eugenio Mimica Barassi (2ª parte)

Por Marino Muñoz Aguero Domingo 14 de Marzo del 2021
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Emilio Trinalba es el protagonista de “Un adiós al descontento”. Nacido en el seno de una conservadora y típica familia dueña del típico almacén de barrio fue, desde niño, un inconformista que se rebelaba contra lo establecido, que se resistía a “seguir la corriente”, que siempre tuvo aversión a los calendarios, en especial al que se colgaba todos los años en el mismo lugar de la cocina de su casa y al que mecánicamente se le arrancaba las hojas con las mismas imágenes, era “el signo físico de su desesperanza”; el tiempo pasaba y nada cambiaba. Aficionado a las plantas de interiores, una opción de rebelarse a esa forma de ciclar el tiempo, fue la de recordar todo acontecimiento relevante según adquiriera, injertara o hiciera cualquier otra operación con sus plantas, incluidas las supersticiones asociadas a algunas de esas especies.

Las tediosas imágenes de los calendarios lo indujeron a la fotografía, oficio que eligió entre muchos que podría haber ejercido con múltiples habilidades, razón por la cual despreciaba la enseñanza formal, pues a nadie otorgaba la capacidad de poder entregarla: “Demasiada teoría y escasa práctica es patrimonio de incapaces”.

Fue hijo único, el único también que se atrevía a rebelarse, que en su lejana niñez observaba con terror como los tripulantes de esos barcos grises de la escuadra nacional vaciaban las estanterías de los negocios comprando cuanto producto les resultara novedoso para llevárselo al norte del país, porque para este niño “país era solamente lo familiar, la ciudad, sus calles, su gente, los vecinos que eran clientes asiduos al negocio, los chicos de la calle jugando a la pelota…”. Ese sería el detonante de su descontento: “…del abandono, la postración, la falta de estímulos y el aislamiento que provocaban a su tierra”.

Poco tardó Emilio en pensar en Césares, la capital de Meridionía, una ciudad y un país perfectos, desde el cuidado del medio ambiente hasta la eficiencia productiva y la excelencia urbanística (en “desarmónica armonía”) y donde se aplacarían las desigualdades.

Emilio encontró en Francisca Lunares la mujer que lo acompañaría en la vida y en esa utopía que era una verdadera obsesión, se casaron y arrendaron un departamento que lo llenaron de plantas para fraccionar el paso del tiempo y donde dejaron una pared reservada a los calendarios como símbolo de aquello que debían cambiar. Francisca embarazada de su primer hijo que no alcanzó a nacer, tuvo un sueño que resultó premonitorio de esa pérdida que asumió entre rituales y supersticiones como el florecimiento de la enredadera verdialba, al igual que cuando murieron sus padres. El hijo podría haber sido guerrillero y líder de la causa independentista elucubraban Emilio y Francisca.

El episodio del hijo coincidió con el retorno a la ciudad de uno de los amigos de infancia de Emilio; Carlomoncho Pancaldo ahora convertido en médico naturista, quien tuvo una visión en la pared de los calendarios, al tiempo que Emilio hizo alusiones a un “sueño apostólico” (¿sería el sueño de Don Bosco, acaso?). Toma cuerpo, entonces, la aventura independentista para separarse de “Administrativa” el país del cual forman parte, en el convencimiento que los habitantes de su zona poco tienen en común con los del resto de Administrativa, se diferencian en el hablar, caminar o vestirse (a título personal: no nos olvidemos de como se ríen en el “norte” de nuestros “si, si” y “no, no”, o de cuando pedimos un “birome”).

La lucha no era sólo independizarse, también lo era por una identidad propia, incluyendo a las localidades cercanas de la nación vecina, cuyos habitantes sufrían similar descontento.

Al matrimonio y a Carlomoncho se unieron: Marko Grande, vendedor de intangibles; Luciano Calhuante, profesor de matemáticas y Guido Moscoso, anarquista y eterno enamorado platónico de mujeres de alta sociedad y que no duraba en ningún trabajo estable.

Así surge la “Asamblea Constituyente” por la Independencia de Meridionía, coincidiendo con el tiempo del filodendro mascaritas. Tenían himno y bandera (la misma de la postal que recibió el narrador). Las primeras reuniones se realizaron en el Café de la Galería, para luego, por razones de seguridad, trasladarse a la casa de los Trinalba-Lunares, ahí transitaban desde la fabricación de panfletos, autoadhesivos y proclamas para repartir por la ciudad, hasta el estudio de la táctica y estrategia del movimiento que se resistía a ocupar la vía violenta. Cada uno de los integrantes tenía tareas específicas, pero las acciones prácticas no llegaron más allá de pegar autoadhesivos en los vidrios de los autos o trazar “grafitis” en baños públicos. Ello no iba con Emilio; pues como ya lo anticipáramos en una de sus sentencias: “Demasiada teoría y escasa práctica es patrimonio de incapaces”

El próximo domingo les contaremos en que termina esta aventura independentista.