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Salió con 5 lucas en un bolsillo y con un estanque de bencina con el desafío de recorrer la Patagonia

Miércoles 29 de Junio del 2022

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  • Aventura la inició en enero de este año, cuando partió de su casa en Chillán. Ya pasó por Punta Arenas, Natales, Torres del Paine, Cerro Sombrero, Río Grande y Ushuaia.

 

Poco más de 15 mil kilómetros lleva viajando el chillanejo Javier del Río Ruiz (33) a bordo de su “Bubú” (en honor del personaje animado de la serie El Oso Yogui), un escarabajo Volkswagen, año 1981, una aventura que inició en Buenos Aires y que por estos días recorre la Patagonia chilena argentina.

La particularidad de esta osada travesía está dada porque el vehículo clásico remolca una Kombi, también Volkswagen, a quien bautizó como “Furiosa” y que la utiliza como dormitorio y cocina. “Me la regalaron porque se prendió el motor y se quemó. Le corté la cabina y por eso se ve más chica”, explica mientras hacía un alto en calle Ignacio Carrera Pinto, cercano a la Costanera del Estrecho, en la ciudad de Punta Arenas.

Desde la capital de la Región de Magallanes, Javier relata que “este viaje nace luego de conocer la hazaña protagonizada por Marcelo ‘Chelo’ Bahamondes, que es de esta ciudad y que viajó a Alaska a bordo de su Rat Rod”. Confiesa que “fue mi inspirador de esta locura, para mí es un ídolo. Hace un año hablé con él y la idea era viajar hacia acá. Cuando tuve todo listo para mi partida, me di cuenta que en Buenos Aires tenía lugar el evento de Volkswagen que se hace una vez al año. Y me lancé para allá. Después volví a Chile, viajé hasta la carretera austral y aquí estoy, en Punta Arenas. Mi meta es llegar a Ushuaia, que es el fin del mundo, argentino”.

En todo caso, precisa que su plan original era llegar hasta Puerto Williams, pero no hubo acuerdo con el alcalde de Cabo de Hornos. “Pude haberme convertido en el primer chileno que a bordo de un auto clásico y otro artesanal llegaba al fin del mundo chileno, pero ello no se dio”. Gestiones realizadas desde acá tanto con la delegación provincial Antártica como con la empresa Tabsa, tampoco prosperaron.

Al menos, cumplió su meta de llegar al fin del mundo, pero en el lado argentino. Conoció Ushuaia y se dio un chapuzón en aguas del canal Beagle.

Ingeniero

Javier renunció a su trabajo de ingeniero agrónomo el 30 de enero de este año, en Santiago, y ese mismo día viajó a Chillán, su tierra natal. “Enganché el auto e inicié mi travesía. Mi meta no es cubrir el máximo de kilómetros, tampoco tengo calendario ni reloj. Sólo pretendo conocer la cultura y costumbre de cada pueblo y ciudad.

En cada lugar se ha encontrado con personas bondadosas que le han tendido una mano generosa, le han brindado abrigo en una época de bajas temperaturas, alimento, y lo más importante para seguir con su viaje, le han colaborado con bencina.

En estos cinco meses de aventura ha cosechado un millón de amigos que siguen atentamente -a través de sus redes sociales- cada paso de su peripecia sobre ruedas.

Su fiel e inseparable compañero, su escarabajo Volkswagen, lo tiene hace 9 años. “Se le rebajó el techo, tiene un tren delantero de la Volkswagen Brasilia, una caja de cambios un poco más rápida y un motor de escarabajo mexicano 98, que es catalítico y que tiene una inyección. En todo caso le saqué dicho sistema y le puse uno carburado, a la antigua. Pese a tener un percance en Buenos Aires, pero se solucionó gracias a toda la colaboración que he recibido en mi trayecto. Cuesta mucho viajar, tanto física, psicológica como monetariamente. La gente me ve en ruta y los mismos ‘tuercas’ de las ciudades que he visitado, me han ayudado mucho”.

La kombi se ha convertido en su dormitorio y cocina. Tiene una cama de dos plazas, cocina y lavaplatos. También tenía conexión a corriente pero hace un mes se le quemó el sistema, luego que la batería hiciera un corte eléctrico.

Admite que “ha sido toda una aventura. Si bien en Magallanes se pasa mucho frío, pero en el faro San Isidro, al sur de Punta Arenas, corrió mucho viento, pero yo estaba feliz, porque quería sentir ese viento mundial que sólo se da en esta zona. Es algo único estar acá, para mí es algo especial, mágico. Hay que estar acá para sentirlo”.

Javier llegó a la zona arrastrando la rotura del eje de transmisión, que le significó gastar la mitad de sus neumáticos. “Acá me ayudaron los amigos de los autos antiguos”, complementa.

Sobre su escarabajo, afirma que “yo no soy artesano, ni tampoco mecánico, si soy didáctico, porque el auto yo lo he armado y preparado. Me gustan las tuercas. Yo salí desde Chillán con 5 mil pesos en un bolsillo y un estanque de bencina lleno. Todo el dinero que tenía lo gasté en pagar la patente del carro, inscribirlo, el enganche del auto, neumáticos y otras cosas más. Tenía 1 millón de pesos y se me fue de las manos como el agua”.

Confiesa que yo estaba muy nervioso porque nunca fui mochilero, nunca hice dedo y nunca pedí plata. ‘Care de palo’ me instalé en una bomba de bencina, nervioso, tiritando, hasta donde llegó una persona y me regaló mil pesos porque encontró muy buena onda el auto. Esos mil pesos los conservo en mi billetera, los tengo separado, porque fue la primera luca que recibí. Y luego la gente se comenzó a tomar fotos con el auto y en una hora ya había reunido 20 mil pesos, con lo cual pude avanzar. En eso me llama una persona desde Los Angeles, Región del Biobío, un dueño de un restaurante, quien me invitó a almorzar. Y de ahí no he parado. Las redes sociales también han contribuido a que yo pueda seguir adelante. Para mí esto es una hazaña”, expresa nuestro entrevistado.

Sobre el techo de su escarabajo porta una tabla de surf. Aunque no sabe nadar, tuvo dos o tres clases de surf en Cobquequra. “Me idea es tirarme al mar, ya sea en el estrecho de Magallanes o en el canal de Beagle, aunque sólo tengo un traje de baño para hacerlo. Quiero entrar y salir y ya con eso me doy por pagado”. Su reto lo hizo realidad en Ushuaia.

En estos 5 meses de viaje ha acumulado muchas anécdotas, algunas de las cuales la han marcado profundamente. “He pasado mucho frío, hambre, miedo, soledad, lo que ha combatido con la lectura de libros, pues le gusta leer”.

Cuenta que se quedó botado, sin bencina, en el kilómetro cero, en el Cabo Vírgenes, en Río Gallegos, hacia la costa, en el faro Dúngenes. “Había sólo viento, ni una sombra. Me tomé un te, puse un letrero y un bidón esperando que pasara alguien, aunque los escasos vehículo eran todos diésel. Después de una hora pasó un conductor quien me remolcó 40 km, y de ahí hacia Río Gallegos. Fue uno de los momentos más críticos”, recuerda.

 

Un joven con alma de niño

A bordo de su kombi es posible apreciar un balón de fútbol con la imagen de Wilson, de la película El Náufrago; de Woody, de la película Volver al Futuro; las ratitas de La Era del Hielo, El Micheline, Toy Story, personajes que “han vuelto locos a los niños, lo que explica que varios de ellos me hayan escrito y enviados regalos”.

Lo más increíble para él fue cruzar Chaitén y viajar a través de la Carretera Austral. “Nunca pensé pasar por ahí, no estaba en mis planes, porque me cerraron la frontera en Osorno, por el Paso Samoré. No me imaginaba un paisaje así”.

No por ser orgulloso, afirma que el viaje lo está haciendo el vehículo. “Yo soy un personaje secundario en todo esto”.

Desde su partida su familia vive preocupada, aunque permanentemente se está comunicando con sus padres, hermanos y sobrinos.

Ya estuvo en Punta Arenas, en Puerto Natales, Torres del Paine, Cerro Sombrero, Río Grande y Ushuaia. Ahora inició el viaje de retorno, a través de Río Gallegos, pasando por El Calafate, glaciar Perito Moreno, El Chaltén, Gobernador Gregores, Chile Chico (donde conoció la catedral de mármol).

Javier estima estar de regreso en su natal Chillán en el mes de agosto, para dejar descansar los motores. Quiere dar un giro a su vida y en una de esas hasta se entusiasma y plasma su aventura en un libro.

“Era alcohólico, me estaba destruyendo”

En el lado derecho de su escarabajo donde suele ir el extintor, es posible apreciar una botella de cerveza, y “no cualquier marca, sino una Baltica, la del pueblo, de los jóvenes”, subraya.

“La puse ahí para llamar la atención. Lleva ahí dos años y medio, cuando dejé de beber. Era alcohólico y con la ayuda de una psicóloga en Chillán dejé el alcohol de un día para otro. Me cerré y me di cuenta que por el alcohol perdí a mi pareja, a mis amigos y me pelié con mi familia. Me estaba destruyendo”.

“Comencé a hacer cosas nuevas, leer y hacer deportes. También dejé la Coca Cola y la comida chatarra que me estaba siendo mal, no me daba cuenta. Ahora sé escuchar a las personas, soy más abierto, soy más agradecido y disfruto el día día”.

Su afición al alcohol comenzó en la adolescencia, cuando tenía 14 años. “Pese a que estaba reventado, no me daba cuenta. Cuando me di cuenta, no hice más que lamentar todo el tiempo que perdí con la resaca. Y al final uno siente que no disfrutó la vida, y todo eso tiempo lo perdiste, y que se van yendo las personas que uno más ama y quiere. Ahora estoy en la búsqueda del amor propio. Me liberé, me soltaron de un candado al que estaba prisionero, y ahora realmente soy feliz”.

“Nunca llegé al extremo de quitarme la vida, no me quería, me estaba destruyendo, pensé que era algo divertido, pero me estaba engañando solo”, planteó Javier del Río.