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El origen romano de la Navidad y por qué la fecha no coincide con el nacimiento de Jesús

Viernes 24 de Diciembre del 2021

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La tradición del festejo de Nochebuena se impuso con el tiempo y varios siglos después del acontecimiento.

El polemista inglés Gilbert Chesterton escribió alguna vez que aún el espíritu más incrédulo o agnóstico llega a conmoverse, una vez al año, con la escena navideña del niño en un pesebre. Más allá de que sea cierto -o, al menos que lo siga siendo, tantas décadas después de afirmado este axioma-, la Navidad se mantiene como un acontecimiento culturalmente persistente, relacionado con las más remotas fuentes de la tradición religiosa de las sociedades del mundo.

Desde el fondo de los siglos, la Iglesia Católica ha impreso al curso del año una fuerte impronta sobrenatural, donde se suceden circularmente los tiempos y las fiestas del calendario litúrgico. Sin duda, esta nota de misterio religioso era antes más acentuada, cuando lo sagrado y lo milagroso actuaban como referencias de la vida diaria para grandes sectores de la sociedad.

Pero los procesos de secularización y vaciamiento de sacralidad acaecidos con creciente aceleración en el mundo occidental, inciden en la progresiva pérdida de aquellas marcas cronológicas, que encontraban su punto de mayor intensidad en determinadas festividades.

La Navidad era una de ellas, aunque no fue de las más antiguas. Ciertamente, no se la registra al comienzo y su institución en el rito latino data del siglo IV (incluso algún autor la ubica incipientemente un poco antes), más específicamente en el ámbito de la Sede Apostólica, que comenzó a celebrarla cada 25 de diciembre.

¿Cuándo nació Jesús?

El día de celebración trae a debate la fecha exacta del nacimiento de Jesucristo, una cuestión imposible de precisar. Los Santos Padres discreparon en sus conjeturas, lo mismo que autores profanos. A partir de Clemente de Alejandría se la ubicó entre el 17 de diciembre y el 19 de mayo, con años natales que oscilaban entre el 747 al 749 desde la fundación mítica de Roma.

Hipólito, en el siglo III, en su Comentario al Libro de Daniel, fijó la fecha del 25 de diciembre, que luego aceptó el Calendario o Cronógrafo Filocaliano del año 336. De estas dos fuentes nació la tradición decembrina, que se oficializó poco después.

Por su parte, la Iglesia Oriental comenzó a celebrar en los primeros días de enero la fiesta de la Epifanía del Señor, que abarcaba el conjunto de sus tempranas “manifestaciones” (ello significa, precisamente, la palabra griega “epifanía”), es decir, los primeros misterios en la vida de Jesús: nacimiento, bautismo y adoración de los Magos.

La fijación de la fecha del 25 de diciembre podría hundir sus raíces en una cuestión que hoy llamaríamos de sociología pastoral, mediante la cual la Iglesia apropiaba en su favor las costumbres paganas del pueblo, pero revestidas ahora de sentido cristiano.

El Emperador Aureliano había decretado en esa fecha una fiesta en honor del “Sol Invictus”. El culto solar en su variante mitraica (los misterios de Mitra) era la única religión que aun podía competir con el creciente cristianismo en el ecúmene del Imperio Romano.

A esta idea mística intentó también aferrarse Juliano el Apóstata, en un intento frustrado por revertir el giro de la historia, echando mano a aquellos ritos solares que, 1.500 años antes, había tratado de imponer en Egipto el faraón Amenophis IV: el Atón del disco solar, dios benéfico y vivificante en la Tierra y ordenador del Cosmos.

La fecha del nacimiento de Jesús fue fijada más por motivos sociológicos que históricos. La fiesta de Navidad recupera una antigua fiesta romana.

El día venía elegido, pues, con inteligencia y conformaba la psicología popular: en el Solsticio Invernal, el astro diurno se halla en su punto más bajo, y para la mentalidad primitiva, esa mengua presagia su ocaso, una derrota ante la potencia de las tinieblas. Pero, de a poco, se irán alargando los días, y el sol va ganando fuerza como astro invicto e invencible.

Sin embargo, no fue fácil derogar la tradición pagana supérstite en la ciudad de Roma: todavía San León Magno (pontífice entre 440 y 461) dice haber contemplado de qué modo, aún sobre la escalinata de la mismísima basílica de San Pedro, los peregrinos “volvían su rostro al sol e inclinaban su cabeza en señal de reverencia al disco solar”.

En suma, ante la falta de una fecha históricamente cierta del nacimiento del Redentor, la Iglesia apeló al simbolismo del sol no vencido, personificado ahora en Cristo, Sol de Justicia, en una ciudad donde el 25 de diciembre era una festividad solar aceptada por la costumbre de la heliolatría antigua. En cualquier caso, queda muy evidenciado el origen romano de la fiesta.

Pero hubo algunas opiniones diferentes acerca de cómo se llegó a esta efemérides natalicia del día 25 de diciembre. El liturgista Duchesne conjeturó que se había partido a la inversa, contando desde la fecha en que se databa la muerte de Jesús, que, según los Evangelios, fue inmediatamente antes de la Pascua judía (aunque los tres sinópticos -Mateo, Marcos y Lucas- difieren en un día respecto de la versión de Juan). La tradición patrística latina fue fijando esa fecha el 25 de marzo. De ahí que se supuso que Cristo, como “hombre perfecto”, solo habría vivido un “número perfecto” de años, ya que toda fracción se juzgaba deficiente. Entonces, continúa Duchesne, suponiendo que la concepción de Jesucristo fue el 25 de marzo, se estimó el 25 de diciembre como más probable día natal.

En la Edad Media, la festividad concluía con muestras de enorme algarabía y obsequios de dulces en las casas, luego reemplazados, en España, por los clásicos turrones y mazapanes ibéricos. De ahí la persistencia en nuestras costumbres manducatorias de altas calorías en la mesa de Nochebuena.

Si bien no estaban establecidos por las normas litúrgicas, los nacimientos o “pesebres” o “belenes” se hicieron muy populares en las iglesias.

El emperador Constantino levantó sobre una cueva una basílica y, a imitación de ella, en algunas diócesis, se erigieron templos de la Natividad en cuyas criptas se excavaba una caverna que remedaba la cueva de Belén.

Importancia de
los pesebres

Una curiosidad del programa iconográfico de este templo (levantado sobre un antiguo santuario pagano) es que, entre la serie de los magníficos mosaicos que narran la vida de la Virgen, no se hallaba la Natividad. La razón es que, existiendo la capilla del pesebre cerca del altar mayor, resultaba superflua cualquier otra representación del mismo tema.

La escena del nacimiento fue muy utilizada en las primeras tumbas cristianas, ya sea el Niño y sus padres, o solamente rodeado del buey, el asno y los pastores, según lo han verificado los arqueólogos eclesiásticos italianos del siglo XIX.

Pero fue San Francisco de Asís, en el siglo XIII, quien difundió los nacimientos o pesebres como un recurso de pedagogía y apostolado, capitalizando las notas de poesía naturalista y las pulsaciones de ternura que propone la escena; él era, al fin y al cabo, un consumado poeta.

En el siglo XII, San Francisco de Asís apeló a los nacimientos o pesebres como un recurso de pedagogía y apostolado

Se ha dicho que en la Navidad del año 1223, mientras predicaba en una zona rural, lo sorprendió el frío del invierno y pudo refugiarse en una ermita, dentro de la cual se dedicó a la oración y a la meditación. Así vino a su mente la inspiración de reproducir mediante una instalación viviente la escena del Nacimiento según la narración de San Lucas. Para ello convocó a los campesinos de los alrededores, quienes concurrieron, como los antiguos pastores. Y también consiguió un buey y un asno.

Al parecer, los frailes franciscanos perpetuaron esa costumbre y la trajeron a América, donde arraigó exitosamente.

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