Los engaños del espíritu sectario
En el tiempo previo a las elecciones que hoy se están realizando en nuestro país, las cuales son una de las principales expresiones de la vida democrática de una comunidad, hemos sido testigos de la creciente decadencia de la política, sin que sus actores principales -los políticos y sus partidos- hagan algo serio por remontar el vacío de racionalidad y la falta de sentido del bien común; ese bien común que se busca y se consigue a través de ideas, diálogos y acuerdos. En la vida pública del país hemos caído en las trampas del espíritu sectario.
Así vivimos estas elecciones en un clima de polarización, de desconfianza y descalificaciones, confusiones y miedos, con muchos indecisos y sin saber si los ciudadanos irán a “elegir el país que quieren”, como dice la propaganda del Servicio Electoral que llama a ir a votar.
Sucede que hemos pisado el palito de una tentación bastante frecuente en las personas y en los diversos tipos de grupos en la relación con los demás: el establecimiento de barreras infranqueables entre “nosotros” y “los otros”. El “nosotros” del país que somos todos ha sido sustituido por el “nosotros” de cada grupo, y cuando eso ocurre, es el triunfo del espíritu sectario.
Por cierto, cada grupo humano -de cualquier tipo- tiene un núcleo de identidad que permite a sus miembros reconocerse como un “nosotros”; se trata de una identidad que siempre debe ser cultivada como una riqueza original de ese grupo humano para ofrecerla a los demás, y en apertura a lo que otros ofrecen. Sin embargo, la trampa del espíritu sectario es la de hacer del “nosotros” un grupo cerrado, descalificador y excluyente de “los otros”, llegando hasta la intolerancia y el odio.
El espíritu sectario ve -de alguna manera- en “los otros” una amenaza para su propia identidad, para sus intereses, para sus bienes y para su lugar en la sociedad. Así, por la supuesta protección del “nosotros” y el cuidado de “los nuestros”, el espíritu sectario levanta barreras de exclusión de “los otros”, destruyendo la convivencia respetuosa, la amistad cívica, el espíritu republicano, el compañerismo laboral, la comunión eclesial, la camaradería deportiva, etc., según sea el tipo de grupo.
Para el espíritu sectario y sus trampas, la verdad y el bien estarán -sin duda- en el “nosotros”, mientras que para “los otros” sólo cabe la indiferencia, o el desprecio abierto o disimulado, o una mirada y actitud paternalista al considerarlos privados de las cualidades de “nosotros” y de “los nuestros”, o la descalificación, la discriminación y el rechazo sin contemplaciones.
El espíritu sectario asedia por doquier, en el mundo político y económico, en las relaciones familiares y en la vida de un barrio, en las relaciones entre grupos humanos y culturas diferentes, en la vida eclesial, en las relaciones internacionales y en las actividades deportivas… Por todos lados se hace presente la tentación del espíritu sectario o el abierto sectarismo, rompiendo la convivencia respetuosa o la comunión entre personas o grupos que, necesariamente -¡y esta es la paradoja!- tienen que vivir juntos.
Frente a las asechanzas del espíritu sectario es urgente la reflexión serena acerca del “nosotros” que somos todos; es urgente el respeto a la dignidad de cada persona en una sociedad que quiere ser democrática y pluralista, de manera de excluir las apasionadas descalificaciones de “los otros”; es urgente la acción reflexiva de políticos responsables y sabios, confiables en su probidad, capaces de diálogo y de generar acuerdos que amplíen cada vez más el “nosotros”. Así mismo, para los creyentes en el Señor Jesús, el Evangelio siempre nos hace presente que el Espíritu de Dios no es exclusivo de algunos ni es excluyente de otros, sino que es un Espíritu de apertura, diálogo y siempre incluyente de los otros.
Superar el espíritu sectario y sus tentaciones requiere entrar en un verdadero combate personal y social, en el que los enemigos no son “los otros”, sino que son las pequeñeces del espíritu humano que se atemoriza ante la diversidad y pluralidad y se atrinchera en un pedestal de supuesta superioridad frente a “los otros”, de tal manera que en una ceguera estúpida y engreída no percibe que “los otros” forman el “nosotros” con el que tenemos que aprender a convivir cotidianamente y construir una vida que sea más humana para todos. Sólo así es posible que cada uno, de verdad, “elija el país que quiere” para todos nosotros.