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El virus pascual (2)

Por Marcos Buvinic Domingo 4 de Abril del 2021

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Los lectores habituales de esta columna dominical hoy tendrán que disculparme, pues se encontrarán con el mismo texto que publiqué el Domingo de Pascua del año pasado. Sí, con el auxilio del computador hice “cortar y pegar”, porque así -sin muchas variaciones ni cambios- es como sigo viviendo la fe pascual en estos tiempos del corona virus. 

El corona virus lo ha trastornado todo, no sólo ha trastornado la totalidad del planeta y sus diversos sistemas de funcionamiento (familiar, laboral, económico, sanitario, educacional, comunicacional, etc…), sino que ha trastornado todos los aspectos de la vida de cada persona: ¡es imposible escapar al influjo de su alta contagiosidad, sea porque te contagia, sea para protegerse de él!

Estamos aprendiendo lo que significa su contagiosidad y su capacidad de trastornarlo todo. Pero, tarde o temprano, el corona virus pasará o será neutralizado con las vacunas en que los científicos trabajan arduamente.

En este Domingo de Pascua, en que los cristianos celebramos el triunfo del Señor Jesús sobre los dos enemigos de la felicidad del ser humano -el pecado con su estela de desdichas, y la muerte que termina con todo- se vive y se anuncia la más alta contagiosidad de la esperanza que brota de la vida del Crucificado.

En la muerte de Jesús se manifiesta el drama del pecado que parece ejercer impunemente su dominio en los intereses torcidos de quienes buscan su muerte, en la hipocresía y mentiras de los fariseos, en las complicidades de los poderosos, en los silencios culpables de muchos, en la traición de un amigo y en las negaciones de otro, en las burlas de un reyezuelo y su corte de aduladores y funcionarios corruptos, en las autoridades que se lavan las manos, en la cobardía de los amigos que se esconden. Es el drama del inocente condenado y abandonado.

Cambian los tiempos, cambian los personajes y sus nombres, pero el drama está allí, tejiendo su trama de injusticia, de mentiras, traición, oportunismo, envidias, silencios cómplices, violencia, cobardías, indiferencias, abandonos, etc…

Allí donde el drama de la maldad que es capaz el ser humano se desplegaba con aparente impunidad y la muerte parecía ser el sello definitivo de su victoria; allí mismo es Dios quien ha dicho la última palabra, desmontando la inhumanidad del pecado y venciendo a la muerte en su propio terreno: “Jesús, el que ustedes mataron, ha resucitado, ¡vive!”. En la historia, pues, la última palabra pertenece a Dios, incluso ante algo que parece tan invencible como la muerte.

Creer en la resurrección del Señor Jesús es aceptar lo imposible como programa de vida, es descubrir que lo imposible forma parte de lo real y eso significa no aceptar que el mundo siga adelante de la misma manera y reproduciendo impunemente el drama humano del pecado. Lo que ocurre es que el Señor Jesús en su muerte y resurrección viene a alterar profundamente la vida de las personas, viene a cambiarlo todo -mucho más que el corona virus-, viene a hacer nuevas todas las cosas.

Este es el virus de la Pascua que ha inoculado definitivamente en los hombres y mujeres el germen de la esperanza; la fe esperanzada en que siempre la última palabra la tiene Dios, que allí donde la maldad siembra destrucción y muerte Dios pone vida, que lo imposible forma parte de lo real; que en una vida como la de Jesús, entregada en solidaridad para que todos los hijos de Dios sean dignificados, se manifiesta el poder de Dios; en fin, que Dios se juega entero por todos los crucificados de la historia.

Este virus pascual que produce esperanza es la fe en el Señor Jesús resucitado y que -desde la primera comunidad cristiana- se difunde hasta nuestros días y hasta los confines de la tierra como un bendito contagio que no lo detiene nada ni nadie. La fe, pues, se transmite por contagio del virus pascual, y ese es el testimonio de una invencible esperanza que la Iglesia -todos los cristianos- estamos siempre llamados a dar ante el mundo, y hoy en los desafiantes tiempos del corona virus.